Kabalcanty
Cuento de Navidad para adultos
Quedaban muy pocos días para que todo el trabajo del año tuviese una finalidad. Los agentes comerciales iban y venían consultando sus móviles o tablets, o verificando albaranes ante la ingente cantidad de palets colocados en hilera en el hangar. A través de los ventanales de la Casa de Cristal, cientos de gnomos bullían llenando enormes sacos rojos con paquetes de diferentes y vivos colores. La enorme plataforma, elevada sobre el suelo unos quinientos metros, sujeta por un inmenso dado de hormigón y una estructura de aleación de acero galvanizado de ingeniería alemana, hervía en actividad y se asemejaba a un panal en efervescente brega.
Nicolás estaba sentado en su banqueta de madera y apoyaba su espalda encorvada sobre un colosal abeto plastificado. Tenía una luenga barba blanca y rizada al igual que sus largos cabellos nacidos desde su calva en herradura, sus mofletes y la punta de la nariz estaban tocados de un color carmín, salpicados de pequeñas venas ensortijadas, y clavaba la tristeza de sus ojos azules, hundidos tras unas bolsas desinfladas de piel, en el suelo de tarima flotante maciza de Noruega al tiempo que daba ligeros puntapiés a los copos de poliespan a guisa de nieve. Tan abstraído estaba en sus cavilaciones que el trajín de su alrededor le era indiferente.
- ¿Echamos unos buches, Nico? -sigilosamente se le había acercado el Capataz Mayor K., único gnomo al que se le permitía, debido a su avanzada edad, sustituir el puntiagudo gorro rojo por un sombrero tipo borsalino.
Nicolás trató de sonreír y le hizo una seña para que fueran al otro lado del abeto, donde las cámaras tenían un difícil ángulo de alcance, mientras se incorporaba trabajosamente.
K. sacó una petaca de su chaqueta roja de paño y se la tendió al otro con decisión.
- ¡Carajón, qué coñac más cojonudo! -exclamó Nicolás, chasqueando la lengua de pura delectación- Te has dado un buen homenaje con este licor, compañero.
Se apoyaron sobre la barandilla que delimitaba el abismo, camuflados entre la ostentosa silueta del árbol artificial, intercambiándose la petaca. Luego K. sacó dos puritos delgados y le ofreció uno.
- ¡Bendita sea tu estampa, estás en todo! -enunció Nicolás, cogiendo el cigarro, ahora sí que visiblemente contento.
Fumaron los dos echando las bocanadas de humo al interior de sus casacas rojas.
- La jodienda de guardar las formas para mantener una puñetera nómina -dijo Nicolás, mirando de reojo al fondo de la plataforma- A veces, K., me gustaría mandarlo todo a la mierda y vivir sin aparentar. Bah.
Las pobladas cejas del Capataz Mayor se arquearon en una mueca para luego encogerse de hombros.
- Carpe diem, Nico. Nos pagan bien y bebemos buen coñac y cigarros de pie de rey, no te ofusques por lo que no tiene arreglo. Muchos de los de ahí abajo están bastante peor que tú y que yo y todavía tienen la creencia de que la Navidad que les traes es un símbolo de alegría, los regalos que reciben son la pizca de felicidad que merecen y lo creen, te creen aunque sólo sea por unos días. Ah, por cierto, que no podía olvidárseme, los de la Coca-Cola han avisado que mañana sin falta tienes que posar para el nuevo anuncio, ya sabes ese en el que tienes que enseñar el nuevo teléfono móvil cuando te subas al trineo.
Nicolás hizo un gesto de fastidio y lanzó su mediado cigarro al exterior de la barandilla.
- ¿Cómo anda Rodolfo? - preguntó Nicolás, encarando serio a K.- Es un reno viejo pero sin él no monto en el trineo, ya lo sabéis, eh.
- Andan inyectándole no sé qué medicamentos para que aguante la sesión de fotos y el rodaje del vídeo -contestó el Capataz Mayor, asintiendo para hacer acopio de paciencia- Estará listo, seguro.
"En un par de minutos estamos en directo. Quiero ver moverse con gracia a esos enanos dentro de la Casa de Cristal y no como si fueran cajeras de hipermercado. Nicolás, en dos minutos te quiero ver saludando desde el atrio de la baranda y no se te olvide ¡ponerte el gorro, leche!"
Por megafonía sonó atronante la voz del director de escena y a todos los que llenaban la plataforma, ipsofactamente, se les insufló una dosis de frenetismo.
Se iluminó un celaje azul puro y unas luces leds, en forma de estrella, comenzaron a titilar rítmicamente. Los agentes comerciales se retiraron mientras los gnomos, atareados dentro de la Casa de Cristal, sincronizaban sus labios al playback de una alegre música coral que comenzó a escucharse.
Un gnomo le trajo a la carrera el gorro rojo a Nicolás cuando este se acercaba despaciosamente al atrio. En unos segundos más, su iluminación se hizo más potente y un foco de luz azulada se centró sobre Nicolás.
"Tres, dos, uno.....¡Acción!"
"Ho, ho, ho", dijo, con su voz más grave, Nicolás a la vez que saludaba desde las alturas. Abajo, en el fondo de la plataforma como en un cogollo hormigas, estalló el griterío y el alborozo. Los políticos y algunos mecenas de las finanzas saludaban, diminutos y en las primeras filas, mientas los flashes de los teléfonos móviles saltaban de una esquina a otra. Detrás miles de personas soltaban globos de colores y aupaban a los niños hacia un inalcanzable Nicolás. Otros bebían a morro de sus botellas de sidra o cava esgrimiendo el envase a las alturas a la vez que nevaba poliespan y retumbaba una música de cascabeles. Una descomunal pantalla de plasma retransmitía lo que acontecía en lo alto de la plataforma. Delimitando toda la fiesta, un triple cordón policial, varias tanquetas blindadas y tres drones AF7 de vigilancia intensiva.
Súbitamente, estalló un fuego de artificio en el celaje de estrellas leds derramando sus lágrimas sintéticas sobre la enfervorizada bullanga. El paroxismo tocó cima. Nicolás soslayó airado, desbocado su corazón por el susto, el mensaje que lucía tras la explosión pirotécnica:
FELIZ NAVIDAD PARA TODOS.