Alba Piñeiro
Rebajas
A principios de enero se ofrecen descuentos aceptables en las tiendas que facilitan el satisfacer algún capricho, en especial en ropa o calzado. Al empezar la época de rebajas, muchas cosas siguen con su precio habitual, puesto que son de temporada. Habrá que esperar al paso del tiempo para poder comprarlas realizando un desembolso razonable. No obstante, el comprar una prenda con descuento no conlleva una disminución aparejada de la calidad de lo que adquirimos, ya que no se trata de un favor, ni de un privilegio. Es el comerciante el que decide emplearla como estrategia para obtener un mayor número de ganancias a corto plazo y está obligado a seguir unas pautas para vender lo que vende.
Existe una serie de rebajas que llevamos aguantado todo este tiempo de crisis y lamentablemente, de manera ininterrumpida. Afectan a lo que uno puede llegar a comprarse en época de descuentos, de invierno o de verano: son las rebajas (de toda índole) en el poder adquisitivo y de desarrollo individual del ciudadano medio, provocadas por las actitudes de las élites extractivas.
Un ciudadano medio estará esperando a que llegue enero o julio para poder comprarse una nueva cazadora, por poner un ejemplo. Cuando entra para comprársela, tendrá que tener la suerte de que sea de la temporada anterior si quiere llevársela con algo de reducción en el precio que pagará por ella. No sabe si al día siguiente conservará su empleo, en el que tiene mucha suerte de ganar mil euros, si podrá pagarle el campamento en verano al hijo más pequeño o si su hijo adolescente tendrá posibilidades económicas de poder estudiar en la universidad durante cuatro años.
Mientras, el ciudadano perteneciente a la élite extractiva, lo mirará con cierto grado de desprecio, ya que él puede comprarse una cazadora al día así sea marzo u octubre, viajar en avión privado cualquier fin de semana o día inhábil a grandes urbes como París o Londres, darse un gran festín así no haya nada que celebrar y mandar a sus hijos a prestigiosas universidades privadas.
Sí, las personas pueden hacer lo que ellas quieran con el dinero que ganan, siempre que no lo empleen para cometer algún tipo de delito. Sin embargo, cuando tienen salarios desorbitados, no por sus habilidades, sino por quienes son (hijos de un renombrado político que a su vez se hayan metido en política, individuos pertenecientes a la aristocracia) deberían tener un poco más de conciencia: los ingresos los obtienen gracias al trabajo y a los impuestos de los ciudadanos con sueldos medianos e incluso mínimos. Y no. Lejos de poner a funcionar su sentido de la consideración, se dedican a utilizar su dinero en auténticas frivolidades y el poder que les otorga su posición tanto social como económica lo emplean en reducir los derechos de quienes están más abajo, con el objetivo clarísimo de perpetuar y acrecentar sus propios privilegios. Ello termina por provocar una rebaja de exigencias razonables de bienestar en quienes no están más arriba. ¡Cuánto hemos retrocedido! ¡De élites nada, de extractivas todo!
Afortunadamente si algo de bueno tienen los malos tiempos es que las personas comunes y corrientes somos más conscientes que nunca de que la reducción de los recursos no debería significar una disminución descarada en nuestros derechos. La falta de valores éticos y morales en quienes deberían dar ejemplo la vemos cada vez peor. Continuemos luchando. Y sobre todo, si no podemos tener grandísimos lujos, enorgullezcámonos.
No es lo mismo ganarnos el salario con nuestro esfuerzo que tener una cuenta corriente con cifras de las que marean por el mero hecho de tener actitudes irrespetuosas con el trabajo y las capacidades de todos nosotros.