Manuel Pérez Lourido
El rascador fucsia
Tengo en casa, desde hace más de una década, un curioso objeto al que le voy a dedicar este artículo (dicen que el que avisa no es traidor, supongo que es avisador). Fue un regalo chusco de mi hija pequeña, cuando era tan pequeña que los regalos chuscos eran lo más natural para ella. Nos pasamos la vida regalando cosas a familiares y amigos y somos incapaes de discernir cuáles entre todos ellos lograrán pasar la prueba del tiempo y formarán parte de nuestra existencia por el mero hecho de perseverar inmersos en ella. Lea esta última frase otra vez, que me ha quedado redonda.
El elemento en cuestión no podía tener un origen menos glamuroso ni una configuración más detestable: es un objeto estrecho y alargado de plástico color fucsia con forma de tenedor en un extremo y de espátula en el otro, procedente de una tienda de todo a cien y cuya finalidad es servir como rascador de la espalda.
Hubo una época en la que me quejé, sin reparos ni compasión alguna, de persistentes picores en la espalda. Es una estrategia que suelo utilizar cuando tengo algún tipo de molestia física: en lugar de buscar solución con un profesional médico, me quejo a diestra y siniestra porque el mero hecho de verbalizar la incomodidad aporta cierto alivio a mi estado, aunque reduce la calidad de vida de mis interlocutores. Quizá regalarme un rascador de plástico fucsia fue tanto una forma de dar una respuesta a mis lamentos como una represalia.
Lo cierto es que el rascador se mostró francamente eficaz dentro de la rotunda simpleza de su mecanismo y, arrumbado en cualquiera parte, pero protegido del anonimato por su llamativo color y del deterioro por la resistencia de su material, tras el transcurrir de los años y las mudanzas, se reveló como un instrumento practicamente indestructible.
Los picores de espalda han sido sustituidos por dolores reumáticos, artrosis y otras afecciones que alegremente podrían calificarse como "de viejos". De hecho me estoy arrepintiendo de haber comenzado este párrafo de la forma en que lo he hecho. En fin, en cualquier momento en que el picor decide regresar a ver si todo está como lo había dejado (y lo encuentra todo mucho peor), ahí está el rascador fucsia para ahuyentarlo. Ponga un rascador, fucsia o del color que prefiera, en su vida. No le decepcionará.