Bernardo Sartier
Los cojones del Conseller
Yo los preferiría colgados de las astas del ciervo. Así tendríamos un posado del ciervo después de cazar al Conseller. Cazador blanco corazón negro.
En la foto el Conseller sonríe mientras la sangre de los huevos de la pieza chorrea sobre su carilla de infante extrañado de un colegio de pago. Al principio dudo quién es el animal, si el Conseller o el ciervo, pero resuelvo la duda cuando reparo en que el rifle tiene mira telescópica. Cuando me enteré de lo de los elefantes de Don Juan Carlos me apresuré a pedir su abdicación y que se convocasen cortes constituyentes para la instauración de la tercera república, que debería presidir la reina Sofía, esa señora griega tan correcta que acaricia osos panda y adopta perros. Pero lejos de aprender de ella, Don Carlos Delgado, el Conseller, va y se toca la cabeza con los cojones de un ciervo.
Yo al Conseller me lo podría hacer en la antigua carnicería de San Román regentando el negociado de casquería, pero es que su expresión pija casa mal con el machete: el Conseller es de muertes limpias, muertes indefensas y de telémetro. En este país parece que si uno no se fotografía con un elefante o un ciervo recién abatido es un mindundi, un mierda sin nivel avocado a una asistencial. De hecho, cobrarse un conejo supone colgarse el sambenito de pobretón, que ya se sabe que el conejo es una cosa como de pueblo.
Me quedo con la cara del ciervo antes que con la del Conseller. Es más. Yo podría vivir con el ciervo, amar al ciervo, casarme y procrear con él (Incluso sentaría al ciervo en una cartera gubernamental encargada del Medio Ambiente para procurar la pervivencia de las razas en peligro de extinción, que es lo que está pasando con la gallega, que como no arrimamos dicen que vamos a volver a índices poblacionales del año setenta y tres). Dicho los cual afirmo categórico que yo con el Conseller (a diferencia de con el ciervo) no iría ni a misa de doce. Tenemos entonces que el tal Carlos Delgado parece querer inaugurar la nueva temporada de pamelas de Ascot: se ponen los cojones del ciervo encima de la cabeza y ni un diseño de David Delfín. Tope de fashion, oigan. A partir de ese diseño todos los ministriños de las autonomías podrían posesionarse de las actas con los cojones de un ciervo sobre sus cabezas. Solo así recuperaremos la credibilidad de Europa, veremos crecer el "peibe" y bajar la prima de riesgo. Con los cojones en la cabeza. Los del ciervo, por supuesto.