Bernardo Sartier
La Cabina
En el setenta y tres un mediometraje español se llevó un Emmy. Se titulaba La cabina. Dirigido por Mercero lo protagonizaba un magistral López Vázquez.
Historia aterradora de la que hago síntesis: un urbanita mediocre sale de su casa y se introduce en una cabina. Para telefonear. La puerta comienza a cerrarse hasta que el hombre repara en que no puede abrirse. Se lo toma con filosofía pero poco a poco comienza su angustia. Repara en unos niños y les hace señas. Se monta un revuelo de curiosos. Se suceden los intentos por abrir la puerta. Infructuosos. Llega la policía. Incluso lo bomberos, pero nadie es capaz de abrir la cabina. Aparecen entonces unos operarios de mono azul que al espectador le ofrecen la esperanza de ser personal de la compañía telefónica. ¿Lo sacarán?. Seguro que sí, pensamos. Pero la esperanza se desvanece. Introducen dos barras paralelas en la base de la cabina y, entre cuatro, dos delante y dos detrás, izan la cabina a una camioneta. Arrancan. La expresión de López Vázquez mientras mira a la gente que va pasando en tanto lo llevan al extrarradio de la ciudad merece estudiarse en las escuelas de arte dramático. A sus ojos se suceden un pequeño circo, un entierro y una niña. Mira a todos implorando ayuda y todos le devuelven gestos de incredulidad cuando no de mofa al verlo ridículamente atrapado y subido a la camioneta. Abandonada la ciudad la camioneta se introduce en una zona de montaña. Penetra entre unos riscos, en una suerte de central hidroeléctrica abandonada, y allí se ofrece al personaje un panorama terrorífico. En cabinas idénticas y también clausuradas aparecen cadáveres en descomposición, esqueletizados. Alguno recientemente ahorcado con el cable del teléfono consciente de su seguro fin. Una especie de masacre metódica, una matanza planificada y organizada que muestra el desasosiego y la soledad, la desazón y el desamparo del ser humano ante el Estado, la sociedad, ante la injusticia y la insolidaridad. Perdida toda esperanza, el personaje comienza a deslizarse lentamente por la pared de la cabina hasta quedar sentado esperando su muerte.
Una parábola hiperbólica en la que se habrán visto representados muchos "preferentistas". Estafados, engañados en el mejor de los casos y obligados a cofinanciar el reflote de unas entidades que, a través de unos profesionales negligentes cuando no mal intencionados, les hurtaron lo que les pertenecía. O sea, una apropiación indebida. Una trampa financiera. Una auténtica "Cabina".
28.03.2013