Paco Valero
El método Gandolfini
Fernando Trueba dice que hay dos tipos de actores, los que siempre son ellos mismos y los que cambian según el personaje. Entre los primeros: Cary Grant, John Wayne, James Stewart, Khaterine Hepburn, Gary Cooper Entre los segundos: Marlon Brando, Robert Mitchum, Robert de Niro, Meryl Streep, Daniel Day-Lewis, Leonardo Di Caprio Todos son grandes, pero él prefiere los primeros. Yo también. Incluso he ideado una prueba mental para ubicarlos. Intento imaginármelos en un papel de cualquier obra de Shakespeare. Si soy incapaz de hallarlo, es que el actor en cuestión es de los primeros, de los que siempre son ellos y lo basan todo en su presencia física y su personalidad. Son actores de fuego interno y poco repertorio externo, cinematográficos y no teatrales, actores sin escuela interpretativa o que se olvidaron de ella a tiempo. Los segundos son actores muy trabajados, esforzados, de los que se meten en el personaje, como dicen ellos mismos, y que tienden a los tics característicos (de Niro, Bardem), o hacia una impersonalidad inhumana (Day-Lewis, Di Caprio) que te hace preguntarte qué es de ellos cuando no actúan.
La clasificación, tan arbitraria como cualquier otra, y que ni por asomo pretende ser un baremo de calidad interpretativa genérica, sino de un determinado gusto cinematográfico todo lo más, a mí me ha servido muchos años, hasta que vi a James Gandolfini en Los Soprano. Era un grande, sin duda. Bastaba con verlo en los capítulos iniciales, mirando a las copas de los árboles mecidas por el viento, junto a la piscina de su casa de jefe mafioso de segunda división, vestido con chandal o bata, asustado, con la ansiedad subiéndole a los ojos, sin máscara, imprevisible, como si cualquier cosa pudiera ocurrir y realmente aquello no tuviera un desenlace establecido por un guionista. ¿Dónde ubicarlo? Enseguida me lo imaginé como un Otelo blanco, destruido por los celos. Sí, podía interpretar ese papel, y otros. Aunque siempre sería él, inconfundible. Podía colocarlo en cualquiera de las dos listas y en ninguna estaría de más. Así que creé una categoría más de actores, a la que llamé "el método Gandolfini", aunque no tengo ni idea de lo que eso significa.
Llegó tarde a la interpretación y conoció el éxito tarde, a los 37 años, con Los Soprano. Pensó que el papel no sería para él, con aquella cara ancha, los ojillos perdidos y una sonrisa que no sabes cuándo empieza ni cuando acaba. Alguien directo y sin la trabajada sofisticación de otras estrellas, que menospreciaban entonces (1999) el trabajo en televisión. Pero David Chase, el creador y productor ejecutivo de la serie, vio en él los pliegues de Tony Soprano, esa confusión de lo verdadero. Y lo eligió. Y lo rodeó de actores de carácter, secundarios que solo necesitan unas pocas líneas en cada capítulo para hacer inconfundibles los roles que encarnan, como Gandolfini cuando empezó en el cine. Y la obra fue tomando forma, inclasificable, revolucionaria, dramática, cómica, protagonizada por un jefe mafioso con depresión que acude a la consulta de una psiquiatra porque ve que se está derrumbando Un mafiosillo de clase media, que vive en New Jersey, con hijos adolescentes que le traen de cabeza y que tiene escrúpulos: controla el negocio de la basura y de los clubs de alterne, pero no vende droga. Reducirla, sin embargo, al argumento es lo mismo que decir que El hombre que mató a Liberty Valance va de un hombre que mató a un forajido y atribuye el mérito a otro. Si está considerada la mejor serie de toda la historia, y la mejor escrita, es por todo lo que no cabe en el argumento principal. Ese sinsentido o imprevisibilidad que tiene la vida y que David Chase y los demás guionistas han sabido plasmar y Gandolfini y los otros actores han sabido interpretar. Un sinsentido como morir a los 51 años y con tanto por hacer aún. El corazón se le rompió o una vena del cerebro le estalló. Era algo previsible, seguramente. Lo anticipaba ese físico desmedido, que engordaba años tras año. Y esos cambios repentinos de humor de Tony Soprano, que eran los suyos. Sentiré no verlo envejecer en la pantalla.
22.06.2013