Bernardo Sartier
Están ustedes invitados
Mi columna del jueves Me llamaron negro cosechó treinta y dos agrados y ocho comentarios elogiosos de mis críticos y detractores, a los que nunca agradeceré en lo que vale la desinteresada promo que me hacen.
Incluso uno de ellos, Don José María, mi ortógrafo de cabecera (ese que abomina de mis columnas pero no se pierde una; ese, sí, a quien hice generosa oferta de administrarle unos latigazos sin que haya acusado recibo a tal propuesta por el momento) me conminaba a criticar a los señores Lerense, Bifrutsafirm, Xabaril y Granateale. Se ve que Don José María tiene pelusa porque le doy cera a él y no a los epigrafiados.
Lo siento, Don José María. Pero comprenda usted que aquí resulta bien traído el aserto del idioma chiquités no puedono puedo. ¿Cómo expeler denuestos contra quienes alientan mi carrera literaria, criticándome y haciéndome experimentar múltiples corrimientos interiores similares -cuando no superiores- a los que hacían gozar a Don Pedro Zerolo con Zapatero?. No puedo porque la crítica, incluso la más ácida, hace subir mi caché. Y aunque el caché de la literatura amateur se resume respecto de quien la ejercita en lograr únicamente la publica percepción de su obra, como el pintor que expone, me doy con ello por sobradamente recompensado. Solo eso busco. Si a mayores puedo polemizar con ustedes, cosa que me pone muy cachondo, pues miel sobre hojuelas.
En su caso concreto, Don José María, no solo le estoy agradecido sino que me encuentro en deuda con usted. Sí, ya sé que mi literatura no alcanza las altas cotas de otros monstruos (y monstruas) pontevedreses de la columna, como esa egregia convecina, madrina ocasional del gremio artillero, cuyo artículo La plaza de la Verdura (que recibía ese nombre porque antaño se vendían en ella verduras y hortalizas, como muy bien precisaba la escritora) me dejó emocionado y conmocionado. Y también sé que no admite -mi prosa- comparación con la de esa joven que, en artículo sin parangón, nos alertó no ha mucho de la llegada de la primavera y de sus bondades, invitándonos a la toma de sol para hacer aprovechamiento de sus benéficos efectos sobre la osamenta.
De ahí mi agradecimiento hacia usted, don José María, que no solo insufla las velas de mi carrera sino que me piropea reputándome innovador del género periodístico. Inmerecidamente, claro. Por eso, usted y los Señores Don Lerense, Don Granateale, Don Bifrutasfirm y Don Xabaril quedan formalmente emplazados a la Plaza de la Estrella de esta capital, donde tiene su sede el Bar Carabela -y a la que mira la redacción de PontevedraViva- para, con este digital como notario, darse por convidados, por cuenta del suscribiente, a calamares y cañas, e incluso a algún licor espirituoso siempre que hagan promesa expresa de no darse a la conducción de automóviles ulteriormente. Fijen día y hora. Yo iré y espero que PontevedraViva levante cumplida acta de su asistencia.
Y si alguna rencilla, malentendido o disputa hubo entre nosotros, por mi parte la tengo por no acontecida. ¡Ah! También irá mi sobrino político, cubano de Camagüey, pedazo de pan que es negro y al que le importa un carallo que se lo llamen. La invitación, absolutamente desinteresada, solo lleva aneja una condición: que me sigan poniendo a parir.