Bernardo Sartier
"Son ustedes unos maleducados"
En estos momentos de tránsito yo no veo a Cayetana, veo a Millán Salcedo, porque desde que Millán imitó a Cayetana la duquesa nos parece la parodia de un personaje irreal, una suerte de Matrix virtual de pelo ensortijado que, en realidad, nunca existió.
Espartaco Santoni no quiso velatorio, solo alegría y muchas copas en su entierro, pero es que Espartaco era un sabio bohemio, un canalla dandi y entrañable. Imaginen el cortejo fúnebre y en el tanatorio una bola de mariachis cantando "el gayo sube/ echa su polvorete/ y se sacude". Cayetana llevaba un tiempo de ancianidad. En mi opinión Cayetana ya era vieja en aquella rueda de prensa, en los estertores del franquismo, en la que a Miguel Ángel García Lomas, alcalde de Madrid, le preguntaron cuándo tenía pensado dejar la alcaldía. Lomas se acarició la barbilla, miro al periodista con la tranquilidad que solo adorna a los grandes y contestó "cuando me salga de los cojones".
Cayetana era una aristócrata, pero una aristócrata demócrata, castiza y flamenca que salía, por el portalillo de su casa de Ibiza colchoneta en mano, a una playa atestada para solazar sus domingas, que ya eran unas domingas agostadas pero (la que tuvo retuvo) también el libro abierto y voluminoso de muchos mordiscos amorosos. Cayetana era duquesa pero no tonta y bebió de los placeres de la carnalidad lo que le salió de los ovarios, como está mandado. Y tuvo una vida tan amplia que le dio para ser multípara (cinco hijos) y tener dos ancianidades, una de paulatina desaparición de su masa ósea y otra de repentina aparición de su masa botox, de tal modo que a veces llegaban al Palacio de Dueñas sus labios antes que ella.
Entonces Cayetana ya no era Cayetana sino el mudo de los hermanos Marx, porque había cometido un error colosal, resistirse a hacer lo que hizo Concepción Bermúdez Santomé, o sea, envejecer sin retoques. Concepción era mi abuela. Sumida ahora en el trance de los premorientes, que uno aún no sabe si es trance festivo o tenebroso, reparamos en que la duquesa es el fiel reflejo de una España que fue grandiosa y hoy se corta las uñas si tiene que querellarse contra Mas, porque si querellamos a Mas, Mas nos llama colonialistas, metropolitanos y lo que es peor, nos llama españolazos, que es uno de sus insultos favoritos. Aquella España que fue grandiosa se encuentra hoy a medio camino entre la percusión de Manolo el del Bombo y el gorgorito imperativo de Belén Esteban, o sea entre rogar a dios mazo en mano u obligar a comerse el pollo a las Andreitas de turno, esas Andreitas que "guasapean" faltas de ortografía mientras floran en ellas las cosquillas rijosas del sexo recién descubierto.
A Cayetana le bombardearon la casa en Madrid Franco y en Londres Hitler, y aun así conservó su "facherío" moderno y monárquico, que el origen imprime carácter. Pero el bombardeo que peor llevaba Cayetana era el de las revistas del corazón, son ustedes unos maleducados, decía mientras trastabillaba y se apoyaba en Carmen Tello. Carmen Tello era su guardia de corps y el estereotipo andalusí de unos "eres" que se agarran a la tierra de Almanzor como una sanguijuela al vientre de un perro. A veces también iba Curro Romero, que aparte de ser el torero que mejor ejecutó el pase de pecho, era también el diestro que con mayor pericia escapaba del morlaco arrojando al quinto carallo engaño y espada para que no le pesasen en la huida.
Luego vino el tercer hombre, o sea Alfonso Díez, que se aburría en el ministerio de agricultura y pidió la excedencia para convertirse en un funcionario del bastón ducal. Dicen que haciendo cochinadas en Italia ella se "fostió" una cadera, pero eso es una majadería hiperbólica de los periodistas porque seguramente lo únicos polvos que se pueden echar a esas alturas de la vida son los mágicos. Alfonso lloraba en el asiento trasero del coche cuando subieron el oxígeno a Dueñas. Alfonso semeja el Geyperman de mi infancia, un Geyperman pijote e ilustrado pero noble de sentimientos. A lo mejor la duquesa le deja un legado. En los momentos finales subió el confesor, un clergyman joven pero de alzacuellos, porque ya dije que la duquesa era una fachona progre y los fachones, aunque sean progres, necesitan los servicios del sicólogo teológico, o sea del cura.
A Dueñas también llevaron morfina, que no es más que un sicofármaco pero muy adictivo, una droga que ayuda a morir dulce, y yo creo que la duquesa merecía morir así.