Bernardo Sartier
Los latidos de un adoquín
La mejor oración fúnebre jamás oída es laica. De Miguel Hernández: "Quiero minar la tierra hasta encontrarte/y besarte la noble calavera/y desamordazarte y regresarte/". Asistí una vez a un oficio fúnebre. Por si hubiese tenido alguna duda respecto de mi descreimiento confeso y casi genético (no ver en ello orgullo alguno, sino mero paisaje personal), aquella ceremonia terminó por convencerme. Un sacerdote recitó su plegaria de modo tan rutinario, con un automatismo y una carencia de empatía tal que, de no ser creyentes fervorosos los asistentes habrían abdicado allí mismo y sin remisión de su fe. Aquello fue una sugerencia irresistible al fichaje por la Iglesia de la Cienciología.
Vergonzoso que la ceremonia mortuoria de un familiar la convirtiera aquel chamán disforzado en idéntica rutina que la de un burócrata estampando sellos. Un ser querido muerto es para su familia insustituible. Qué menos exigencia, entonces, que el que esas exequias contengan cierta originalidad, un mínimo atisbo sentimental. La concreta particularización laudatoria del ser querido. Pero peor que el autismo empático -situación a la que asistí-, es que un ministro de Dios se niegue a improvisar unas oraciones en un entierro.
Por eso recuerdo ahora a Recuna, párroco de Campolongo. Capaz de remover las emociones de un descreído como yo en el funeral de un amigo al que su toxicomanía fulminó joven, seguramente para alivio suyo y de su familia. Recuna nos emocionó afirmando que él estaba desde el instante mismo de su muerte -y al margen de los padecimientos que había infligido a los suyos-, al lado de Dios, porque Dios, en la hora crucial (esa en la que los católicos tienen la fortuna de creer y yo la desgracia de no poder hacerlo) perdona siempre, y no discrimina entre hijos buenos o malos. Mensaje simple pero conmovedor.
Independientemente de sus hazañas, aquel pobre desgraciado estaba con Dios. Sermones como el de Recuna son los que "hacen" Iglesia. Después de la de Miguel Hernández, la mejor elegía que recuerdo. Sin sobreactuación ni mecanicismo. Pero claro, Recuna era un auténtico pastor de almas, un fabricante de prosélitos cuya vis atractiva residía en el ejercicio de un apostolado sincero y vocacional. Si no fuese por mi volterianismo, en ese mismo momento me habría convertido a su fe.
El problema es que no todos los sacerdotes son como Recuna. No lo son, por ejemplo, los que decidieron profesar, aun sin vocación, porque intuían -y encontraron- un modo de vida muelle bajo el aprisco eclesiástico. Son esos los que no "hacen" Iglesia. A esos le incumbe -y no es poco- la responsabilidad de cargársela, la misión de deconstruirla aburriendo y cabreando a la peña con sus óperas bufas. Del cura que anda en boca de todos no voy recordar la conversación constante en unas diligencias penales afirmando haber mentido solo un poco (¿no decía la Biblia la verdad os hará libres, padre? ¿supongo que la verdad completa, no?), no la recordaré -decía- por sobradamente reproducida en medios de comunicación pero también por el sonrojo que produce.
El retrato quedó allí. En cualquier caso, resulta muy poco cristiano negarse a oficiar un responso por un finado con apoyatura en razones exclusivamente mercantilistas. Primero porque yo, que reitero, soy ateo, recuerdo que Jesús expulsó a los mercaderes del templo porque su avaricia les llevó a convertirlo en un zoco alterando su paz con sus reclamos comerciales, y segundo, porque la caridad cristiana impone no dejar desamparados a los semejantes, en este caso, las familias que sufren. Curioso lo de estos ministros eclesiásticos, cicateros algunos para un simple responso y extremadamente munificentes y pródigos -y también enormemente choscos- para controlar los dineros de una catedral de la que un chispas se lo llevaba crudo.
A lo mejor, lo procedente es ir sustituyendo a los que no están por la solidaridad para que su lugar lo ocupen seglares dotados de humanidad. Cualquier laico con entrañas es, si se lo propone, capaz de emocionar. ¿Quién no ha visto en alguna jubilación, después de repasar someramente la vida del homenajeado, aflorar alguna lágrima?. No es tan difícil. Se precisan únicamente sentimientos. El problema es que entre el gremio del alzacuellos abundan los corazones de pedernal dándole a la letanía en serie y haciendo sermones propios de una cadena de montaje. Incluso los hay que vuelven a la rectoral tranquilos con su conciencia después de haberse negado a llevar un poco de consuelo a sus semejantes. Y miren, para eso, mejor el discurso cariñoso de un laico. O un simple abrazo.
Lo dijo Machado: "Poned atención/a un corazón no habla/sino otro corazón". El problema es cuando, en vez de los del corazón, ponemos demasiado empeño en oír los latidos de un adoquín.