Kabalcanty
Dignidad en la terraza
Nunca entendí aquello de que el trabajo dignifica y realiza. En mi caso, la tarea cotidiana siempre me ha esclavizado y menoscabado. Supongo que esa frase la acuñó alguien que no trabajaba un mínimo de ocho horas diarias soportando las estupideces de algún superior que pinta la empresa que le mantiene como algo quasi sublime. Tal vez sea cuestión de estar de un lado o de otro, pudiera ser. Yo soy de los que piensan que se trabaja porque se necesita el dinero que te pagan por tu trabajo para ser lo que no te deja ser el trabajo, o intentarlo a lo sumo. Es una opción, amigos, tan válida como realizarse machacándose sin tasa por la empresa.
El caso es que un mal día nos llegó el cese de la actividad laboral involuntaria y los filósofos del empresariado se rascaron la frente con fruición. Era una gran pauta para amarrar el desánimo y la tentación de la protesta en un lazo que apretara el cuello del subordinado trabajador. Y ocurrió, como normalmente nos pasa a los desangelados que necesitamos que nos paguen a fin de mes para creernos en la libertad de hipotecar nuestros días venideros. En los años 80, el paro surgió como una bestia, recreada en 2D, que protegía a los muy ricos, y a los un poco menos ricos, y que intimidaba a sus subordinados con el miedo de perder el empleo, el norte y el coste físico de la libertad. Los políticos, los esbirros de los muy ricos y a los de un poco menos ricos, conjugaron una serie de medidas para aparentar que el paro era un mal controlable, que era una cuestión de encarar el futuro con ánimo próspero. Pero como estaban pagados en su trabajo, sin viso de paro, pero amenazados tácitamente, por los muy ricos y los de un poco menos ricos, mintieron a los trabajadores y embarazaron a la bestia del paro con el monstruo de la crisis financiera, recreado en 3D, para perpetuar la especie. Mientras tanto, el progreso, al amparo de los muy ricos y los de un poco menos ricos, distrajo a la plebe trabajadora con canales de televisión por ejemplo, o mítines de líderes que prometían tres noches en veinticuatro horas. Amigos, todo estaba previsto: la distracción provocó el parto a escondidas y un buen día nos largan que el monstruo de la crisis financiera, recreado en 3D, es algo grave y que, entre todos, debemos cortarle el cuello para que no engendre hijos peores. Los que apenas nos habíamos dado cuenta de la amenaza, los que vivíamos pendientes de si la Belén Esteban iba o venía, de si el Madrí o el Barça, o nos limpiábamos la baba escuchando la filosofía emprendedora de nuestro líder particular, resultaba ahora que debíamos apechugar con el parto de la bestia (¿en 2D o en 3D?).
Comenzamos a pensar a contracorriente, y eso mosquea. Los que, además, habíamos leído tres o cuatro libros antes, en varios meses nos pusimos cardiacos, como muy cabreados, y los demás tardaron poco más. Salieron a las calles y dijeron simplemente que no, que no, que no, de una puñetera vez que no. Sonaba hasta musical, amigos. Que no. Yo, como no soy mucho de calle, dije que no y que no escribiendo, por Internet, a los amigos y a la familia. Lo habitual entre los que nunca parece que nos ganamos la vida. Claro, como es normal, se hartaron en pocos días y me ofrecieron la terraza (suerte que estábamos en verano) como mal menor. Me dejaron varios cuadernos, varios bolígrafos y un pc portátil con conexión wifi. Y aunque pasan los días, yo sigo protestando y protestando, muy cabreado, y desde mi terraza.
Precisamente hoy hace cuatro largos años que habito en mi terraza y precisamente hoy he decidido recoger mis bártulos y volver a entrar en mi casa. Mi dignidad ha ido menguando tanto que ya no la encuentro; podría haberse ido con el viento agarrada a uno de los cinco o seis pelos que me colgaban de la frente y que ya no tengo.
Las cosas parecen que han marchado mejor desde mi prolongada ausencia a juzgar por el talante desenvuelto y jocoso con que me han recibido; apenas he sufrido reproche alguno.
- Gracias a Dios que has vuelto a tus cabales.
Me han dicho unos y otras palmeándome la espalda o besándome en la mejilla.
Lo primero que he hecho ha sido ducharme, tomarme un café bien caliente y acercarme a una empresa de trabajo temporal en busca de empleo.
- Aunque su perfil -me ha dicho la señorita de la empresa de trabajo temporal- es el más problemático, trataremos de reconvertirle en activo en el tiempo más breve. Eso sí, le advierto, que su salario mensual, si es que podemos recolocarle por fracción-mes, será de unos seiscientos euros brutos; siendo por fracción-hora estaría en torno a cinco o seis euros brutos. Que tenga un buen día, señor.
A la vuelta, he evitado el bar de Baldomero y me he metido en casa, seguro que ya todos se habían marchado a sus ocupaciones. Iba a coger el libro de Alice Munro que dejé a medias hace cuatro años, sin embargo me he frenado y he puesto el aparato de televisión para ver anuncios. Luego creo que he quedado amodorrado, creo.