Kabalcanty
K. y la cerveza (en prosa)
El poeta galardonado se subió al escenario y la veintena de personas comenzó a aplaudir. Sonrió con el enorme convencimiento de su cara de luna mientras le dedicaba unas cuantas cucamonas a su pareja, una cuarentona de pelo cortado a lo paje que reía buscando la complicidad de los asistentes. Luego el poeta carraspeó dos o tres veces, se sacó un folio doblado en cuatro del bolsillo de su chaqueta y comenzó a recitar con su tono melindroso escudriñando un más allá que topaba con el entelado trasnochado que cubría la pared frente al escenario.
"...Mi vida no se interrumpe
a pesar de que vivo en la locura de tu cuerpo
y tomo en mis manos
la piel encendida de tu vientre
para darme el gusto de amar,
el gusto de vivir,
el gusto de probar tu carne,
el gusto de robar tus besos;
pero sé que nada es suficiente
para calmar esta hambre y esta sed de amar."
Concluyó el poeta y volvió a ensanchar su rostro en una sonrisa para recibir otra nueva dosis de aplausos. Su pareja subió aparatosamente al escenario para fundirse en un abrazo que levantó más de un suspiro entre la audiencia.
K. se entretenía, mientras los demás permanecían en pie lanzando vítores, en trenzar el deshilachado del roto de sus pantalones vaqueros. Concentrado en su tarea, montada una pierna sobre otra en ángulo recto, se mordía el labio inferior al tiempo que canturreaba un zumbido para sí que bien podía ser una canción o el moscardoneo de un motor gripado.
- Señor K., quedan pocos minutos para que entregue el premio al poeta. ¿Tiene algo preparado?
Estrella, presidenta de la Asociación y organizadora principal del evento, le observaba desde la altura haciendo oscilar su collar de cuentas caramelo.
K. se levantó sobresaltado, como si le hubiesen despertado de un sueño, y se tocó el bolsillo superior de su camisa y dijo un "claro", adjuntando una breve sonrisa.
A su alrededor todo eran alabanzas para el poema ganador. A su derecha dos caballeros, vestidos con una pulcritud inmaculada, departían con tal seriedad que se antojaba trataban un asunto de vital importancia para el porvenir humano. "Esperemos que el panegírico esté a la altura de los versos", dijo uno de ellos soslayando a K. A su izquierda un grupo de cuatro señoras, embutidas en sendos trajes de chaqueta de tonos oscuros, hacían hincapié sobre la elegancia de la declamación del poeta. "De sus labios brota el numen del lirismo purista", comentó una de ellas, levantado ligeramente el mentón por encima de las otras.
K. se apartó y agudizó la mirada en busca de bebida. Ni rastro. El local de la Asociación, un antiguo taller de neumáticos que conservaba un cierto olor a caucho, era un desierto de bebidas alcohólicas, tan sólo en un rincón, bajo una litografía de Pablo Neruda, había un expendedor de agua mineral. "La madre que los parió a todos", se dijo, notando la desazón humedeciendo su cerebro.
- Le rogaría, señor K.,- le tomó del brazo Estrella llevándole al pie del escenario- y me tomo esta libertad porque sé que es una persona que atiende a todos los puntos de vista, que en sus palabras para el poema ganador insistiera en la importancia que tiene el amor como leitmotiv esencial tanto en la poesía más vanguardista como en la clásica. Sepa usted que hablara en nombre de la Asociación, y que nos honra que así sea, un poeta tan versado como usted, pero sería lamentable que obviara algo que para todos nosotros es inamovible. Se lo digo -e hizo una seña con su dedo índice dándole unos toques sobre el botón de la camisa, así como si estuviese reprendiendo a un niño- porque todos sabemos de sus coqueteos con esos poetas "vertikales", ¿es así cómo se llaman, verdad?, -preguntó con ironía- con toda esa modernidad obscena y esos versos fríos henchidos de trabalenguas que ni ellos mismos entienden. ¿Comprende por dónde voy?
K. veía en los ojos color miel de Estrella burbujitas de cerveza que le reclamaban nevar su bigote con la espuma más densa. Sentía cómo la ansiedad le mojaba las axilas y cómo las palabras se abigarraban perezosamente por el suelo.
- Con el debido respeto, señora Estrella, -comenzó a decir vacilante- métase su Asociación y su poema premiado de mierda adónde le quepa. Buenas tardes.
Salió a la calle todo lo deprisa que pudo, avergonzado, bañado en sudor frío, pero íntimamente liberado. Recorrió un par de manzanas sin volver la cabeza, de nuevo camuflado en el anonimato, hasta que le pareció buena una cervecería cuyo rótulo estaba escrito con unas letras góticas que le resultaron sugerentes.
Cuando tomó el primer sorbo de la jarra de cerveza, percibió el placer amargo y cerró los ojos para recuperar el reguero de palabras que dejó por los suelos. "Poesía es el amor a la cerveza, por ejemplo", se dijo, aunque tuvo que reprimir una carcajada.