Kabalcanty
El mal también bebe cerveza (33)
Los dos hombres salieron por el parquin de la Plaza Mayor para encaminarse hacia el arco que encauzaba a la calle Gerona. Ambos vestían livianos trajes de tonos gríseos de corte Armani, gafas de sol Ray-Ban y a uno de ellos le colgaba un amplio bolso en bandolera con la marca comercial Marc Jacobs en el centro de la solapa de cierre. Aunque andaban deprisa, en ocasiones, detenían su marcha para hacer hincapié en la conversación moviendo las manos con firmeza.
Ernesto Santamaría Albares, el más alto y con más cabello de los dos, se detuvo en la esquina con la Plaza de Santa Cruz.
— Es que tiene bemoles, Alfonsito, que me hagas venir desde Sevilla a las puertas de Semana Santa; María Luisa va a coger el canasto de las chufas cuando no esté con ella en la procesión de esta tarde, y en balcón principal, con el dineral que me ha costado.
Guardia civil y cuerpos especiales de la policía patrullaban las calles en pareja mientras un dron, de proporciones de más envergadura que los que se divisaban casi por todos lados de la ciudad, sobrevolaba la Plaza Mayor y aledaños.
— No he tenido opción -dijo el otro- el día está cerca y había que actuar con rapidez y a seguro. El coleta ha metido la pata quitando de en medio a la madre; nunca me gustó, lo sabes. Con Bogdan todo cambiará; te aseguro que es el número uno, un serbio experimentado en la guerra balcánica que elimina y no deja pistas; nos urge y sus condiciones no nos quedan más riles que aceptarlas.
— Sí, menudo gilipollas ese Fidel. Tuve que emplearme a fondo con ese comisario Ortiz, un impresentable grosero, por cierto, porque un dron filmó la escena. Me costó Dios y ayuda desviar la atención, y bueno hablar con su superior, Bruno, ya sabes, para que le bajara los humos. Había que actuar rápido, tienes razón, Alfonsito.
Alfonso Quintanar Pradera era el dueño de una empresa alimentaria de gran calado en el país. Con la victoria política de la Coalición de Izquierdas se unió a Saferosa y desde el primer día, probablemente por la cercanía que les proporcionaba vivir ambos en Madrid, se sintió muy a tono con Ernesto. Partidos de golf, la ópera en el Teatro Real y los partidos de la Champions del Real Madrid unían su afición mutua con sus intereses profesionales y sus trapos sucios en un cóctel que a los dos les agradaba y convenía.
Tomaron la calle de la Bolsa hasta la Plaza de Jacinto Benavente cruzándose con pocos transeúntes y escaso tráfico rodado; los cortes de las calles con motivo de las inminentes procesiones y el recelo al ambiente enrarecido tras la sofocada sublevación militar teñían las calles del centro de la capital con una orfandad inusual. Hasta el gobierno barajaba la posibilidad de suspender la procesión del Viernes Santo del Cristo de Medinaceli, la más popular y concurrida, por motivos de seguridad, lo cual significaría el descontento mayoritario en una etapa de escepticismo y desconfianza con la clase política.
— Al final los militares no se unieron pero el clima insólito se masca en el ambiente, no te parece -dijo Ernesto, retirándose uno de los rizos de su pelo montado sobre la patilla de su gafas de sol.
— Esto va a petar -añadió Alfonso socarrón- Podemitas, sociatas y nacionalistas tienen la mierda bajo el culo, pero que esperen unos cuantos días más, los justos para que nosotros estemos a miles de kilómetros de esta nación de mierda. ¿O no?
Ernesto asintió sonriendo mostrando su dentadura impoluta y deslumbrante.
Cogieron la calle de la Cruz hasta la calle Álvarez Gato bromeando con los espejos esperpénticos que lucían unos escaparates.
Poco antes de las 13 horas entraron al Bar La Fragua de Vulcano. Había escasos parroquianos en la barra y las mesas estaban vacías excepto una, al fondo, en la que había un tipo con una gorra de camuflaje. El camarero les voceó detrás de la barra un "muy bienvenidos, señores" tan estridente que hizo que todos se fijaran en ellos dos. Se colocaron al final de la barra, junto a lo que se suponía la cocina, y pidieron dos cervezas Antartic Nail.
— ¿Cómooooo? -preguntó el camarero, arrugando la cara.
— Ponles dos Estrella de Galicia especiales a los señores que se van a sentar en esa mesa de atrás conmigo. ¿Ok, Paco?
Un marcado acento eslavo salió de la boca del hombre de la gorra de camuflaje, el cual sonreía a espaldas de ambos. Era alto y musculoso, aunque algo flácido como aquel que dejó el entrenamiento gimnástico hace ya tiempo, y cubría su cabeza rapada al cero con esa gorra vieja y deshilachada. Llevaba puesta una cazadora de cuero negra cubriendo una camiseta de tirantes por la que despuntaba un pedazo de tatuaje.
Era Bogdan, como les hizo saber nada más sentarse a la mesa.
— Esa cerveza gallega os va a molar- les dijo sonriendo.
Alfonso Quintanar se quitó las gafas de sol de encima de sus prominentes entradas y quiso entrar en el asunto que les concernía a los tres.
— He traído unos fotos que.......
— Un momento, tío, -dijo Bogdan más serio- primero me das tu carterita, voy al servicio, lo miro y después hablamos ¿Ok?
Alfonso y Ernesto se miraron. Sin decir ni una sola palabra, Alfonso le dio la cartera al serbio.
— Veinte mil euros en billetes de cincuenta usados y planchados -dijo Alfonso, vertiendo en la jarra la Estrella de Galicia.
Cuando regresó Bogdan y se volvió a acomodar, les hizo una seña con el pulgar hacia arriba.
— Da gusto trabajar con gente honrada -añadió, dando una risotada.
Alfonso le explicó su trabajo con concisión, mostrándole fotos y dándole un plano donde se destacaba con rotulador fluorescente la calle Fereluz.
— Vivo en Plaza de Castilla, conozco esa calle -comentó Bogdan, rechazando el plano.
Le dijeron sobre la precisión de la hora y el trabajo limpio.
— Puede que este, -dijo Alfonso, mostrándole una foto- el coleta, vaya con otro tipo, pues fuera también. No queremos que quede de los cuatro ni lo que tengan entre los dientes. Hacerlos fosfatina, ¿ok, Bogdan?
El serbio puso unos cómicos morritos para luego soltar una risa.
— Desaparecerán, tíos, Bogdan profesional.
— Confiamos en ti, no nos jodas, Bogdan -dijo Alfonso cargado de aplomo.
— No me interesa -contestó el serbio- Vosotros sois tíos influyentes, de los que movéis el tinglado, y eso interesa a Bogdan quedar bien para tener encargos potentes.
El tipo les quiso invitar a unas raciones de bravas ("las más mejores de Madri") y a más cervezas, pero ellos se negaron aduciendo asuntos de negocios por la zona.
Al encaminarse de nuevo por el Callejón del Gato, ya sin el bolso de Marc Jacobs, Ernesto se fijó en una mulata veinteañera que cruzaba unas rotundas piernas en una de las terrazas de la calle. Se retiró las gafas para observarla con detenimiento, mientras ella tecleaba sobre su móvil, y sintió la tensión en la bragueta.
— A esa también se lo rompías, ¿qué no?. Anda, vente que te invito a comer en el Asador de Aranda y luego te coges el Ave, que lo mismo llegas a la procesión. -le dijo Alfonso cerca del oído y tomándole por el hombro en dirección a la calle de Espoz y Mina.