Alba Piñeiro
Racionalización del Sector Público
Muchos de nosotros, conscientes de lo que cuesta ser un buen ciudadano, al escuchar conceptos como "Sector Público" pensamos ipso facto en un sinfín de ventanillas en las que peregrinamos siempre que solicitamos una subvención, presentamos una solicitud, etc. y acabamos absolutamente hartos de las duplicidades, de no saber a quién dirigirnos, de que siempre nos falte algún documento más, de que los requisitos para acceder a una determinada ayuda o beneficio siempre parecen excesivosY la primera reacción suele ser la misma: tomarla con el funcionario o funcionarios que nos atienden, ya que nuestros impuestos, entre otras cosas, sirven para pagar su sueldo, sin tener en cuenta que no tienen discrecionalidad suficiente para reducir cualquier requisito, no nos pueden conceder las subvenciones a dedoSolo el deber de asistir e informar correctamente al ciudadano y de tratarlo con el debido respeto. Los que realmente tienen el poder de cambiar esas cosas que tanto nos irritan cada vez que entramos en alguna oficina de un edificio público son los políticos y el alto funcionariado. De fallar algo, lo hace el sistema en sí y no tanto un colectivo de trabajadores.
Hace unos días fue aprobada la Ley de Racionalización del Sector Público, cuyo objetivo es implementar las recomendaciones propuestas por la CORA (Comisión para la Reforma de las Administraciones Públicas). Sobre el papel se indica que se eliminarán duplicidades, que aumentará la transparencia en cuanto a la concesión de subvencionesTodo ello contribuyendo a una mejor gestión de los recursos destinados al Sector Público, con el consiguiente ahorro que en principio esa mejoría supone.
Si bien existen diferencias entre el Sector Público y el mundo de la empresa privada, hay una cuestión de la que ambos sectores no pueden prescindir: la buena gestión. Un gran presupuesto no sirve de nada si la gestión es pésima, con unas directrices absurdas y si los que están más arriba se desentienden de su trabajo, sin implicarse absolutamente nada y por si fuera poco, no dejando participar a los empleados en la toma de decisiones, ni escuchándolos, no ya como empleados, sino como servidores del cliente o del administrado, impidiendo que aporten su experiencia en lo cotidiano para corregir errores frecuentes.
Un Sector Público rígido, que no se adapta a los propios cambios de la sociedad a la que sirve, poca utilidad tiene. Supone más un lastre que una ayuda al ciudadano, generando en él una sensación de desconfianza y logrando que vea a la función pública como un obstáculo y no como un elemento de apoyo hacia sus intereses y hacia su bienestar.
Ya va siendo hora de que el propio Sector Público tome conciencia: lo que hace tiene un impacto importante. Trabajar en el Sector Público es sinónimo de estabilidad laboral, pero no de que las cosas se realicen solas. Hay mucho por hacer y todo lo que se haga repercute en la sociedad al completo. Los buenos ciudadanos nos merecemos una Administración Pública digna.