Bernardo Sartier
La muerte en directo
Oigan, miren. ¿Qué carallo es eso de la muerte digna?. Uno se muere y santas pascuas. Y jodido, uno se muere muy jodido. Cabreado con esa circunstancia, cabreado con el mundo y cabreado con los demás por no morirse con uno, insolidarios, que sois unos insolidarios. Aparte de jodido y un poco curioso, uno se muere, reconozcámoslo, acojonado. El maestro Chumi retrataba la muerte como un esqueleto con guadaña sobre el hombro. La muerte de Chumi era una muerte condescendiente. De la boca de la calavera salía una voz que decía al moribundo "tranquilo, ya no tendrás que pagar impuestos". Y ahora en serio.
¿Qué opinión tienen del asunto de la niña Andrea? Porque yo no he visto a nivel mediático nada más obsceno. Entiéndanme. Me refiero al enojoso y estúpido término "muerte digna". ¿Es que hay alguna muerte digna? Pues miren, bien pensado sí. Juan Paredes Manot, por ejemplo. Cuando el pelotón iba a disparar sonrió a su hermano, que estaba detrás de los fusileros, gritó "Gora Eskadi Askatuta" y comenzó a cantar el Eusko Gudariak. ¿Y una indigna? Pues también. El golpista General Fanjul, que sublevó el cuartel de la Montaña en el Madrid del 36; pretendió arengar al pelotón antes de que disparase pero se le quebró la voz, le salió un gallo y el "Arriba España" quedó atragantado como el gorjeo de un ave moribunda. Un cagón. Pero en un proceso de muerte natural, en un proceso de deterioro patológico ¿podemos hablar de dignidad o de indignidad? De ninguna manera. Es todo mucho más sencillo y fisiológico.
Uno muere por decrepitud orgánica, celular, repentina o paulatinamente, y ahí, miren, ahí no puede entrar un concepto moral como el de la dignidad. Y ahora seré sincero. Sincero para participar en esta ensalada de sandeces, demagogia y estupidez en la que chapoteamos hablando de la pequeña. Vamos por partes. Los padres. Supongo que hacen lo que creen conveniente. El problema es que acierten. Decidir sobre la vida de un tercero, sobre todo si es tu hija, no puede ser tarea sencilla. Que la suerte los acompañe. Se lo deseo de corazón. Un único reproche: yo no hubiera buscado el foco mediático para un proceso que me parece íntimo por doloroso. No hay ninguna necesidad, ningún motivo que justifique que la sociedad acceda al dolor y al sufrimiento de mi hija, salvo que aceptemos que es la presión social la que sustituye al criterio terapéutico y también, lo que sería aún mucho más grave, al judicial.
La Consellería. Aquí debo detenerme. En una ocasión alguien me habló de las bondades de la Conselleira. La había entrevistado y le sedujo su empatía, su simpatía, su campechanía. A mí, en cambio, de Rocío Mosquera lo que me sorprendía eran sus extraordinarias limitaciones expresivas, similares a las de un adolescente torpón y repetidor. Me sorprendía eso y su increíble capacidad para banalizar cuestiones de enorme trascendencia: comisión de bioética u hospital Álvaro Cunqueiro, por ejemplo. Vigo ardía (Vigo sigue en la pelea y ha conseguido el cese de Mosquera, aunque se maquille éste con otras razones) y Feijóo allegó la motobomba para sofocar un incendio que comprometía -aún lo hace- su futuro en la Xunta. La Consellería -retomo- diletó sobre el problema de Andrea sin criterio fijo. Y la Consellería tenía mucho que decir. Me congratulo por el nombramiento de Vázquez Almuíña. Es un tío serio, era un alcalde preocupado por sus vecinos -me consta- y conoce el mundo sanitario. Si hay alguien que pueda explicarle a Vigo que la realidad del Álvaro Cunqueiro no es tan apocalíptica como semeja, pero tampoco tan idílica como intentan pintarla gerencia y Consellería, ese es Sito.
El Hospital en el que está Andrea. Primero que no y luego que sí. O estaban equivocados antes o yerran ahora. ¿Por qué antes se rehusaba la sedación y ésta deviene ahora posible? ¿Qué ha cambiado? ¿Ha sido el deterioro de Andrea tan fulminante?. Puede ser y entonces entendería este radical cambio de criterio. Pero da la impresión de que, sin más, han sucumbido los doctores, a quienes se acusaba de poco sensibles, a los deseos de la familia, unos deseos que los medios del Matrix progre se ha encargado, filibusteramente, de apuntalar. Y por fin el resto. O sea todos los demás. Los que seguimos la premuerte de una niña hozando asquerosamente en el dolor ajeno, regodeándonos en sus prolegómenos y plantando las cámaras de televisión extramuros del hospital como si, fuera de un recinto carcelario, aguardásemos la sentada de un reo en la silla eléctrica. ¿Qué se nos ha perdido en la enfermedad de una niña que sufre y no puede decidir qué hacer con su vida?. Demasiado duro, extremadamente delicado para que me atreva yo a decir qué haría de encontrarme en la tesitura de sus padres. Porque lo fácil, sin pasar por su situación, es decir lo que me pide el cuerpo. ¿Saben qué? Pues que yo no consentiría sedar hasta la muerte a mi hija. Que la sedaría únicamente hasta el punto en que, evitándole dolores, continuase viviendo conmigo. Porque eso me permitiría besarla todos los días. Porque me permitiría oler su pelo y su piel. Porque me permitiría abrazar su calor haciéndole sentir el mío. Y porque me permitiría transmitirle que sufro con ella porque su sufrimiento no puede ser cosa diferente al que yo siento. Por todo eso no me atrevería a tomar la decisión de facilitarle la muerte. La muerte, sí.
Escapemos de eufemismos utilizados por los representantes de la familia tales como "tránsito" o "irse", unos representantes que, a lo mejor, están haciendo estupendamente su trabajo, pero incapaces de hablar sin ambages de morir y de muerte. Y ya que han colaborado con la familia a tomar una decisión que no me atrevo a reprochar, sino a discutir, tengan el valor de llamar a las cosas por su nombre. Morirse. Muerte. Sedar a Andrea hasta que muera. Una vez hecho cuenten, sino con mi acuerdo, sí con mi solidaridad. Debe ser muy duro colaborar a que alguien tome esa decisión, porque cuando los hijos mueren, hay una parte de los padres que, inevitablemente, muere con ellos. Lo dice el proverbio hindú: la felicidad del hombre reside en ver morir a los padres y en no ver morir a los hijos. Así que, que dios, si existe, te bendiga, Andrea. Y a tus padres. Y de paso y también, te aleje de nuestro morbo curioso.