Bernardo Sartier
Me llamaron negro
De pequeño me llamaban negriño y chamizo. Incluso mandingo. La piel morena y tal. La estirpe moañesa. Invasiones por mar de piratas turcos que, una vez en tierra, además de saquear se follaron a medio pueblo dejando inscritos en el fruto de sus violaciones sus rastros cobrizos. No me ofendía entonces que me llamasen negro ni me ofende ahora que lo hagan en verano. Como tampoco que me insultasen -y casi me matasen, consta en las hemerotecas- un día que, ejerciendo la abogacía privada, fui a recoger a una menor cuya custodia habían otorgado a mi cliente. Va en el sueldo. Hay hechos desagradables uncidos al ejercicio de la profesión que escogimos (o que nos escogió, que eso no lo tengo muy claro).
Cuando un carnicero corta unas chuletas arriesga su mano; si es un cirujano, la sangre puede contagiarle el sida o la hepatitis; un futbolista se juega el peroné en una entrada (más si es de Pepe) y al torero le puede afeitar las pelotas un morlaco; un diputado se somete todos los días al escrutinio público y tiene claro que paseando por la alameda de su pueblo le pueden llamar chorizo. Ídem un albañil en el andamio o el pulpeiro del Ruzo si golpea la pota hirviente, la vuelca y derrama sobre sí el agua quen contenía abrasándose. Todas las profesiones tienen sus riesgos. Incluso la propia vida los tiene. Por eso me sorprende la reacción pueril de algunos futbolistas negros (no diré de color porque prefiero que algún imbécil me llame racista antes que cursi) que se sienten heridos en su orgullo cuando los aficionados reproducen en la grada la onomatopeya simiesca "¡uh uh!", les arrojan un plátano o, sin más, les llaman negros. Que, para que no haya confusiones, está muy mal y es muy reprobable. Pero igual de reprobable que llamarle hijo de puta a un futbolista blanco. El otro día, un jugador del Levante quería subir a la grada a forrar a hostias a unos aficionados (que pagan su sueldo) que le recordaban el color de su piel.
Vamos por partes. El que es negro es negro, el amarillo amarillo y el de Betanzos, de Betanzos, y eso es una realidad tan insoslayable como que yo mido un sesenta y siete y no soy Brad Pitt. Esto por un lado. Y por otro. Si te llaman algo que no te gusta tienes tres opciones: tomártelo con sentido del humor, como Alves cogiendo el plátano y comiéndoselo (el plátano tiene mucho potasio), denunciarlo o cabrearte montando el numerito del victimismo para generar la solidaridad impostada de la peña.
Sí, ya sé que hay mucho "blandiblú" que mientras consiente situaciones de auténtica desesperación e injusticia y no se rebela frente a ellas estaría dispuesto a subirse al carro demagógico de lo políticamente correcto para poner en solfa al que paga una entrada y cree que lleva implícita el derecho al insulto. Claro que insultar no está bien, pero en el campo, parte del público hace eso como uso social inveterado y aceptado de consuno. Y diré más. Me parece ofensivo llamarle negro a uno, claro. Pero no más que cantar "Riki subnormal" o tildar al delantero centro de maricón, por ejemplo; o cagarse en sus muertos, o qué decir del "Eta mátalos", como en algunas ocasiones he oído corear a la turbamulta descerebrada en un fondo de Balaídos mirando a la bofia. Y todo eso se escucha jornada sí jornada también en todos los campos de España sin que nadie se rasgue las vestiduras. ¿Forma ello parte del espectáculo? Mi opinión es que sí, y también sostengo que la intencionalidad de la acción queda diluida en el contexto y la pluralidad de ofensores, de imposible persecución penal. Y lo más importante: cuando alguien participa en el espectáculo futbolístico sabe que no va a tomar el té de las seis con la reina madre. ¿Podría un árbitro cabrearse porque desde la grada le sugieran que se case su progenitora? ¿O porque apunten desde tribuna que es hijo de una cabra y le achaquen tener rulos corníjeros en su testuz?
Pues claro que podría, pero entonces no sería un árbitro de futbol, sería un pichafloja que se la quita con papel de fumar porque al campo también se va a poner a parir al árbitro cuando la afición cree que lo hace mal. O sea que, amigo futbolista del Levante, cuando te llamen negro, a coger lo bola y a demostrar tu virtuosismo con ella introduciéndola de un buen punteirazo por la escuadra. Y así te vengas. Y, por favor, déjate de llorar como plañidera septuagenaria porque te llamen negro, que pareces un colegial ofendido por un compañero de pupitre. Y si no aceptas que todas las profesiones llevan implícitas lo bueno y lo malo, pues hazte minero, que seguro que al día siguiente estás deseando volver a tu anterior profesión a que te insulten.