Kabalcanty
The Scepter of Sigrid (Arrival)
Pega el cuerpo a las paredes de la montaña mientras avanza despaciosamente por el desfiladero. Las últimas horas de la luz tiñen rojizas las nubes densas que embadurnan el escarpado macizo. Camina con sumo cuidado, haciendo rodar las piedrecillas al vacío del abismo, sujetando la espada Gram con la mano derecha por encima de su cabeza.
El cuerpo de su armadura, dejando libres sus brazos y sus piernas, reluce contra la piedra humedecida por la neblina. Un bramido se escucha lejano, repetido en tres ocasiones, y él mira a la cima invisible a través del mechón rubio que le cuelga sobre la frente. Suda refulgiendo su musculatura y aferra la espada en guardia. El rugido se escucha más cercano. La niebla se alborota concentrando un torbellino tal y cómo si fuese un taladro. El guerrero mira hacia el cúmulo neblinoso. Respira hondo y, sin separar su espalda de la pared, abre sus piernas y esgrime la espada en posición de ataque.
(Pulsó el botón "pause" para secarse las manos sudorosas sobre la tela del pantalón vaquero. Aprovechó para enjugar también el mando y dar un sorbo a su lata de coca-cola. Enderezó la pantalla para evitar posibles y molestos reflejos. Eructó ligeramente y pulsó el botón "play")
Una cola enorme, terminada en corte de flecha, se estrella contra la pared de la montaña y remueve un aluvión de piedras. El guerrero salta vertiginosamente sobre el angosto desfiladero lanzando repetidos espadazos hacia la dirección de la cola. La niebla cobija el rugido. Una bocanada de fuego hace encogerse al guerrero envuelto entre brasas. El dragón aletea a pocos metros de la montaña para lanzar otro ataque que vuelve a tocar al guerrero. Se tambalea. Camina sobre el desfiladero. En un intersticio de la montaña brilla algo dentro de un cofre.
("Vamos coge vida, mamón", dijo tecleando rápidamente sobre el mando)
- Fidel, vamos a cenar -anunció la madre tras la puerta del cuarto- Deja ya el maldito jueguecito.
Fidel hizo un gesto de fastidio y contestó a su madre con un "ya voy" rutinario. Dio a la tecla para guardar la partida y apagó la consola.
Sobre la mesa del comedor había una fuente con croquetas, un cartón de vino y una jarra con agua. El padre se acodaba sobre la mesa con los ojos fijos en la pantalla del televisor.
- Vamos, cogerlas que se enfrían -dijo la madre, partiendo unos trozos de pan.
Fidel se sentó con desgana. Escuchaba la televisión sin mirarla.
En la pantalla una turba de personas intentaba subirse a un tren mientras policías, con cascos y chalecos acorazados, le emprendían a golpes a diestro y siniestro. El presentador del noticiario hablaba de corrido, consultando en ocasiones los folios que tenía sobre la mesa, con un deje sui géneris que sonaba cansado. Habló de un nuevo caso de corrupción que salpicaba a varios empresarios y exministros, y de los nuevos datos del desempleo que eran mejores que los del mes pasado pero peores que los del año pasado por esas mismas fechas.
- Cada nuevo telediario es una nueva depresión. -dijo el padre con la boca medio llena.
Fidel masticaba las croquetas absorto en sus cosas.
- Pues me he encontrado a la madre de Julio -enunció la madre dirigiéndose a su hijo- y me ha dicho que ha entrado a trabajar en un hiper de reponedor. No le pagan mucho pero ya ha metido la cabeza en una empresa. Eso es importante.
Nadie contestó. El noticiario seguía su curso. La sintonía del parte meteorológico inundó el cuarto con notas estrafalarias.
- Puto trabajo -dijo el padre entre dientes y posó sus ojos sobre el mantel.
La madre escrutó su perfil y apretó los dientes marcándose al filo de sus mejillas.
- Toda la jodida vida trabajando y ahora con cincuenta y dos años soy un viejo parado inútil para todos.
El padre escanció una buena ración de vino y le dio un buen sorbo.
- No empecemos con tus quejas que me duele un poco la cabeza, Antonio. Y eso: tú bebe y bebe como si con eso fuésemos a solucionar los problemas.
Los reproches fueron sucediéndose y la discusión fue un hecho en apenas unos minutos.
Fidel, como otras veces, cogió una manzana y se fue a su cuarto. Se acercó otra vez a la consola pero en el camino se encontró con el aparato de mp3 y se decidió por él. Se colocó los auriculares. Subió el volumen de la música y se acercó a la ventana. A oscuras, el patio le pareció fascinante. Los tilos crecían sombras picudas y oscilantes que abanicaban la pista de baloncesto. Las lucecitas de las casas se abrían o cerraban como mensajes cifrados augurando alguna novedad. Un gato escuálido, engrandecida su silueta al contraluz de la farola, sugería un Nekomata esgrimiendo su cola bífida con desafío. La corriente de aire acrecentaba pisadas que se perdían en la catacumba del portal de la casa de enfrente. El chirrido de una persiana al cerrarse era el bufido del despertar de un dragón joven. El tiempo se aquietaba. La noche era el cauce de los sueños. Así como si Sigrid venciera al dragón Fafner y llegara a recuperar su legítimo cetro.