Carlos Xerardo Casais
Palabras enjauladas: Maldita válvula
«Eres un urbanita y un aburrido. Vete a pasar unos días al campo, verás cómo te cambia esa cara de mustio que tienes» Sentenció Félix a la primera de cambio y sin venir a cuento. El caso es que, tras unas primeras vacilaciones, esa misma tarde, desde la oficina, seguí sus consejos y me puse a buscar por Internet una casa rural, para sopesar la posibilidad de pasar estos cuatro días de vacaciones de Semana Santa. En realidad él estaba al tanto de ello, era una vieja deuda que tenía pendiente: se los debía a mi chica desde hace tiempo. A ella al contrario que a mí, que me encanta pasarme el ocio en los garitos o tumbado en el sofá, le tira la naturaleza y le pirran los aires limpios del campo, los trinos madrugadores de los pájaros y los paseos sin rumbo, lejos del ajetreo de la ciudad y de los ruidos en los atascos. En el fondo soy una persona de asfalto.
Tras unos cuantos escarceos informáticos, llevado de la sabihonda mano del señor Google, seleccioné varias candidatas: se anunciaban a un precio razonable y estaban ubicadas a una distancia que yo consideré, en esos momentos, prudencial. Quiero precisar: le llamo prudencial a no tener que conducir más de dos horas; más tiempo me daría pereza. Imprimí una copia de pantalla de cada una de las cuatro alternativas que me parecieron más interesantes y me las llevé a casa para que mi pareja decidiera a su gusto. A fin de cuentas, todo lo hacía por congraciarme con sus deseos y liberarme, de un plumazo, de mis compromisos adquiridos. En el fondo soy una persona sensata.
Ella, al ver mi predisposición voluntaria y sin resistencia a una escapada campestre, no dio crédito a mi pacífico ofrecimiento y reaccionó de forma espontánea y desmesurada: me comió a besos, lo cual me hizo sospechar que tarde o temprano habría consecuencias aciagas. Esa noche, en lugar de espaguetis con huevos fritos me preparó mi cena favorita: bocata de chorizo con queso, pasado por la plancha y, de propina, una copa de vino. Notarla tan solícita no hacía más que acrecentar mi inquietud. ¿En qué berenjenal me estaré metiendo? Me dije por lo bajinis. En el fondo soy una persona suspicaz.
Mientras me metía el bocadillo entre pecho y espalda, le estuvo dando vueltas y vueltas a los prospectos que le había traído y no acababa de decidirse: que si una le gustaba por el entorno, que si una segunda por el estilo rústico de la construcción, que si otra por las rutas de senderismo que anunciaba... Reconoció que estaba hecha un lío, pero que lo iba a desenmarañar en breves. «Pero antes de nada, debería llevar mañana al coche al taller. Necesita urgentemente una puesta a punto. Ese humo que sale por el escape no tiene buena pinta. Debe ser cosa de los inyectores» Fue mi propuesta, para que al día siguiente se levantase un poco antes y fuese al trabajo sola y en autobús. «Vale. Tienes razón. Llévalo» Contestó contenta y desapareciendo ipso facto por el pasillo. Amodorrado en el sofá, percibí con nitidez como aporreaba el teclado del ordenador de la salita: no hacía falta ser un lince para saber que estaba buscando más información respecto de las casas que le había facilitado, papel en ristre, instantes antes. «¡Ya la tengo!» Dijo una voz en off que, obviamente, no era la mía. «Aprovecha y haz la reserva ya» Le contestó ahora sí, la mía desde el salón. En el fondo soy una persona resoluta.
Se levantó temprano y, sin apenas hacer ruido, se duchó. Cuando quise despedirme de ella, ya se había ido. Encontrarme el zumo de naranja recién exprimido, el café calentito y el par de tostadas con mermelada encima de la mesa, no podían ser buen augurio. «Manolo, te traigo el coche, para que le eches un vistazo a ese humo que sale por el escape. Quiero irme de viaje y lo necesito para mañana sin falta». El rictus de pragmatismo profesional del jefe de mecánica me dejó frio y preocupado. «Le echo y vistazo y con lo que sea te llamo a la oficina. Este humo puede ser debido a muchas cosas». En el fondo soy una persona miedosa.
«Pero, ¿qué coño es la válvula EGR? Pero, ¿qué es esa mierda, que me sale por un pico?». En el ciberespacio, por enésima vez, di con la respuesta y a tan sólo un par de atajos de teclado: La EGR es una válvula que hace que pasen gases quemados del escape a la admisión para disminuir la temperatura de la combustión haciendo esta menos potente y emitiendo menos óxidos de nitrógeno. La válvula abre en mayor o menor cantidad en función de las estrategias definidas en la unidad de control de motor siendo los parámetros principales: temperatura de motor, carga de acelerador y régimen. Manolo también me dio su respuesta, evidentemente mucho más inteligible y a tan sólo un par de atajos de auricular: «cambio de válvula, aceite, filtros, revisar niveles y mano de obra, 500 euros. Si quieres factura hay que añadirle el IVA.». En el fondo soy una persona desorientada.
Mis inciertos vaticinios se concretaron en mi cuenta corriente. Mi presupuesto para pasar los cuatro días se había ido al garete antes de salir de casa. Tuve que tirar nuevamente de la VISA y aplazar el pago tres meses. ¡Cualquiera se atreve ahora a anular la reserva! ¡Empezamos bien las vacaciones! ¡Esto sí que es un Calvario en plena Semana Santa! Las buenas iniciativas de Félix me llevan de forma inexorable a tener problemas. «Maldito coche. Malditas válvulas». Luego, razoné un poco: «Antes deudas que perder a mi chica». En el fondo soy una persona enamorada.