Marta Guirado
El plano básico
Somos seres caminantes. Desde que bajamos de los árboles caminamos y caminamos, preferentemente por las planicies. Por eso nos cuesta subir cuestas. La palabra no es casual.
Plantígrados básicos. El efecto psicológico negativo de un pequeño bordillo de acera se manifiesta al peatonalizar y humanizar una calle, que parece más amplia. El todo es casi siempre más que la suma de las partes.
Subir a una montaña puede ser un placer, sobre todo si la fatiga es recompensada con un bonito panorama. Todo reto superado satisface, sea la hazaña montañera o espeleológica. Pero en general no buscamos el esfuerzo sino su minimización, o su optimización.
La elevación monumental de la plataforma de un templo, o la funcional de una fortificación, siempre conduce a otro plano, aunque sea a una cota superior. La rampa fue y sigue siendo medio para un fin, que es alcanzar ese otro nivel. Cuando la necesidad de aprovechar espacios reducidos obligó a edificar en altura, en cada planta se reprodujo el plano básico.
La escalera es una rampa modificada. Más fácil de construir, de ascenso más inmediato, condensa el esfuerzo en un tiempo corto. Hasta la invención del ascensor, el cansancio en la subida limitó la altura de los edificios. Aunque la presión especulativa, ya en la Roma imperial, elevó las insulae hasta seis u ocho inestables pisos. Y claro, sus habitantes eran los ciudadanos más pobres.
Hay siempre un equilibrio entre el deseo de altura y el sacrificio en la subida. Los edificios del XIX estratificaban este equilibrio. Bajo el suelo, el sótano, donde habitaba el portero de la finca. En la planta baja, los locales comerciales y el filtro de la portería. El piso siguiente, entresuelo, solía destinarse a oficinas o despachos profesionales, con acceso fácil pero no tan cerca de la ruidosa calle. Sólo el nivel siguiente era el piso principal, el de mayor distinción, con balcones a la calle y más ornato en la fachada. De modo que el piso primero era ya lo que ahora sería el tercero.
A la par del ascenso físico declinaba, fatigada, la categoría social. Hasta llegar al sotabanco, sobre la cornisa, a la manera del entablamento de los órdenes clásicos, cosa lógica en un edificio tan bien ordenado. Aún más arriba bajo el tejado, las buhardillas de los menos pudientes.
Lo que más tarde sería la segregación de clases sociales, era entonces una estratificación en vertical. Los señores solían vivir en el centro, pero a un nivel adecuado. No es que no hubiera barrios pobres, pero en los barrios céntricos se daba un contacto, al menos visual, entre clases que desapareció con el ascensor.
Este invento anula las distancias verticales, y realiza el sueño del especulador: el rascacielos. Ahora las únicas limitaciones son constructivas, y el equilibrio se da entre el precio del suelo y el de la construcción. El plano básico es ya cualquier planta. Las más altas compensan el tiempo de subida con luz y vistas. La mejor vivienda puede ser ahora un ático en todo lo alto.
Volvamos a la tierra. La facilidad constructiva permite habilitar el subsuelo. Aparcamientos, pasos subterráneos, metro. Con estas posibilidades aparece incluso un nuevo uso: la galería comercial bajo el nivel de la calle. El tráfico rodado se evita, la iluminación y la ventilación artificial la hacen habitable. En las ciudades de clima frío hay largas calles bajo el suelo, y se puede pasear por ellas en invierno, cuando en la superficie dominan el viento y la nieve.
Es el mismo tráfico de vehículos, sobre todo en zonas no peatonalizadas, el que desplaza zonas de paseo, de compras, bares y restaurantes, a galerías elevadas, también protegidas de la intemperie.
Pero el bípedo acostumbrado a la marcha a un nivel encuentra todavía una barrera psicológica a elevarse del suelo o descender bajo él, si no lo impulsa alguna necesidad. En cuanto el tráfico pesado se aleja de una zona, la calle recupera su protagonismo. Las galerías subterráneas siempre corren el peligro del abandono. Hemos asistido al cierre gradual de sus locales, cuando la superficie se ha hecho más vivible. Terrazas al aire libre, frente a sótanos escondidos. Las zonas subterráneas abandonadas, al final en una estampida evidente, se convierten en lugares sórdidos, y al final en ruinas.
En los niveles superiores de los centros comerciales pasa algo parecido. Hay una enorme distancia, aunque no en altura, entre la alta concurrencia de la planta baja y cierta desolación en los pasos elevados sobre ella. Acaso también en el precio de los locales. No ocurre así en los centros comerciales homogéneos de varias plantas, con ascensores y escaleras mecánicas. Allí se anula esta distancia vertical con la comodidad de acceso y los usos selectivos, a los que cada cual acude según su interés, pubs, restaurantes y piscinas, a las que el dominio visual eleva a las terrazas superiores.
Extensión en horizontal, ascensión en vertical, reguladas por el equilibrio de fuerzas. Sobre todo, de las fuerzas económicas, ligadas a aquella tendencia, tan humana, que oscila entre el mínimo esfuerzo y el máximo rendimiento.