Alba Piñeiro
Escapadas
Hemos pasado por un fin de semana largo dedicado a la temática del miedo, que en su concepción original implicaba un día festivo para que pudiésemos visitar en los cementerios a nuestros allegados ya fallecidos. Una fiesta en parte nuestra y en parte importada, un cruce entre Samaín y Halloween en el que niños y no tan niños se han disfrazado de personajes asociados al terror: monstruos, vampiros, insectos
Quienes se lo han podido permitir, se han ido de puente, con o sin sus familias, de recreo, una escapadita alejándose de la rutina de todos los días.
Otros han aprovechado el día extra del fin de semana para realizar una visita a sus lugares de origen, a reunirse, en efecto con sus familiares. Sin embargo, una casta aparte se permitió licencias mayores que las que cualquier trabajador puede permitirse, como lo son dejar a medias su trabajo, escuchar su hora de salida y prácticamente escapar, con la excusa de perder el avión, de estar con sus familias, etc. etc.: la casta de los diputados, que han dado la nota votando y marchándose antes de conocer el resultado.
Un diputado, como todo trabajador de a pie tiene el derecho a disfrutar de un fin de semana largo, a estar con su familia y a realizar una escapadita si se tercia. No obstante, un diputado no es un trabajador cualquiera: su trabajo tiene una especial repercusión en la buena o mala marcha de la nación para la que está realizando las funciones que se le han encomendado. Si un diputado no se toma su trabajo en serio a todos nos irá poco bien. Y nunca mejor dicho, lo pagamos todos, con nuestros impuestos remuneramos un conjunto de actividades que él evade realizar y sufrimos las consecuencias de la falta de competencia que tenga, con malos debates y leyes tristemente aprobadas que no benefician a casi nadie.
No han faltado diputados que se hayan excusado comparándose con un estudiante que sale rápidamente del aula para volver a casa. Todos conocemos a alguien que habiendo estudiado con nosotros vive en una localidad distinta a la de donde se imparten las clases, que no tiene coche y se tiene que ir en autobús, taxi o tren. A veces el final de las clases y el horario de su medio de transporte coinciden de la peor manera posible para él y, sin embargo, espera educadamente a que las clases terminen, se va cuando nos vamos todos y nos despide en la parada del tren, taxi o autobús con una sonrisa y un "hasta mañana". Por lo tanto, la digna tranquilidad y casi resignación con la que un compañero se va a la parada a coger el vehículo que lo llevará a su casa tras un día agotador no es comparable con el indigno abandono descarado de un diputado dejándose algo a medio hacer.
Tengamos en cuenta una cosa: el diputado no quiere trabajar por todos y su mala praxis influye, entre otras cosas, en el hecho de que cualquier estudiante tenga dificultades para continuar siéndolo. Aún cobrando mucho más que cualquier trabajador promedio, se permite el lujo de no valorar su situación propia y de mirar por encima del hombro a las personas que no tienen los mismos privilegios que él o mismamente, el lujo de ser una persona poco concienciada con aspectos que podría contribuir a solucionar. El estudiante que no vive en la localidad en la que se imparten las clases es una persona con ganas de aprender, que todavía tiene la ilusión de poder cambiar las cosas para bien aplicando en un futuro los conocimientos que está adquiriendo. Por si fuera poco, no solo no cobra por estudiar: tiene que pagar (y muy duramente, en especial si está haciendo un máster) por hacerlo. No comparemos el esfuerzo por mejorar con la degradación de empeorarlo todo con actitudes basadas en un mal pasotismo inconsciente y hedonista, porque no ha lugar.