Bernardo Sartier
"¡A mamarla!"
Tony Ronald y Pepe Sancho dejaron de fumar. Tony era un hortera entrañable. Un hippie reconducido que tenía algo de Elvis de protección oficial, un anti héroe lírico que alcanzó su cumbre artística con el "Estem vivint", disco en catalán de un holandés que había empezado su carrera echándonos un cabo: socorro, ayúdame. Tan original como su música era su peinado, síntesis tonsurada de la escafandra de Sue Ellen, en Dallas, y las guedejas de un vespero que olvidó su casco en casa. Las lentejuelas de Tony eran bisutería de bazar de tinas plásticas y yo, cuando aún no sabía lo que era subirme a un avión, ya había volado en la campana de su pantalón. Tony hacía pop sin más porque Tony no componía canción protesta ni había nacido para enardecer a las masas contra la guerra del Vietnam. Tony no era Paco Ibáñez ni Víctor Jara, desde luego, ni maldita la puta falta que le hacía, que ya se sabe que tiene que haber de todo, pero no había boda, bautizo o verbena en la que no sonase su ¡Help!.
Tony fue proemio parrillero de barbacoas y chiringuitos y se llamaba Tony pero lo mismo podría llamarse Georgie, y se apellidaba Ronald como se podría apellidar Dann y tampoco pasaría nada, porque Georgie Dann y Tony jugaban en la misma e imprescindible tercera división musical que llenaba nuestras vidas de caspa melodiosa, de una música carente de compromiso. Muy horteras, de acuerdo. Pero yo no concibo los sesenta y los setenta sin ellos y sin el flequillo de Agustín, el de "Los Diablos", y sin ellos queda capada una parte de la infancia y no existirían ni la playa de Mogor ni el verano ni el Trole ni la infancia que fueron y todavía son, sin duda, mi única patria. Siegfried André den Boer Kramer, que así se llamaba el pavo, nos deja la complejidad de su apellido y la sencillez de su música, y también un vacío extraño que solo llenaremos gritando Tony, help, ayúdame.
Como Pepe Sancho, que se nos fue tal y como había vivido, cabreado con todo dios. Siempre admiré en él ese vivir contracorriente que tan característico le hizo. Sancho era un actor con mayúsculas que nos regaló, entre otras, una interpretación magistral de Monseñor Tarancón. De una terquedad vital exacerbada dejó episodios prescindibles de su vida personal que las revistas del corazón y las televisiones cisterna se encargaron de amplificar. Cabreado incluso con su hijo ni le avisó de que se moría, lo cual es muy duro para un hijo pero comprensible desde el respeto a la voluntad que merece quien se sabe morir. Una vez Pepe Sancho se quitó sus gafas de sol y, encarándose con tele mierda en la salida del aeropuerto de Barajas gritó: "¡sois basura, tú y tú, basura, y los jefes de vuestras cadenas, basura también!. ¡Hala, ya tenéis lo que queríais!".
Pepe Sancho golfeó lo que le salió de los cojones, lo que siempre es algo de admirar porque si el ser humano no dispone de una república íntima que transgredir es mejor que cierre el negocio y se pegue un tiro. "Enfant" terrible de la escena y, bajo mi punto de vista, con Juan Diego uno de los mejores actores de su generación, no habrá tenido que pensar mucho el epitafio de su tumba, aquel exordio bizarro con el que se subió al taxi y se despidió de los periodistas con un portazo monumental: "¡A mamarla!".
07.03.2013