Dimas acude a su cita con el verano pontevedrés
Por Oskar Viéitez
Había fiesta este jueves en A Ferrería. Reabría sus puertas el Savoy con una inauguración por todo lo alto. Pero a pocos metros, ajeno a todo ese ruido, acudía Dimas a su cita con el verano pontevedrés. No tendría porqué haber venido, pero aquí está después de más de medio siglo vendiendo helados "de cincuenta años para arriba", admite, "llevo desde chaval con esto, así que ya me dirás".
"Primero estuve en las Palmeras, y luego aquí", nos explica, "muchos clientes me vienen ahora con sus nietos" y llenos de recuerdos de aquella plaza por la que andaba María la del Carrillo, Gelucho o el limpiabotas Luis Pontevedra.
Dimas empezó con los carritos de La Ourensana. Aún conserva uno, "incluso lo llevaron a la Escuela Naval para una exposición, y me lo devolvieron pintado estupendo. Muchos me lo quisieron comprar, pero no lo vendo. Es un capricho que tengo, el día que me muera que lo tiren al mar si quieren, pero mientras tanto yo voy al almacén y lo veo y me acuerdo de cuando empecé a trabajar con quince años".
Su padre arrancó el negocio con cuatro carritos y otros tantos empleados. Dimas se encargaba de hacer los cucuruchos "aún tengo los hierros para fabricarlos y el molde que es de madera. Está todo guardado", presume.
Cuando empezó solo había dos heladerías en Pontevedra, La Ourensana y La Ibense. "Los cucuruchos los hacía yo para todos, tenía que levantarme a las cuatro de la mañana y trabajaba hasta la una o las dos. Luego por la tarde me iba para la playa. Mi padre me tenía sólo para eso", para hacer la galleta del barquillo. "Con los años los empleados lo fueron dejando y junto a mi hermano y los dos hijos de La Ibense íbamos los cuatro con los carritos. Dos ellos y dos nosotros. Eran los que había de aquella en Pontevedra".
Por aquel entonces no había cámaras frigoríficas y tenían que ir a buscar las barras de hielo para los carritos hasta la lonja de Marín, "en unos grandes contenedores de acero inoxidable rellenos de corcho, había que partir el hielo en cachitos y echarle sal, que chollo era eso. Había que estar hasta las doce de la mañana esperando para hacer los polos, aguardando hasta que se congelaran un poco para poner el palito, porque si se metía al principio quedaba torcido y no valía".
"Y los domingos a Marín andando por la carretera con el carrito, me llevaba una hora para allá y otra para acá, me pasaba toda la mañana, a las doce me tomaba un bocadillo y sobre las seis y media cuando terminaba en el cine, de vuelta para acá. Pero llegaba aquí, una ducha y para el baile con la novia".
Dimas recuerda que cuando tenía catorce años, tras morir el propietario de La Ibense en 1957, la viuda habló con su padre para traspasarle el local que estaba ubicado en la calle Michelena, sin embargo, el padre de Dimas no quiso empeñarse y dejó pasar aquella oportunidad. Otro ourensano como ellos, Bernardo Ojea, fue más decidido y aprovechó aquella oferta "compró el local por quince mil pesetas".
Curiosamente el padre de Dimas se encargó de enseñarle como hacer los helados "¿y por qué no?". De vainilla, los de tutti fruti, de chocolate, de fresa, pero, sobre todo, el favorito de los pontevedreses, el de crema tostada. "La receta es, leche y azúcar tostada, nada más. Nosotros estropeamos muchos litros de leche hasta dar con el punto en el que hacer la mezcla: justo cuando empieza a salir una espumita rosada alrededor del caramelo", nos descubre el secreto.
"Ahora yo estoy bien en Ourense y ya no tengo necesidad de venir a la Herrería en verano, pero aquí estoy distraído, vengo cuando quiero, leo la prensa, charlo con la gente y estoy feliz".