Kabalcanty
Rebobinar
Aparcó con dificultad, dando empellones a los coches que le abrían hueco, su Renault del 98 en la calle que tan bien conocía, engalanada con guirnaldas de papel charol que se cruzaban entre fachadas. Se atusó las patillas frente al espejo retrovisor y se revisó las junturas entre dientes al tiempo que dejaba sonar las últimas notas de una alegre canción, propia de esa época del año, que sonaba por el radio cassette. Recogió los paquetes del maletero y se ajustó la cazadora sobre una tripa que le parecía excesiva en los últimos seis meses; no comía en exceso pero no se privaba de una generosa dosis de cerveza a diario. Se prometió, mientras caminaba hacia la casa jubiloso, lleno de un espíritu tan navideño como el que le había empujado al centro de la ciudad esa mañana a comprar los regalos, vigilar esa dieta alcohólica.
Llamó al timbre dos veces con esa secuencia característica que echaba de menos. Metió un poco de barriga y estiró el cuello sobre la camisa nueva.
- Ah, ya estás aquí -dijo Teresa, esbozando una sonrisa forzada.
Él se adelantó y la besó en la mejilla sintiendo su perfume en la ladera del cuello.
La casa tenía una luz tenue, sembrando todos los rincones de sombras, con un pequeño árbol navideño que lucía intermitente a la vanguardia de un ventanal que cubrían unas cortinas transparentes.
Preguntó por los chicos, todavía cargado con los paquetes, y observando como ella estaba vestida con esmero: un suéter beige, sobre el que destacaba un collar de cuentas de cristal azuladas, y una falda corta de ante. No estaban: Lidia había salido con unos amigos y Jorge pasaba esa noche en casa de unos primos.
- Se lleva muy bien con Arturo, el hijo de mi hermana Elena.
Se sentaron frente a frente alrededor de la mesa baja después de que ella bajara un poco el volumen del televisor. En la pantalla se retransmitía en directo una ópera en la que la soprano lanzaba sus ripios desde una escalinata.
Teresa trajo de la cocina dos botellas de tercio de cerveza y un cuenco con galletitas saladas.
- Os he traído unos regalos navideños -dijo él, acercándola los paquetes sobre el cristal de la mesa- Son poca cosa, ya sabes, mi economía está en pleno declive. Ese del papel azul es el tuyo.
Teresa comenzó a abrirlo, dejando los otros dos obsequios bajo la mesa.
- No tenías que haberte molestado -dijo ella, dejando escapar un mohín que tensó la mitad de sus labios al ver la sortija de resina con una incrustación psicodélica años 60.
- Sé que antes te gustaban esos modelos -expuso él, atento al brillo de sus ojos.
- "Antes" es demasiado tiempo.......Ahora todo ha cambiado.
Teresa guardó la sortija en la cajita de metacrilato del regalo y dio un breve sorbo a su cerveza. Lucían algunas canas sobre sus sienes y sus ojos eran más apagados que entonces, como si tuvieran oculta la frescura cristalina con que él los conoció. Así lo valoraba él, mientras buscaba su paquete de cigarrillos en la cazadora doblada sobre el respaldo del sillón.
- Por favor, -dijo ella, alzando con fugacidad su mano- los chicos ya no soportan el olor a humo.
- Perdona. Han cambiado las costumbres. ¿Ya lo dejaste?
- Hace tiempo. -Teresa se recogió la falda bajo los muslos y detuvo la mirada sobre el rostro sonrosado de él.
Unas generosas entradas alargaban la frente de él. Llevaba el pelo demasiado largo, sin arreglar, y unos bucles extravagantes le salían a los lados del cuello. Rojizas venitas le asaltaban la parte alta de las mejillas y a los lados de la nariz.
- ¿Por qué me llamaste para venir hoy? -preguntó ella con una gravedad concentrada- Ya no formamos parte de tu vida, tenemos nuestras propias vidas.
Él se sintió azorado. Bebió un trago largo de cerveza, casi la totalidad del tercio. Echó de menos el sosiego del pitillo y trató de buscar asidero en el lienzo impresionista que colgaba a un lado de la puerta de entrada.
- Ayer, poco antes de llamarte, cuando nos dieron el puente navideño en la fábrica, -comenzó él, estirándose el dedo corazón- me sentí de pronto tan solo, Teresa. En menos de una hora comprendí que te seguía queriendo, que os seguía queriendo. Todos cometemos errores y todos tenemos el derecho a enmendarlos. Todavía podemos arreglar lo que desbaratamos hace años y vivir una nueva vida juntos. Créeme, he cambiado, estoy dejando la bebida y.....y.....fumar es lo de menos; dejaría cualquier vicio por recuperarte.
Hizo intención de levantarse para acercarse a ella, pero Teresa se incorporó casi a la vez para retirarse unos pasos en dirección al hall. Le miró apenas unos instantes a los ojos y sacudió la cabeza como para sí.
- El amor nunca resucita como el desamor nunca muere. - mencionó ella de corrido, acaso recordando alguna lectura, encaminándose hacia la puerta- Feliz nochebuena y gracias por los regalos.
Él quiso decir algo, lo que fuera, algo para no irse de aquella casa, de su lado, sin embargo ocurrió todo más rápido que sus intenciones y se encontró en la calle como salido de sueño sin consumir. Prendió un cigarrillo antes de abrocharse la cazadora. Afuera, las lucecitas navideñas alumbraban la temprana noche y se escuchaban lejanos los estruendos de los petardos. Sobre el deslucido techo del Renault del 98, unos jirones de confeti se rizaban en el abandono. Todo transcurría sin rebobinar.