Beatriz Suárez-Vence Castro
La muerte de un maestro
Hay personas que, solo con nombrarlas, nos hacen viajar en el tiempo. Conforman el paisaje de nuestra biografía.
¿A quién no le provoca distintas emociones encontrarse con sus maestros de la infancia? La imagen siempre tiene un gran poder evocador. No importan los años que hayan transcurrido desde que no les vemos.
El pasado 28 de mayo falleció Antonio Gala. Su muerte me ha traído a la memoria un libro que me regaló cuando cumplí veinte años quien por entonces era una de mis mejores amigas, Celia. Todavía lo conservo, con una dedicatoria escrita por ella a bolígrafo en la primera hoja en blanco.
Ya conocía la obra de Gala porque en casa de mis padres había unas cuantas novelas suyas, pero aquel libro era distinto. Lo leí con mayor interés porque a esa edad todo lo que viene de tus amigos tiene un valor muy superior a todo lo que pueda haber en casa, tal es tu ansia de libertad y de construir tu propio mundo. El libro se llama Cuaderno de la Dama de Otoño y es una recopilación de artículos periodísticos.
Ni Celia ni yo sabíamos que iba a aprender el valor de los adverbios leyendo aquellos artículos.
Cuenta Gala en uno de ellos, titulado Los guapos, como cuando las amigas de su madre iban de visita a su casa y veían a sus hermanos le decían "Qué hijos tienes, Adoración. Qué guapos. Qué bellezas. "Hasta llegar a él. Entonces, con cara de circunstancias, decían:" Bueno; éste es mono también. Creo que a Gala ese también le hizo bastante daño. Pero acabó superándolo.
Fue un hombre culto a la contra, excesivo quizá, pero siempre elegante. Nunca ocultó su identidad sexual en una España en la que no se hablaba mucho de esos temas.
En una entrevista en televisión le preguntaron si le había resultado difícil "salir del armario" y él respondió que nunca había estado en uno, porque debía de ser incomodísimo. Daba las explicaciones justas y sabía colocar un silencio donde no hacía falta palabra.
Una de sus facetas más desconocidas es la de mecenas. Creó una fundación que lleva su nombre en Córdoba, donde nació. La fundación tiene como objetivo a ayudar a jóvenes artistas, no sólo escritores, por medio de becas que incluyen manutención y la posibilidad de desarrollar su talento residiendo en el convento del Corpus Christi, magnífico edificio cordobés del siglo XVI.
El espíritu de libertad de Antonio Gala impregna también el método para potenciar el talento de los jóvenes artistas, que no reciben una enseñanza convencional asistiendo a clases impartidas por profesores, sino que se reúnen al final de la jornada para compartir experiencias y creaciones en lo que Gala denominó "fecundación cruzada": una disciplina artística se alimenta de la otra y a la inversa.
Los estudiantes también son visitados por artistas ya consagrados que les aconsejan como desarrollar y mejorar sus aptitudes artísticas.
Hasta hoy han pasado por ella más de trescientos jóvenes a lo largo de veintiuna promociones.
Gala a simple vista podía parecer un hombre vanidoso por su aspecto de dandi y una coquetería que no se molestaba en disimular, sin embargo, puso su ego al servicio de los demás y supo retirarse a tiempo.
Se fue sin ruido, elegantemente, siendo coherente hasta el final, sin despedidas ni quejas sobre una salud que siempre había sido escasa. Un cáncer se lo llevó a una edad mucho más avanzada de lo que él mismo había imaginado.
Amó los perros tanto como a la Literatura y practicó sabiamente la amistad.
En Cuaderno de la Dama de Otoño recuerda, como anécdota, su paso por el Mercado de Pontevedra y deja su testimonio vital, el del maestro que fue, amando la vida aun con sus inconvenientes, hasta el último momento: "Sin la vida - esa incógnita- nada vale la pena, nada atrae, nada se mueve, nada sirve, nada invita a jugar: nada es, sencillamente."
Disfrutar la vida siempre con lo que traiga y no olvidar quién eras con veinte años es una bonita lección, un continuo aprendizaje en el que todavía estoy.