Kabalcanty
El mal también bebe cerveza (15)
- Vaya color panza burro que tiene el cielo.
Comentó Serapio, fregando la mesa con sus manos descoloridas; un sarpullido del vitiligo también le decoloraba casi la totalidad del cuello.
- Es el smog, Serapio, que no te enteras- agregó Baldomero, arrellanándose sobre la silla plástica.
El camarero le miró de medio lado y negó para sí mientras colocaba los cafés sobre la mesa.
K. ofreció tabaco pero se encontró con la negativa del joven periodista.
- Muy bien, chaval, a ver si este revienta de una jodia vez -dijo Baldomero, palmeando el hombro de Nicanor- Cada vez sois menos los fumetas, lo normal y encima con esta mierda de ambiente.
Señaló al cielo. El sol parecía cada vez más oculto, tiñoso entre capas que se superponían como un film plástico y gaseoso.
K. comenzó a relatar, con voz firme, se diría que hasta dura, lo que sabía del caso que les tenía allí reunidos. Mencionó La Cucamona, su dueño antipático y poco colaborador, la pista sobre el barrio de Pan Bendito que le proporcionó el compañero de Leticia, su conversación con Antonio "el de la reja" y lo que le contó Pilar Urquijo sobre su alocada hija.
- Me parece indudable que el próximo paso me lleva a la Cátedra. -añadió K, observando al joven con intensidad.
Nicanor se retiró un par de veces el flequillo de la frente. Luego comenzó a contar dirigiéndose más a Baldomero.
- Al día siguiente de que la policía encontrara el cadáver en la estación de Príncipe Pío, cuando supimos de la noticia en redacción, fui al instituto anatómico forense. Allí conocemos a un par de médicos que nos ilustran sobre los casos que tratamos en el periódico. El caso de Leticia era un bombazo a priori. Hablé con el doctor y me contó los horrores que tuvo que pasar la chica para desgarrarla el ano de esa manera. Me dijo que las heridas se habían producido por algún objeto de dimensiones considerables, tal vez algo metálico o de plástico reforzado pero recubierto de algún material duro que reforzara el daño a su paso. Había restos de semen en el interior del ano y en la vagina. El semen era de tres hombres diferentes y el más reciente era el de la vagina. También me contó que la chica llevaba muerta unas veinticuatro horas; la degollaron y luego le cortaron los brazos, las piernas y la cabeza, posiblemente para transportarla con mayor comodidad.
El periodista comprobó la impasibilidad de K., que encendió un pitillo con la colilla del otro, y el visible apesadumbramiento de Baldomero que se estrujaba los labios y posaba sus ojos en el filo de la mesa.
- Horrible, ¿no les parece, señores?- dijo.
- ¿Algo más? -añadió lacónico K.
Nicanor sentía su hostilidad casi como algo ofensivo. Quiso decir algo, pero al final optó por seguir.
- Lo extraño ocurrió como un mes después. Después del forense, visité al comisario Ortiz de la comisaria 3 del distrito Moncloa-Aravaca, el que llevaba el caso, conocido nuestro también y amigo de la infancia del director del periódico. Ese primer día fue amable y colaborador, hasta donde la policía puede, ya saben. Me contó poco más de lo que yo ya sabía pero me emplazó para más adelante para informarme según avanzara la investigación. Pasado ese mes que dije, no fue así, señores, por más que insistí se negó a recibirme. Era raro su comportamiento porque siempre antes fue muy servicial en darnos noticias. Por mi cuenta comencé a husmear por la comisaría. Fui varios días, a horas diferentes, procurando que Ortiz no estuviera o estuviera ocupado. Uno de esos días, en el bar que hay junto a la comisaría, me puse de cháchara con Fuentes, un joven detective con el que siempre me he llevado bien. Saqué a propósito el tema de Leticia y noté cómo cambiaba su semblante. Me llevó a una mesa apartada del bullicio y me dijo que la investigación se había suspendido, que no tratara de escarbar en el asunto porque podría tener complicaciones. Insistí varias veces para que me contara algo asegurándole que nada se publicaría. Nada. Tuve que pagarle varios gintonics, hablando del Real Madrid y de sus copas de Europa, para que se le aflojara la lengua. Al final me contó que peces gordos andaban metidos en el ajo y que, cuando habían topado con ellos, la investigación quedó suspendida. Estaba terminantemente prohibido hablar del caso en comisaría y, por supuesto, fuera de ella. A la chica la captaron en un centro de enseñanza para adultos del barrio de Pan Bendito, el cual dirigía un gitano que debe ser el que usted ha nombrado, señor K. Ahí operaba parte de la trama aunque no me contó ni cómo ni con qué fin. El caso es que Leticia estaba inscrita en un curso allí mismo y hasta el día de su desaparición acudió a clase. Iba todos los días de nueve a doce y los martes estaba hasta la una aprendiendo no sé qué. Fuentes cortó la conversación cuando vio que Ortiz entraba al bar y se fijaba en nuestra mesa. Ahí acabó todo. Antes de irme me hizo prometerle que no husmearía más sobre la chica. "Por tu bien y el de los tuyos. Son tipos muy poderosos capaces de todo, Nika", me dijo antes de que nos separáramos. Quise seguir escribiendo sobre el tema, sin embargo en menos de veinticuatro horas el director recibió una llamada del presidente del periódico, un ruso que reabrió "El caso" en 2016, prohibiendo cualquier mención del caso Leticia Gómez. "Te pongo de patitas en la calle si te veo escribir una sola palabra sobre el asunto, Espesura", me expuso el director con toda su más vistosa mala leche. Hasta ahí, hasta que hace unos días el señor Baldomero me volvió con el tema de marras. ¿Qué les parece, señores? ¿Dirían ustedes que Leticia fue la primera y la última chica asesinada?. Yo apuesto a que no.