Ramiro Espiño
In memoriam ¡Hasta siempre, amigo doctor Calvo Brea!
Se nos fue un MÉDICO, así, con mayúsculas, vocacional como pocos, de los de antes, de los que no dudaban en levantarse de madrugada si un paciente le necesitaba para visitarle a domicilio, pero sobre todo se nos fue un AMIGO, con mayúsculas todavía más grandes. Porque Manolo Calvo Brea no tenía pacientes, tenía amigos, por los que se desvelaba, se preocupaba, a los que no sólo trataba de sus problemas de salud, sino que les hacía de consejero, psicólogo, confesor y asesor desinteresado.
No por tristemente esperada durante ya bastante tiempo, la noticia del fallecimiento del Doctor nos ha causado menos conmoción. Nunca estás preparado para que se vaya un hombre bueno, que deja un vacío tremendo en su familia, pero también en el corazón de miles de pontevedreses con los que se cruzaba cada día por la calle. Acompañarle en el corto camino entre su domicilio y su consulta era a veces un entrañable suplicio. Manolo tenía que pararse, y lo hacía siempre con una sonrisa, a cada diez pasos para atender a algún conocido.
En estos difíciles tiempos en los que necesitamos más que nunca a los profesionales de la Sanidad, perdemos a uno de los más grandes. Admirable en todo lo que hacía, como admirable fue su actitud y resignación para afrontar la sucesión de complicaciones que, después de una larga y dolorosa lucha, llevada de forma ejemplar, terminó con su vida.
Ni un mal gesto, ni una mala palabra hacia nadie, ni una queja. Después de apartarse de su consulta forzosamente cuando la enfermedad le dio los primeros palos, en cuanto tuvo una mínima mejoría, volvió a lo suyo, atendiendo a sus pacientes y amigos, a los que les explicaba su situación siempre sin perder la sonrisa.
Tuvo que dejarlo cuando ya el proceso se acercaba al final y aún entonces encontró la fortaleza de ánimo para acudir al Quirón Salud y despedirse de sus compañeras y compañeros, médicos, enfermeras, auxiliares, con una entereza tal que sólo hizo aumentar la admiración y el cariño que a lo largo de toda su vida supo siempre granjearse.
Escribo estas líneas con los ojos nublados. No puedo evitar pensar en cuántas cosas compartimos, cuántos momentos de alegría, otros de confidencias, cuántos partidos del Pontevedra y del Barcelona, dos de nuestras debilidades, comentamos juntos. No sé si volveremos a hacerlo, porque no creo que yo pueda llegar a tu altura, pero si por casualidad y la misericordia divina nos reencontramos, lo único que pediré será poder darte ese fuerte abrazo que esta maldita situación nos ha privado.
A su compañera, Ana, sus hijos Ismael y Gerardo, y a toda su familia, además de mis más profundas condolencias, sólo puedo trasmitirles ánimo. En momentos tan duros, les digo que son afortunados, porque ellos han disfrutado del amor y el ejemplo de una PERSONA EXCEPCIONAL.
Gracias, Manolo, por todo...por tanto.