Kabalcanty
Los superhéroes y dioses de Alexander Vórtice
Siempre me sedujo lo casual, lo fortuito que a la vida se le antoja colocarnos para que nos sintamos en consonancia con ella y no nos importe soltarnos la melena y brindar con whisky a las ocho de la mañana. A mí siempre me ha dado resultado tanto como la previsión y el cálculo han dado al traste cualquier atisbo agradable. Y de esta manera conocí a Alexander Vórtice: por obra y gracia de un accidental encuentro en las redes sociales. Bien es verdad que nuestro conocimiento es meramente virtual, sin embargo en nuestros comentarios, versos o simples alusiones medio en broma, medio en serio, hemos conectado más allá del medio de la Red; como un guiño que se nos descuelga casi sin querer.
Aquellos lectores que me hayan seguido todos los martes a través de este diario, recordarán que hice alusión a su nombre, y al último libro de relatos que ha publicado, en una página titulada "Nemesio Acebal, librero ambulante", en diciembre del pasado año. Por supuesto que eso ya no fue nada fortuito. Le conocía a él, conocía la publicación reciente de su libro, y me encapriché por anclarle en el imaginario de Kavaranchel de la mano de ese ficticio trapero-librero llamado Nemesio Acebal.
Hace unos días, tras una serie de avatares esperpénticos que no vienen al caso, compré su libro en Madrid y, lo más importante, lo leí. No niego que me embargaba una especie de nerviosismo fetichista (cosa que siempre me pasa con los libros de los autores que aprecio) sintiendo la suavidad de su portada rozando mi mano, ni ese olor indescriptible a página virginal, como también es innegable la emoción que experimenté al leer el prólogo de Sylvie Tartán (en el mismo vagón de la línea 5 de metro) anunciándome la golosina literaria que iba a degustar, sin embargo todo lo superfluo, la parafernalia que me gusta poner a todo lo que me apasiona, iba a desaparecer para dar paso a lo auténticamente sustancial: leer Dios y otros superhéroes al llegar a casa. Si os soy sincero hasta las trancas, estimados lectores, no quería comenzar la lectura en aquel mismo vagón porque (y esto también forma parte de un maniático rito particular) temía que el texto, al abrir páginas, se mancillara de alguna manera, perdiera su esencia íntima, entre gentes que viajaban cotidianamente sin importarles un bledo, con toda lógica, lo que yo atesoraba entre mis manos.
Tras la lectura del libro de Vórtice mi primera impresión es que en vez de 16 relatos cortos leí una crónica de 88 páginas. El intimismo de la confesión, el sentimiento, la idea, se extiende por un relato incansable con la pulida prosa con que nos tiene acostumbrados en sus artículos en este mismo periódico. Irrefutablemente también se trasluce la emotividad del poeta que es Alexander, y la narración fluye entre nutridas descripciones y estados de ánimo entre el cielo y el infierno que son versos atrincherados bajo el óleo prosaico.
Un mono de trapo parece escuchar ensimismado, amigado "de los sentimientos difíciles de conseguir", las cuitas, reflexiones, confidencias, de un borracho soñador, un anacoreta urbano, un policía llamado Coswell, un espíritu celeste llamado Mac, un aprendiz de zombi, un suicida carteándose con la vida... Una misma voz ataviada con epidermis ocasionales que fluyen en la unívoca profundidad del narrador. El mono de peluche asiente impasible, acurrucado a la vera de los vellosos brazos de un escritor que sangra y sonríe en cada palabra transcrita desde su psiquis honrada, y sin cerrar los ojos jamás deseando que nunca amanezca. Un muñeco fiel, atento e infinitamente agradecido. Una soledad menos.
Las 16 historias, o el testimonio intermitente, tienen una lectura apacible, placentera, tanto para el cagaprisas que desea terminar todo antes de empezar, pues los relatos son cortos y sin ornamentación sobrante, como para aquel que guste paladear la buena literatura y dejarla en la boca hasta que se empape el cerebro y la consciencia se torne confusa pero llena de una extraña confianza (una mueca que nos hace estremecernos en un escalofrío liberador) que nos hace sonreír desde dentro.
Dios y otros superhéroes de mi apreciado Alexander Vórtice (mi compadre, como me gusta apodarle caseramente) será el primer paso para otras historias de hondo calado en la literatura nueva de este país, independientemente de su ranking de ventas. De sus versos y artículos de opinión ya sabemos y nos sentimos doblemente satisfechos, de su narrativa de ficción nos quedamos, de momento, con sus superhéroes y dioses a la espera "de otra excusa para continuar viviendo".