Kabalcanty
El mal también bebe cerveza (27)
La puerta de urgencias del hospital 12 de octubre estaba atestada de gente. En la sala de espera hacia un calor insoportable y algunos preferían el aire primaveral de la tarde en el exterior. En el parquin de enfrente a la puerta parpadeaba el luminoso "completo" por lo que muchos automóviles daban vueltas y más vueltas alrededor del hospital buscando un hueco para aparcar a todas luces imposible, sin embargo ese es uno de los comportamientos endémicos urbanos: lo inviable es ajeno a mi particularidad y máxime si se trata de mi coche.
Nicanor Espesura telefoneó a Baldomero apenas le quedaban unos metros para llegar a la puerta de urgencias. Baldomero no devolvió la llamada, sino que apareció entre la multitud con una visible cara de preocupación.
- Cómo sabía yo que todo este follón nos iba a traer un disgusto -le dijo a Nicanor aún antes de juntarse- Mira que te dije que le convencieras para que mandase a la mierda todo esto, pero no, no, al señor periodista también le va la marcha y a joderse tocan. Pues mira que te digo, lo mismo por todo este marrón se cansa tu jefe y te pone de patitas en la calle. Y vete a buscar trabajo con la que está cayendo.
Nicanor aguantó la perorata con cara de circunstancias, pero evidentemente quiso ir a la cuestión latente.
- ¿Han dicho los doctores algo sobre el estado de K.? -preguntó, poniéndole afablemente la mano sobre el hombro.
Baldomero negó con la cabeza y bajó los ojos que perdieron su azul ostensiblemente.
- Sabemos que está en la UCI en observación y punto.- dijo, atragantándosele las palabras.- Su ex mujer Ana y sus dos hijos están adentro; creí conveniente llamarles. Entra y te los presento. Ah, una cosa- añadió, deteniéndole- no le he dicho nada del asunto este en el que andamos metidos, así que tú, chitón ¿Vale? Lo de K. ha sido un atropello sin más.
- ¿Y cómo sabe usted que ha sido "más"?- dijo el periodista- Yo no tengo ni idea de lo que puede haber pasado; le dejé siguiendo a ese chico y.....
- Dicen que más sabe el diablo por viejo que por diablo -contestó el otro, intentando achinar sus prominentes ojos y señalándole con el dedo índice en movimiento.
Los dos hijos de K. tecleaban sobre sus móviles mientras Ana paseaba entre las sillas de la sala de espera. Los chicos hicieron un gesto con la cabeza cuando Baldomero les presentó a Nicanor y Ana, con una breve sonrisa, estrechó la mano del periodista.
- Llevamos aquí casi tres horas y nada sabemos todavía -dijo ella- Pero esto es así, paciencia.
"Es un buen amigo de K. Escriben, ya sabes", comentó Baldomero, tratando de atraer la curiosidad de Ana, sin embargo esta sólo asintió y siguió paseando su intranquilidad entre las sillas del recinto.
Fueron a sentarse en el poyete que hacía el marco donde se alojaban los ventanales con vistas al parquin. El periodista le preguntó por la separación de K., ajustándose sobre la nariz las gafas y retirándose con dos dedos el flequillo de la frente.
- Hubo una cosa -comenzó Baldomero, despojándose de su chaqueta de lana burdeos- que jodió del todo su matrimonio y el mío. Fue a finales del año 2016......
Con la victoria electoral de la Coalición de Izquierdas, en verano del año 2016, en barrios de mayoría obrera, como lo era Carabanchel, surgió un entusiasmo frenético entre las clases medias y bajas. Unos y otros veían posible un cambio político y social autentico que daría a sus vidas un giro sustancial. K. estaba pletórico, irrefrenable dentro de su tendencia al extremismo y se le ocurrió una extravagancia singular y alocada. Primero convenció a uno de sus mejores amigos en el barrio, el farmacéutico Ramón Ruiz, para que instalaran a unos metros de su farmacia, en el límite norte del barrio, una máquina que expedía humo ("niebla divisoria" para K.) a guisa de las que utilizan en los conciertos de rock o eventos de similares características. Se trataba de hacer una incierta frontera que dividiera la república de Kavaranchel con el resto del barrio y de la ciudad. K. estaba entusiasmado con su idea e, inexplicablemente, persuadió de su utilidad a Baldomero, Ramón Ruiz y su esposa Sandra, y a otro puñado de vecinos entusiastas e irreflexivos. "Será nuestra propia tierra, una república donde todo el mundo será alguien en el día en el que, al fin, fuimos libres", repetía K., convicto de un sueño heredado de su juventud. A principios de diciembre de ese año 2016 la república de Kavaranchel comenzó su andadura. Evidentemente hubo problemas desde el principio: vecinos inmersos en esa disparatada "república" que no la deseaban e impedimentos lógicos de peso, primero con las autoridades de distrito y, después, cuando el asunto saltó a la prensa, con la potestad municipal y comunitaria. Los quebraderos de cabeza y las discusiones llegaron, como era de esperar, a las familias, y, por supuesto, a la de K. y a la de Baldomero. El asunto terminó mal y antes de acabar el año una carga policial desbarató esa utópica república. Como cabezas de turco, Ramón Ruiz, el farmacéutico, que perdió su negocio y se le prohibió ejercer su profesión en todo el territorio nacional, y K. que pasó un mes en la cárcel teniendo que pagar una multa de seis mil euros con lo que arrasó con todo lo que tenía ahorrado Ana con su trabajo como maestra. Maruja y Ana, como consortes más que hartas de las excentricidades de Baldomero y, sobre todo, de K., pocos meses después plantaron a sus maridos. Maruja volvió a su tierra, a Játiva, Valencia, donde su hermana tenía una tienda de modas y le prometió un empleo menos pringoso que el bar Prieto de Baldomero. Ana tardó unos meses más, hasta principios de verano del año 2017, que se largó a un piso en el barrio de Campamento con sus dos hijos. Ramón Ruiz y su esposa Sandra, según supieron por un email que envió aquel a K., se fueron a "empezar de cero en Reims, donde Sandrita tiene dos buenos amigos con excelentes contactos".
- Este cabra loca de K. siempre metiéndonos en berenjenales - dijo Baldomero, sacudiendo la cabeza.
Nicanor se reía por lo bajo, soslayando el ir y venir de Ana en la distancia.
- Este tipo es la leche.
Musitó el periodista.
- Un abrazafarolas y nosotros unos gilipuertas por seguirle la corriente. -dijo Baldomero. Luego miró al frente, al fondo, a la puerta por donde se perdían las camillas con los enfermos y añadió.- Pero es buena persona, casi un hermano para mí.
Se llevó dos dedos al lagrimal para quedarse con la cabeza gacha.
"Familiares de Juan Peletero García", se escuchó por megafonía.