Kabalcanty
Sobre la incomodidad de la heterodoxia
El auditorio del aula magna de la universidad aplaudió el penúltimo discurso. Había sido el del profesor Cohen que, tras las palabras de sus cuatro antecesores, se había ceñido al protocolo verbal tal y cómo lo hicieron sus colegas; agradecimientos, loas a un pasado universitario ejemplar y satisfacción por un futuro prometedor. Le tocaba ahora el último turno al profesor Crary que impartía Historia de Arte Moderno. Escudriñó a la audiencia antes de comenzar y adoptó un gesto adusto, casi forzado dado su carácter afable y extrovertido reconocido casi unánimemente por alumnos y colegas. Hizo un ademán de saludo y comenzó a hablar sin mirar papel alguno.
- Como nos dicen muchos famosos teóricos de la política, cualquier clase de resistencia eficaz supone inventar al mismo tiempo nuevas maneras de vivir. Y aquí viene la parte difícil: antes de que cualquier nueva forma de vida social pude surgir de forma siquiera provisional, tiene que haber un replanteamiento radical de cuáles son nuestras necesidades, un redescubrimiento de cuáles son nuestros deseos. Esto significa dejar por completo de comprar lo que se nos dice que necesitamos y repudiar del todo el papel de consumidores. Significa rechazar activamente la letalidad de la cultura del dinero y todas las imágenes y fantasías tóxicas de riqueza material que nos rodean. Para aquellos de nosotros que tengamos hijos significa abandonar las expectativas imposibles y desesperadas de éxito profesional y económico que les imponemos, y proporcionarles en cambio visiones de un futuro habitable compartido colectivamente. Pero estas son tan sólo las primeras de las tareas preliminares, una preparación rudimentaria para las luchas políticas reales que están teniendo lugar actualmente y para aquellas que no tardarán en extenderse por doquier, en medio de la intensificación de la catástrofe ecológica, la polarización económica y la guerra imperial. Gracias y les deseo a todos una feliz jornada.
Tras su lacónico discurso, hubo un bisbiseo in crescendo donde nadie se encaró; todos los asistentes se ojeaban solapadamente y se dudaba entre aplaudir o dejar desarrollarse el mutis. Al final hubo un aplauso tímido, cuasi pactado, que Crary agradeció inclinando la cabeza y abandonando con calma el estrado.
Pasó por su despacho para telefonear a Lucile y contarle su experiencia. "Has hecho lo que tanto tiempo te dictaba tu conciencia, John, y eso te honra como te dije anoche" Crary entornó los ojos al escuchar la voz de su esposa y asintió para sí. "Ándate con cuidado ahora porque seguro que en la recepción no pararán de ponerte palitos para que tropieces", le dijo ella mandándole un sonoro beso a través del auricular.
En la puerta del salón de actos, Curtis, uno de los bedeles de la universidad, indicaba a los asistentes la puerta precisa para acceder al catering. Le guiñó un ojo y sacudió intencionadamente su mano derecha a lo que Crary respondió palmeándole su hombro más próximo.
Con el primero que se topó fue con Garret, un joven profesor de Literatura que apenas hacia tres años que estaba en la universidad. Les unía su pasión por Faulker y por las pintas de cerveza del pub Burke´s. "Le has puesto un par de narices, John, pero te advierto que echan chispas todos los grandes carcamales", le dijo, acercándole un vaso de cerveza de la bandeja del camarero de turno.
Crary se percató de cómo le observaba el rector Conner inmerso en un círculo de catedráticos dónde destacaba el decano emérito Roger E. Malone. Poco a poco todos fueron clavando sus ojos en la misma trayectoria que Conner.
- Me parece inadmisible, señor Crary, -el rector Conner se le había acercado decididamente y le hablaba señalándole con el dedo índice con tic nervioso- que se valga de su puesto en esta universidad para difundir sus estúpidas ideas pro soviéticas y más en este día conmemorativo y delante del decano Malone. -se enjugó una gota de sudor sobre su ceja con la manga de su chaqueta- Esto va a llegar a oídos del Ministro y le prometo, aunque sea lo último que haga en mi puñetera vida, que va a arrepentirse de haber sido profesor en esta universidad.
El joven Garret miraba la escena sin escucharla, a una distancia que consideró oportuna cuando el rector vino hacia ellos.
- Y cuenta Ray- añadió uno de los catedráticos que se acercó desde el grupo- con todo el apoyo incondicional del pleno de catedráticos.
Crary posó su mirada en la espalda de los dos hombres cuando volvían al grupo. Notó los puntiagudos ojos de muchos de los asistentes y de cómo Garret le huía cuando le buscó a su alrededor.
Cogió al vuelo otra cerveza al paso del camarero y se fue a instalar junto a un gran ventanal con vistas al campus. Era un día hermoso de verano, poco caluroso, con una ligera brisa húmeda que mecía suavemente las copas de los chopos. Algunos estudiantes, tumbados sobre la hierba, charlaban con sus caras puestas en el cielo y reían con franqueza agitando sus cabellos largos. John Crary se prolongó hasta aquellos cuerpos jóvenes y se dejó dorar por el sol con voluptuosidad. Pensó en todos sus alumnos venidos y por venir y se sintió el hombre más honrado del mundo.