Un dulce marroquí, una historia de superación y el Ramadán
Por Mónica Patxot & María José Pita
Nos citamos con la familia de Fatima Zahra Elhmamssi para realizar las fotografías con las que ilustrar un reportaje sobre cómo se vive el Ramadán en Pontevedra. Fatima Zahra, su marido Mohamed y sus dos hijos, de 9 y 3 años. A la hora fijada, solo acude la madre de familia y se excusa explicando que llevan tan solo año y medio en España y que están encantados en contarnos cómo es el Ramadán, "no solo es ayuno, es mucho más", pero que prefieren no mostrar su rostro, a la espera de completar la estancia mínima en nuestro país que les permita regular su situación.
Fatima Zahra quiere hablar de su comunidad, explicarnos cómo es el Ramadán a 1.500 kilómetros de su hogar y también desmentir "eso que dicen que venimos a España a cobrar ayudas, nosotros estamos aquí con nuestros ahorros y si lo necesitásemos nos ayudaría la familia, hemos venido para darle un futuro a nuestros hijos".
En agradecimiento por darle voz nos trae de regalo unos dulces marroquíes, llamados 'shebaquía', que ha elaborado con todo detalle en su casa. Se trata de un dulce hecho con tiras de pasta rebozadas en miel y sésamo y aromatizadas con agua de azahar, que además se consume precisamente en el Ramadán. "Como en España el turrón en Navidad", la comparación no es casual, pronto nos lo desvelará. Aquí empieza su relato.
"Ayunamos a partir de las 6:15 de la mañana hasta las 21:20 de la noche", nos explica, y a partir de esa hora "celebramos una comida especial en la que se junta toda la familia, no solo la de casa sino también primos o incluso amigos". Una celebración diaria durante los 30 días que dura el Ramadán, este 2021 fijado del 13 de abril al 12 de mayo, y que, debido a la pandemia de la Covid, por segundo año solo podrán cumplir con los convivientes. Por eso apuntaba a la Navidad, porque más allá del ritual religioso, lo que se valora es la celebración en familia, con una comida nocturna especial y dulces como el que muestra en las fotografías.
Fatima Zahra nos explica que los platos que ingieren, al ser de noche, son nutritivos pero no demasiado contundentes, como "una comida con tajin con carne, con pollo o con verduras, y la ensalada también es importante". Dentro de estas carnes, no sirve una cualquiera. Es conocido que en la cultura árabe no se consume carne de cerdo. Para las otras, deben abastecerse en una carnicería 'halal'. "En Pontevedra hay dos, una en la calle cerca de la mezquita y otra en la plaza de la Pasarela". 'Halal' significa "lícito" en el Islam y la carne "permitida" es aquella procedente de animales sacrificados conforme a una tradición.
El ayuno está reservado a los adultos y, en el caso de los menores, solo a partir de los 12 años, por lo que los hijos de Fatima Zahra aún no tienen que cumplir esta tradición. Otros colectivos que quedan exentos son las personas enfermas, ancianos débiles, embarazadas o mujeres con la menstruación.
Entre las normas del Ramadán, hay un horario para realizar las cinco oraciones diarias, llamadas 'salat'. El primer rezo es a las 6:15 y el último a las 22:50. Fatima Zahra nos cuenta que la pandemia también ha obligado a adaptar esta práctica, al tener la mezquita el aforo limitado. En la única que hay en la ciudad de Pontevedra, en la calle Gaiteiro de Soutelo, hay una zona reservada para hombres y otra para mujeres. Debido a la situación sanitaria, los hombres acuden en menor número y las mujeres prefieren hacer los rezos en casa. Otra adaptación se produjo en las primeras jornadas del Ramadán, en donde el "toque de queda" a las 22 horas impedía acudir a la mezquita a hacer el último rezo del día, a las 22:50, que en este caso se trasladaba al interior de las viviendas. Con todo, Fatima Zahra nos comenta que los horarios no son estrictos, ya que ella asiste a clases de español que coinciden con el 'salat' de las 21:20 y le está permitido rezar más tarde.
DE FEZ A PONTEVEDRA
Hace año y medio que Fatima Zahra y su marido Mohamed decidieron dar un giro a su vida y abandonar Fez, la tercera ciudad más poblada de Marruecos. "Lo más importante es la seguridad, que yo aquí puedo ir con mi hijo a jugar al parque y no tengo que controlarlo todo el tiempo como en Fez, y también el colegio es importante".
No querían que sus hijos se enfrentasen a la falta de oportunidades en Marruecos, como le ocurrió a la protagonista de este reportaje. Fatima Zahra llegó a cursar dos años de la carrera de árabe en la Universidad pero tuvo que dejar los estudios para emplearse en una fábrica de costura. Quince años después, con casa en propiedad y dinero ahorrado, ella y su marido se plantearon cómo querían que fuese la vida de sus hijos y se decantaron por Pontevedra.
Nos relata con orgullo que el niño mayor, a sus 9 años, está plenamente integrado en el colegio de Monteporreiro, tiene amigos, domina el castellano y hasta le enseña algunas palabras nuevas a sus padres. La madre practica con él el idioma pero también quiere que tenga presentes sus raíces árabes. "Ahora me dice que quiere aprender bien el gallego como sus amigos, y que no quiere saber nada del árabe", afirma con un suspiro, porque sabe que su hijo se encuentra feliz en España y hasta nota que en los estudios está más avanzado que los niños en Marruecos de su misma edad.
Fatima Zahra a sus 36 años nos confirma que ella representa a la mujer marroquí de hoy, alejada de los estereotipos. "Me sorprende que hay mujeres que llevan 30 años aquí y no hablan español, son sus hijas las que las tienen que acompañar al médico o a cualquier sitio, pero con las más jóvenes ya no pasa". Está aprendiendo español de modo intensivo para sacarse el título de la ESO y el Bachiller, porque sus estudios en Marruecos no se los convalidan. Y a partir de ahí, "quiero seguir estudiando". De momento piensa en Enfermería pero no cierra ninguna puerta. Le comentamos que los colegios deberían tener horas de clases de árabe porque todas las culturas enriquecen y así su niño no renegaría de su lengua. A Fatima Zahra se le iluminan los ojos. Quien sabe, quizá su destino esté en un aula enseñando árabe, su primera vocación.