Compartir piso ya no es cosa de estudiantes
Por Manu Otero
Pontevedra es una ciudad universitaria. Durante años, buena parte de la oferta de pisos de alquiler la copaban estudiantes que desembarcaban en la ciudad del Lérez en el mes de septiembre llegados de todos los rincones de Galicia. Los universitarios no se han ido, pero les ha salido competencia. La precariedad laboral, la subida del precio del alquiler y la inflación ha empujado a la clase trabajadora más joven a compartir piso.
"¿A quién no le gustaría vivir solo? Puedes llegar a permitírtelo, pero trabajaría para pagar alquiler y facturas. Solo en eso se te va más de medio sueldo. Y una también quiere vivir, ir al gimnasio o salir a tomar algo con amigos. Tendrías que limitarte en muchísimas cosas para tomar un alquiler sola", reconoce Ornela Miranda, que comparte piso desde su llegada a Pontevedra hace más de dos años.
La joven sostiene que no puede quejarse de sus condiciones laborales. "Tengo la suerte de estar fija y con contrato a 40 horas semanas, que hoy en día no es nada fácil, y aún así estoy compartiendo piso", relata.
En una situación laboral menos favorable se encuentra su compañera Ainhoa Pazos. "Llevo muchos años trabajando en hostelería con sueldos de unos 1.000 euros o menos, dependiendo de las horas. Eso me ha llevado siempre a compartir piso. Decidí dejar la hostelería para buscar un sector más asentado y resulta que no encuentro nada por más de dos meses, teniendo trabajo dos meses sí y otro mes no, no puedo permitirme vivir sola", confiesa esta marinense que ahora trabaja en un supermercado con un contrato de 30 horas semanales, "lo que significa que no llego ni a 1.000 euros", lamenta.
Para vivir de una forma más desahogada, también decidió compartir gastos y hogar Daniel Casás, que convive desde el 2021 con un amigo suyo. "Preferimos compartir gastos y vivir juntos para no tener que privarnos de casi nada a tener que vivir solos y estar pendientes del dinero", señala este vecino de la Praza do Teucro.
El precio del alquiler es el principal escollo que encuentran los recién incorporados al mercado laboral a la hora de tomar la decisión de independizarse, pero no es el único. "Los pisos en general están por más de 500 euros con una o dos habitaciones", se queja Ainhoa. Una cuota mensual a la que hay que añadir las facturas de luz, agua, basuras o Internet entre muchos otros gastos fijos. Todo sin citar la subida de precio del carro de la compra. "En invierno, la factura de la luz nos llegó a 100 euros", detalla Ornela. "A mayores del piso, estoy pagando el coche, que es algo que me haría todavía más difícil vivir solo", añade Daniel, trabajador de una distribuidora farmacéutica.
En algunos casos, la calidad de las viviendas también deja mucho que desear. "En marzo del 2021 nos fuimos a un piso en Cruz Gallástegui, pagábamos 600 euros al mes, no teníamos garaje ni trastero y era un piso normalito", ilustra Casás, mucho más satisfecho con su nuevo piso en la zona vieja por el que pagan menos. En peores condiciones vivió Miranda en su primer piso en Pontevedra, "pagábamos 430 euros por un piso en condiciones pésimas, habitaciones diminutas con armario diminuto, muebles roídos... daba pena. Estaba en el centro, sí, pero me parecía un alquiler excesivo para lo que era el piso", apunta.
Acceder a un piso en alquiler o mudarse a otra vivienda tampoco es tarea fácil. "Hace unos meses busqué otro piso, por ver lo que había, y me ha sido imposible porque no tengo un buen sueldo. Además me piden un contrato indefinido, que yo no tengo, ingresos elevados o un aval bancario y más dos meses de fianza. Eso eleva mucho más los costes", protesta Ainhoa, abocada a seguir en un piso en el que vive desde el 2019 porque "es de lo más barato en el centro de Pontevedra y aun así si lo pagase yo sola se me iría más de la mitad del sueldo", remarca.
Y por si la misión de alquilar un piso no fuese suficientemente complicada, hay que añadir un impedimento más a la ecuación. "Tengo un perro. Así que es imposible encontrar otro piso", asume Pazos.
El miedo a tener que asumir todos los costes de un piso en alquiler en solitario es real. Ornela lo vivió en sus carnes. "Mi compañera tuvo que dejar el piso porque cambiaba de trabajo y me vi en la situación de quedarme sola en el piso pagando alquiler y facturas. Pagábamos 430 euros. Me vi en esa situación y menos mal que se dio la casualidad de que una amiga también buscaba compañera de piso y me fui a vivir con ella. Pago 15 euros más de alquiler, pero el piso está mucho mejor", recuerda con alivio la dependienta de una tienda de zapatos.
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