Un año sin los '21 del Pitanxo': "El mundo se nos cayó encima. La vida ya no es igual"
15 de febrero de 2022. Ese día se les paró el corazón a veintiuna familias de mar. De madrugada, el pesquero gallego en el que, meses atrás se habían embarcado los suyos, se hundía en las gélidas aguas de Terranova (Canadá). Aun hoy, un año después, siguen buscando respuestas, incapaces de asimilar este golpe que les ha dado la vida.
"El mundo se nos cayó encima. La vida ya no es igual", lamenta Pablo More. Él perdió a tres de los suyos en aquel fatídico naufragio. En el Villa de Pitanxo iban su hermano, Daniel More; su sobrino, Diego More; y su sobrino político, Edwin Córdoba. Todos ellos de origen peruano.
Tener tres víctimas en el seno de la misma familia les ha dejado una profunda huella. "Desde que nos pasó todo esto la vida nos cambió por completo", añade su hermano José, el padre de Diego, que revela que ese ha sido "el día más desastroso de mi vida".
"Aún no hemos aceptado lo que ha pasado. Ni yo ni mi mujer", subraya sobre la pérdida de su hijo, un joven de 26 años para el que era su primera marea. Se enroló en el Villa de Pitanxo porque se suspendió un curso que iba a hacer "y no quería quedarse sin hacer nada".
Él, como veinte de sus compañeros, "se subió a ese barco y ya no volvió más", lamentan sus allegados, todos ellos vinculados laboralmente con el mar y a los que, desde el día del naufragio, "nos cuesta mucho ir a trabajar, no somos capaces".
José More explica que "yo antes trabajaba tranquilamente cuatro meses seguidos", embarcado en alta mar y lejos de su familia, pero señala que ahora "tendría que pensarme mucho volver a la pesca de altura porque la vida ya no es igual".
"Ese día nos destrozaron la vida", reitera el padre de Diego More, que asegura que en lo único que puede pensar es que, a lo largo de este último año, "ha pasado su cumpleaños y hemos pasado unas navidades muy tristes, siempre pensando en él y en lo que ha pasado".
Él le pidió a su hermano "que no fuera más" en ese barco, en el que el propio José había trabajado "y sabía lo que pasaba ahí", pero Daniel More le dijo que "iba a ser su última vez y así fue". El destino hizo, lamenta emocionado, que "no quiso irse solo y se fue con mi hijo".
Edemon Okutu, contramaestre del Villa de Pitanxo, dejó en tierra a su mujer y sus tres hijas, la más pequeña de tan solo siete meses. Jeanette, la mayor de ellas, no se separa de su madre. "Ella lo está pasando muy mal", explica. Con él llegó a España hace más de veinte años.
"Hay noches que no duerme y yo tampoco", asegura esta joven, que lamenta los momentos perdidos con su padre. "Estaría ahora conmigo viendo lo bien que estoy creciendo", sostiene. Le duele además que su hermana "no se acordará de los momentos que vivió con él".
Okutu es uno de los nueve marineros que no ha podido recibir sepultura. Su cuerpo sigue hundido en aguas de Terranova. No tener un lugar en el que llorarle hace que todo sea aún más difícil para ellos porque "no sabemos dónde está y eso es muy duro".
Lo mismo ocurre con Fernando González, el engrasador del barco. Sus hijos, Cristofer y Kevin, han sido desde el principio dos de los portavoces de los familiares. "Lo único que nos da esperanza de seguir es hacer justicia. Nada más", afirma el primero de ellos.
"Este año ha sido horrible. Lo que nunca esperas que puedes sufrir nos tocó pasarlo", subraya Cristofer González, que reconoce que su familia "lo ha pasado fatal". Su abuela, enferma de alzhéimer, no sabe qué ha pasado con su hijo. "No podemos contárselo porque si no, para ella, sería como si se le muriera el hijo todos los días", añade emocionado.
Él reconoce que, durante mucho tiempo, no pudo dormir de noche. "Tuve que tomar pastillas para la ansiedad", rememora. "Nunca creí yo que me iba a acordar de mi padre todos los días. Quiera o no todos los días pienso en él", subraya el hijo del engrasador del Villa de Pitanxo.
Muchos de ellos aseguran que todavía no han pasado por la fase de duelo. "Tuvimos que ocuparnos de lo importante", reitera Cristofer. "Yo tengo algo aquí dentro -señala al pecho-, rabia, odio o lo que sea, y lo que necesito es que se haga justicia".
Justicia. La palabra que más repiten los familiares, que denuncian un "abandono total" por parte de la armadora del barco, Pesquerías Nores. "Lo único que intentaron es ocultar la verdad", denuncia el hijo de Fernando González. Igual que el patrón del buque, añade.
Opina lo mismo José More. Él y su familia tienen "a dónde ir a dejar colocado un ramo de flores", pero muchos otros "no tienen a dónde ir a llorar o a poner una vela", algo que achaca a la "avaricia de un hombre" que quiso seguir pescando en pleno temporal.
"Jugaron con nuestro dolor. Yo perdí a tres de los míos y no es justo que estén con mentiras", asegura su hermano Pablo, que considera que "si el patrón o la armadora tuvieran la conciencia limpia se habrían molestado en habernos dado consuelo".
Noemí Rivas, mujer de Pedro Herrera, primer oficial del Villa de Pitanxo, insiste en que "fueron muy crueles porque no llamaron ni mandaron a nadie a casa". Ella -con un niño de ocho meses- se enteró por redes sociales. "Son malas personas, miserables e inhumanos", censura.
Llamada tras llamada, lo único que recibían en esas primeras horas era silencio. "No contestaban a nada porque decían que no sabían nada, pero lo sabían todo. Son cobardes y ya estaban con sus mecanismos para taparlo todo", sostiene Cristofer González.
Los veintiún fallecidos del Villa de Pitanxo "no van a volver", reconoce resignada María José de Pazo, hija de Francisco de Pazo, el jefe de máquinas del barco naufragado en Canadá, "pero cada uno de ellos tenía detrás una familia que se ha quedado devastada".
A pesar de ese dolor han querido seguir luchando para que "esto que estamos viviendo no lo viva nadie más y que sea un antes y un después", según Pablo More. "Que esto no quede en vano. Ya no por mí, que los míos no van a volver, sino para la gente del mar", afirma.
"No fue un accidente por un golpe de mar. Hay muchas lagunas que investigar y aclarar", concluye De Pazo, que no entiende por qué la operación para bajar al barco se ha retrasado tanto, si bien sospecha que "está claro quién no quería se bajara allí".
Si no fuera por la persistencia de las familias "no habrían hecho nada", subraya María José de Pazo, que recuerda que en siniestros en otros ámbitos, como la aviación, "se revisa hasta el último tornillo" para averiguar las causas de una catástrofe de este calibre.
El hundimiento del Villa de Pitanxo, hace justo un año, es la mayor catástrofe en la pesca gallega desde que, en 1978, 27 personas perdieran la vida frente a las islas Cíes. "Quien nunca tuvo miedo a la verdad apoya que se investigue hasta el final", sentencian las familias.
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