Alba Piñeiro
Premios
Octubre es el primer mes plenamente otoñal y en él nos vamos empezando a dar cuenta de que el año está finalizando. Muchos son los premios que se entregan por estas fechas (los Nobel, el Planeta), el fin de ciclo lleva a la sociedad a realizar un acto de autoanálisis donde se les reconoce a determinados miembros de la misma la capacidad de haber hecho algo lo suficientemente bien como para ser dignos de un elogio público, que a menudo suele venir acompañado de una dotación económica, del ingreso a un nuevo círculo social u otro tipo de privilegio añadido al que quienes no lo hayan ganado tienen vetado el acceso.
La razón principal que nos hace merecedores de un premio, reconocimiento o privilegio suele estar vinculada a la realización de algún tipo de esfuerzo que haya generado un resultado socialmente tenido positivamente en consideración: en el caso de la ciencia, un descubrimiento que pueda salvar vidas o mejorarlas; en el de las artes y el entretenimiento, mostrar una sensibilidad, destreza u originalidad distintiva; en el de los deportes, una preparación física adecuada y un afán de superación constante. Ahora bien, no todas las personas que se lo merecen ganan un premio y buena parte de los que han ganado algún premio se enfrentan a no pocas opiniones que afirman que no han sido los mejores en su ámbito, que no estuvieron a la altura de la distinción otorgada.
Qué nos hace acreedores de un premio y qué lleva a que lo ganemos son cuestiones distintas. Generalmente, sin esfuerzo no se ganan galardones. No obstante, pertenecer a determinados ámbitos o cumplir ciertos requisitos sociales o individuales puede hacer que nos otorguen un reconocimiento así no hayamos sido los mejores candidatos o nuestro esfuerzo no fuese considerable. "Coge fama y échate a dormir" es el refrán que más define este tipo de situaciones donde lo importante no es el mérito demostrado, sino quién lo demuestra.
Los premios tienen su prestigio y su simbolismo. Si cualquiera puede ostentarlos, pierden su valor, hay que tener cualidades para llevarlo. Y una manera que tienen de adquirir fama es generando controversia cuando el laureado es un individuo que, por su poder, fuerza a que le den medallas, o cuando nunca reconocen a un individuo con una trayectoria lo suficientemente sólida como para ser estimado.
Socialmente damos una importancia enorme al hecho de ser premiados. Tanta, que personas que están empezando a abrirse camino en un sector concreto se encuentran con un muro infranqueable, porque juega en su contra el no haberlos ganado todavía. Si profundizamos un poco y examinamos las diferentes acepciones de la palabra "premio", vemos que la mayoría de las religiones giran en torno a la dualidad sanción-recompensa. Y que las injusticias llevan a que (en el caso de la Iglesia católica) existan santos belicosos.
Si no tuviésemos los premios Nobel (por poner un ejemplo) probablemente la medicina, la economía o la química no estarían igual de avanzadas. El cine sería mucho menos entretenido si aparte de la taquilla no tuviésemos múltiples mecanismos para valorar cual fue la mejor película, guion, sonido, etc. del año. La Historia (especialmente la Historia Contemporánea) sin duda no sería igual si no existiesen, mantiene a los individuos motivados y centrados en tener la mejor conducta posible.
Para ganar hay que darlo todo, pero no todo vale. El fin no justifica los medios. Si así fuera, el hecho de que alcanzar una meta implicase una actuación constante basada en una cadena progresiva de disvalores, la prevalencia de la fuerza sobre la fortaleza, desvirtuaría tanto a los premios como a la sociedad o institución que los otorga. Reflexionemos. Hagamos alguna vez el esfuerzo de valorar a alguien objetivamente bueno, a pesar de que no tenga medallas y tengamos también la calidad humana en alguna ocasión de dar lo mejor de nosotros aunque no nos den por ello laureles y solo sea por tener la conciencia tranquila.