Juan Diego M. Alcaraz
Perseguidos, no protegidos
En estos tiempos en que desayunamos con chorizos, trabajamos para mangantes y tributamos a defraudadores, los valores se pierden, las esperanzas desvirtúan la realidad y vivimos acosados en un día a día cargado de angustia. Por si fuera poco, algunos organismos estatales creados para ayudarnos y protegernos nos lo ponen aún más difícil.
Es el caso de los que conducimos y la responsabilidad que adquirimos nada más ponernos al volante de un vehículo. La menor distracción e imprudencia puede acarrear graves consecuencias y, por si esto no fuera suficiente, hay que añadir el estrés continuo que provoca sentirse perseguido y que, un descuido de un kilómetro por hora de más, te suponga una sanción desproporcionada.
Estamos de acuerdo en que el exceso de velocidad es la causa principal de accidentes en carretera. Todo lo que se haga por controlar tales excesos, bienvenido sea para nuestra seguridad vial. El problema está en el uso de la vara de medir y en cómo, cuándo y dónde se aplica dicho control.
Es absolutamente injusto que, por rebasar tan solo 1 km/h el límite permitido de 30, haya que pagar una multa de 100 euros. Pero más sangrante es que la multa sea la misma por ir mucho más deprisa en la misma limitación. Es decir: con límite de 30km/h, tenemos la misma sanción si se va a 31 ó a 50 km/h. Este dislate aumenta progresivamente en cada una de las franjas de limitaciones de velocidad y alcanza su clímax en los 120 km/h (los 100 euritos por ir entre 121 y 150 km/h).
No es razonable ni remotamente aceptable. No tiene lógica. Primero, por el posible margen de error en nuestro cuentakilómetros (hasta un 10%). Segundo, porque en la limitación de 120, ir a 150 supone recorrer más de 8 metros cada segundo, lo que sí puede acarrear consecuencias fatales. Queda claro que la vara no se aplica en función de la seguridad sino para alimentar el afán recaudatorio.
En esa línea de recaudar como sea, intervienen los estrategas de escritorio, esas mentes pensantes que deciden cómo, cuándo y dónde apostar sus radares: preferentemente en horas punta, días festivos, fines de semana, grandes desplazamientos vacacionales Pero resulta que sólo se piensa en apostar dotaciones de radar en los sitios más golosos; no se piensa en agentes en misión de prevención que hagan notar su presencia en tramos conflictivos, puntos negros, zonas donde el exceso de velocidad es más peligroso (¡y no donde es más fácil cazar!).
Sin duda, las campañas persuasivas de controles nocturnos de velocidad y alcoholemia en los alrededores de centros de ocio y copas son efectivas y conciencian a muchos conductores. Pero la aplicación de radares en estos lugares estratégicos se queda corta en comparación con las trampas y montajes que emplean para hacer fotos a destajo.
Ya no hablo de cuando esconden el trípode del radar entre cubos de basura (y con el coche de la DGT detrás, que no se vea), que es algo indigno. Hablo de cuando se esconden detrás de coches aparcados, en una leve curva en rasante, a escasos 10 metros de la señal que limita a 50, señal que no se ve hasta que estás a 30 metros y a la que se llega en limitación de 80. (En la PO531, km.3,300 sentido creciente).
Este es uno de los muchos ejemplos en que, aparte de que la señalización no está bien situada, deja muy clara la nocturnidad y alevosía de estas operaciones de caza al incauto que va camino de su trabajo a las 7:30 de la mañana, aún noche cerrada.
Esto no es un ataque a una institución que respeto. Es una protesta contra esas mentes clarividentes que, aparte de aplicar normas absurdas, desprecian el objetivo de su función. Desde 1959, La Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil tiene como misión la vigilancia, regulación, auxilio y control del tráfico y del transporte, así como garantizar la seguridad de la circulación en las vías interurbanas.
Recuerdo que cuando era pequeño y viajaba con mi padre, veíamos la imponente presencia de los motoristas al borde de la carretera, recortándose en el horizonte, como guardianes que velaban por nuestra seguridad, que estaban allí para ayudarnos y advertirnos de los peligros de la carretera.
Eran otros tiempos. Entonces la DGT no dependía de la recaudación de las sanciones. Ahora sí, y en consecuencia, los agentes que patrullan nuestras carreteras se ven sometidos a presiones de sus superiores y a la exigencia de cubrir ciertos baremos, en lo que al número de denuncias se refiere, convirtiéndoles así en perros de presa que acechan desde las cunetas.
La raíz de ese afán recaudatorio está en la dependencia que tiene la DGT de los dineros de las multas. Una situación lamentable porque los ciudadanos perciben el incumplimiento de la misión de vigilancia, regulación y auxilio de estos hombres y mujeres de la Benemérita.
Queremos ángeles de la carretera, no verdugos móviles. Queremos sentirnos protegidos, no perseguidos.