Dea Gómez (Andrea Gómez Galayo), es salmantina. De padres vinculados profesionalmente a las artes, la niña heredó la genética. Diego Omil (Diego Campos Omil), es marinense. Sus padres no guardaban relación con el mundo artístico, pero desde el primer momento apoyaron al chico a desarrollar su creatividad. "Siempre cogiendo el trole" entre Marín y Pontevedra - donde estudiaba -, dió el salto hasta Salamanca para hacer Bellas Artes. Ella obvió el brinco porque se matriculó en su ciudad charra también en Bellas Artes y además en Filosofía.
No fue hasta el último curso universitario, en clases de pintura, cuando 'la química' se metió por medio. Tres meses después, se fueron a vivir juntos a un piso de veinticinco metros cuadrados en el madrileño barrio de Lavapiés. En plena crisis, 2011. Un año después - residiendo ya en Marín, donde continúan manteniendo el 'campamento base'-, los monomios se fundieron artísticamente en binomio: Los Bravú.
El resultado de la fórmula de Los Bravú: una preciosura. Como los artistas renacentistas, se desenvuelven en múltiples disciplinas: el cómic, la pintura, la escultura, la ilustración, el diseño texto, la cerámica, la fotografía, la música, el vídeo... y en breve se adentrarán en un cortometraje...
La primera puerta que se les abrió profesionalmente fue con César Sánchez y la editoria Fulgencio Pimentel. "Le Maison des Auteurs" en Angulême y la Academia de España en Roma han sido dos experiencias enriquecedoras en grado superlativo. Este año llevan ya dos exposiciones en Madrid: en la sala Matadero y en la Galería 6más1; además Unamuno les marca otro de los proyectos en los que están inmersos.
Trabajan día y noche. Disfrutan del ejercicio de su profesión; en realidad, disfrutan de todo lo que hacen porque a todo le ponen dos ingredientes fundamentales: diálogo y humor.