Kabalcanty
El mal también bebe cerveza (42)
Tomó la pastilla azul e hizo un buche con un sorbo de la botella de agua Solán de Cabras. Junto a él se exhibían tres modelos de arneses para colocar en el pene, todos con remaches lacerantes en su terminación. La habitación tenía una tenue luz rojiza que acentuó su mentón varonil cuando se giró para petrificar los ojos sobre el culo de la chica. Olía a ambientador de flores silvestres.
Leo estaba desnuda de espaldas a él, colocada a cuatro patas sobre una especie de potro en la que su abundante trasero descansaba sobre un soporte mullido que lo exponía de manera insolente. Tenía bien sujetos brazos y piernas por unas correas mientras su cabeza se apoyaba en una pinza que la sujetaba de las mandíbulas. La joven sacudía la cabeza tratando inútilmente de chillar, pues su boca estaba tapada con cinta adhesiva.
Ernesto Santamaría Albares se acercó a ella con la boca entreabierta. Se mojó los labios con deleite reconcentrado y se agachó lo suficiente para pasarle la lengua por el ano. Su bragueta se fue tensando hasta abultar su pantalón negro de corte italiano. Le dio un sonoro beso en las nalgas y depositó cuidadosamente una mano antes de darle la espalda y abandonar el cuarto.
Fue la primera vez que Leo sollozó agitando sus hombros convulsivamente y emitiendo un sonido amortiguado que destilaba un hilo de saliva a través de la cinta adhesiva.
La otra habitación del bajo de la calle Fereluz presentaba un ambiente bien distinto. Una improvisada barra de bar y una mesa larga repleta de suculentas viandas (mariscos de todas clases, selección de ibéricos, croquetas, caviar iraní, gruesas lonchas de ternera horneada, cruasanes rellenos de espárragos, ensaladilla o sobrasada de Mallorca......) se centraban sobre seis hombres que charlaban animadamente. Un único camarero, con una pistola pequeña insertada en su cinturón, colocaba delicadamente sobre la barra varias botellas frías de cava Gramona Celler Batlle y botellas escarchadas de 33 cl de cerveza Antartic Nail Ale. Entre ellos, cuatro mujeres jóvenes, vestidas sólo con un escueto tanga, sonreían a sus veras y una quinta, arrodillada en una esquina, le practicaba una felación a un tipo gordo cuya barriga, trepidante con la excitación, golpeaba sobre la frente de ella. Tenue se escuchaba una música que se amoldaba entre las paredes insonorizadas y enteladas en tonos azafranados.
— ¿Todo bien, Ernes? - le preguntó Alfonso Quintanar Pradera, frunciendo los labios en un atisbo de sonrisa, cuando le vio entrar.
Ernesto asintió y le tomó del brazo para acercarse a la conversación próxima.
"..... pero la Iglesia no puede adaptarse a estos tiempos de paganismo institucional. Os recuerdo a todos que fue el obispo de Salamanca el que medió para intentar un acercamiento a la Coalición de Izquierdas que fue un fragante despropósito por la posición inflexible de estos nuevos comunistas...."
En el grupo hablaba un hombre de tez blanquecina y vocecita engolada. Tenía el pelo muy graso, peinado a la antigua (raya extremadamente rectilínea y patillas recortadas por encima de la orejas) y movía las manos muy abiertas de arriba abajo.
— Ya sabe usted, Excelentísimo señor Ortega, que Saferosa jamás ha dudado de la labor de la Iglesia en pro de la restauración de los principios. -le dijo un tipo acicalado, vestido con un traje muy a la moda- De hecho, hemos contado con su Excelentísima para hacer patria fuera de este sindiós.
El obispo Ortega sonrió estirando sus pálidos labios.
— Pero no hablemos de lo que ya es fehaciente y nos pondrá a todos rumbo al sitio donde todavía pueden vivir los creyentes. -dijo Ortega, mirando a los recién incorporados a la charla- Tengo una exacerbada curiosidad por la sorpresa que nos preparan los señores Santamaría y Quintanar. Estoy seguro que estará a la altura de la sensibilidad más exquisita.
Los aludidos sonrieron.
— Propongo un brindis por nuestro futuro, amigos y colegas -dijo Alfonso Quintanar, tomando por el hombro a Santamaría.
El camarero les sirvió cerveza a la mayoría; Ortega prefirió el cava.
— Un momento, amigos -dijo apresurado el hombre gordo de la felación ajustándose los pantalones- Perdonad, es que uno no se puede resistir a ciertos placeres.
Añadió riendo y congestionado.
Las mujeres bebían a un lado, aparte, según las aleccionaba el camarero con la mirada, pendientes de cualquier mirada o gesto.
Después de brindar fue Ernesto Santamaría el que se colocó en el centro y levantó una mano reclamando atención.
— Caballeros, algunos de vosotros estuvisteis en este mismo sitio hace unos meses. Sabéis el plato fuerte de la velada pero para aquellos que lo desconocen y para vosotros mismos, porque os va a volver a sorprender, tengo que deciros que esta vez es un ejemplar joven y de una contundencia única, una jaca brava para montarla sin contemplaciones y con un toque especial para que gocemos todos al máximo.
Todos aplaudieron levantando sus vasos.
— No podía ser otro -continuó fijándose en el obispo- que el Excelentísimo señor Ortega Uceta el que comience a catar ese manjar que espera en la habitación contigua. Pero antes comamos, bebamos y disfrutemos de todo lo que tenemos al alcance aquí.
Terminó orientando sus cejas a las cinco mujeres que bebían separadas.
— Sin duda, estaré encantado, señor Santamaría Albares; todo un honor para mí.- contestó, con un nerviosismo brioso Ortega, y asintiendo varias veces agradecido lo que enrojeció ligeramente sus mejillas.
Volvieron a elevar sus copas. Las mujeres se fueron acercando, según las coordinaba el camarero. En menos de media hora, los trece se entremezclaron. Poco a poco fue subiendo el tono de las voces y las risas hasta entrada la madrugada.