Kabalcanty
Un paseo concéntrico (y parte 2)
K. entró al teatrillo con dos vasos de plástico humeantes. El anciano había dejado el borde del escenario y se acomodaba en una de las butacas de la primera fila de la platea; el disfraz arlequinado rebosaba en el asiento hundiendo el macizo de su cabeza en un valle bicolor.
- Cuidado, Karlin, que quema -le advirtió el hombre al pasarle uno de los vasos.
Colocaron el vaso en el reposabrazos y se sonrieron.
- Es usted muy amable, K.
Este se saco del bolsillo de su cazadora un donuts, lo partió y le alargó una de las mitades al otro.
- ¡Ah, un donuts! -exclamó el anciano con delectación- ¿Sabe una cosa? Es indudable que este desayuno del primer día del año es un momento feliz, de esa clase de felicidad fortuita que debe paladearse como si fuera la última de nuestra vida.
Desayunaron en silencio, mirándose alguna vez mientras masticaban, mientras escuchaban a lo lejos el trajinar en la basura del muchacho de la entrada.
K. se sacó el paquete de cigarrillos y se lo ofreció a Karlin, el cual denegó meneando la cabeza brevemente.
- Déselo a la salida a Lucas, el muchacho de ahí afuera, le gusta fumar y no tiene dinero para tabaco. Es joven y anda sin trabajo como muchos otros, usted ya sabe, y tiene a una familia que mantener. Es buen chico....-hizo una pausa como si al mencionar a Lucas le hubiera acudido alguna clase de pensamiento.
Despaciosamente elevó la cabeza hasta el escenario.
K. fumaba, atento a su vetusto compañero.
- ¿Sabe una cosa? -prosiguió, hundido cada vez más en su traje; sobre la piel, arrasada de años, en su perfil podía descifrarse la vida como cárcavas que bullían adentrándose en su nariz, en sus oídos, en su boca- Que los actores son menos importantes que los espectadores, de acuerdo que son más ruidosos, que su profesión los encumbra sobre el escenario y recrean escenas de la vida que a todos nos deleitan, pero sin la aceptación de los espectadores no serían nada. Le digo esto, y perdone K. la verborrea de un viejo charlatán, porque pienso en los tipos que dirigen al mundo. Ordenando desde su élite el qué, el cómo y el por qué de millones de seres; se equivocan y vienen otros a reemplazarlos que hacen cosas similares o aciertan y pronto se olvidan de que su puntería debe renovarse día a día. Ellos son menos importantes que el resto de los mortales y rechazan saberlo, sin ese resto no serían nada; a su escaparate no se asomaría nadie.
- Puede que ese resto no sepa de su importancia -dijo K., apagando su pitillo dentro de su vaso vacío.
- Puede, amigo K., puede -respondió Karlin, amasando oquedades dentro de su boca- Pero aunque lo desconozcan no dejan de ser determinantemente importantes, buena gente en esencia. Vivimos en un mundo de prontitudes, descréditos, urgencias y éxitos de bombo y platillo, y las funciones, por nefastas que sean, si tienen un adecuado marketing pasan por excelentes al igual que sus actores. A pesar de todo, sigo creyendo en esa multitud que por homogénea y manipulada no sale en la foto; tarde o temprano tendrán que darse cuenta. Y se lo dice el viejo Karlin, un mal actor que desperdició su vida entre bambalinas y que ahora sólo es un disfraz en este teatrillo de medio pelo.
En esta última frase se le escapó al anciano una pizca de amargura recóndita, un último trago encasquillado.
- Como los estrenos que nos proponen los que dirigen el cotarro, de medio pelo -alegó K.
- ¿Cómo se gana usted la vida, K.? -le preguntó Karlin, cada vez más menguado dentro de su traje.
- Como buen insensato, soy poeta.
El anciano, apenas con los ojos fuera del cuello de su disfraz de arlequín, reprimió una risita afeminada que alborotó su atavío.
- Entonces intuyo que es usted un perenne desempleado, estimado K.
Se escucharon varias voces desde la entrada: un grupo de cuatro hombres vestidos con mono azul de trabajo se acercaban por el pasillo central.
- Antonio, guarda en el almacén el disfraz de arlequín que lo estoy viendo tirado en el primera fila de butacas -dijo el operario de más edad a uno de los otros- Ya sabes que cómo se chafe nos cae la bronca. Oiga y usted ¿qué hace aquí?
La pregunta iba dirigida a K., levantado y de espaldas al escenario.
- Perdonen, estaba charlando con.......
No continuó cuando vio la indumentaria de arlequín desinflada sobre la butaca. Tomó el pasillo y, sin mirar hacia atrás, les deseo a todos un feliz año.
- Oiga, que se deja el café en el brazo de la butaca -dijo uno de los operarios con el vaso de plástico en la mano.
- Déjalo, Fermín, -dijo el más maduro- que todavía hay algunos no han empezado ni con la resaca.
En la calle, K. tendió un cigarrillo a Lucas.
- ¿Otro, colega? Pues gracias de verdad -dijo, parando de llenar la bolsa con desperdicios potables.
- Te lo mereces porque eres un importante, y más de lo que crees, o por lo menos eso me acaba de decir Karlin.
Lucas le sopesó de arriba abajo, mas acto seguido , después de encogerse los hombros, se puso el pitillo entre los labios y continuó a lo suyo. K. ya estaba alejado sobre la acera con los auriculares enchufados en sus oídos. ......son espíritus barridos por el viento......