Rodrigo Cortés: "La libertad siempre es posible pero exige un precio. Hay que asumir sus consecuencias"
Por Alejandro Espiño
Cuando uno piensa en Rodrigo Cortés (Ourense, 1973) enseguida le vienen a la mente algunas de las aclamadas producciones cinematográficas que firma como director, productor o guionista. Pero en él, siempre hay más. Una inquietud creativa que, en esta ocasión, ha volcado sobre el papel dando forma a su segunda novela, Los años extraordinarios.
Con ella ha regresado a Galicia, tierra a la que le une mucho más que su partida de nacimiento. Porque si algo deja claro, nada más descolgar el teléfono, es que si hay algo que actúe como constante en sus obras es, sin duda, la retranca que destilan. Herencia, reconoce, de su madre y que forma parte de su manera de entender el mundo.
Al hilo de tu novela, ¿es tu origen gallego una de esas cosas extraordinarias?
No fue una cosa arbitraria de un viaje de trabajo. Eso desde luego. Mi madre vivía en Madrid. Decidió que su hijo no podía ser de ninguna parte, que era lo que consideraba ella que era ser de Madrid. Tenía que ser gallego. Ir a dar a luz a casa es una cosa galleguísima. Mi madre también lo hizo. Eso me hace gallego por mandato de sangre y casi por mandato lunar.
¿El hecho de ser gallego es un aliciente a la hora de presentar aquí este libro?
Sin duda. Sobre todo porque está lleno de una perspectiva de las cosas que tiene mucho que ver con esa tierra y con la prosa de Cunqueiro, el verdadero inventor del realismo mágico. Esa forma de unir lo real y lo irreal sin fronteras claras y con una naturalidad absoluta. Un profesor me dijo una vez que yo tenía mala leche lúcida. Rápidamente lo identifiqué como retranca.
Los años extraordinarios es tu segunda novela. ¿Cómo surge este proyecto?
Es una buena pregunta que no sé contestar porque es una novela hecha sin objetivo y sin plan, sin tener idea de a donde iría o sin haber pensado un día antes que iba a ponerme a escribir. Empecé en las circunstancias más improbables, en mitad del montaje de una película de estudio. Estaba en una pausa, en una cafetería. Esperando una llamada de Los Angeles.
"Es una novela hecha sin objetivo y sin plan, sin tener idea de a donde iría o sin haber pensado un día antes que iba a ponerme a escribir"
Todo comenzó entonces con la frase con la que empieza el libro: "Nací el 18 de octubre de 1902", ¿no?
Así es. Y con ella parece que se levantó un tapón. Diez días después tenía 30.000 palabras escritas. Pero nunca me senté en el escritorio con la menor idea de lo que iba a suceder. Inicialmente no sabía ni cómo era Jaime o cómo se llamaba y fui descubriendo su carácter a la vez que fue descubriendo los lugares que pisaba o la gente a la que conocía.
¿Cómo fue lo de escribir, al menos al principio, sin saber el rumbo que tomaría la novela?
Es menos divertido de lo que puede parecer, porque hay una parte que es como picar piedra. Pero al mismo tiempo siempre sentí este ejercicio como una especie de reivindicación de libertad creadora. Me impuse no seguir ninguna regla y eso incluía las leyes de la física.
Su protagonista es Jaime Fanjul, una persona cuanto menos peculiar.
Es una persona muy difícil de definir, que elude en general la caricia, que hace poco por ser querido, lo que paradójicamente genera un amor hacia él por parte del lector casi inexplicable. Entre otras particularidades irritantes y algunas poco edificantes, tiene dos que me parece que no son despreciables. No se queja nunca y no juzga.
A lo largo de la novela ejerce de terrorista, de vidente, de anarquista... Es un hombre que vive aventuras absolutamente surrealistas, pero sin aprender de ellas o comprometerse a nada.
Ni siquiera consigo mismo. Vive entre la indiferencia y el pasmo y tiene una visión de las cosas en la que el mundo simplemente es, no es bueno ni malo. Como la naturaleza, es implacable y sigue su ritmo a una escala que no es la del hombre. Él lo acepta con mucha deportividad sin sentir la necesidad de enjuiciar cualquier cosa que le sucede.
¿Por la vida de Rodrigo Cortés han pasado personas que evoquen a Jaime Fanjul?
No de forma literal. No he conocido a ningún Jaime y yo tampoco lo soy. De hecho muchas veces le hago tomar decisiones que yo no habría tomado para ponérselo difícil a él y a mí. Pero no somos un lienzo en blanco. Acabas desnudándote por acción o por omisión.
Pero sí he encontrado a gente que tiene rasgos parciales con los aspectos que más respeto de Jaime. Esa gente que no tiene ninguna prisa por dar su opinión. Y a la vez, Jaime comete muchos errores que probablemente tengan más que ver conmigo, con mis defectos.
La novela es además un recorrido por un siglo XX alternativo, a veces incluso distópico. Entiendo que plantear así una historia te da una mayor libertad creativa, ¿no es así?
Sí, y a la vez puedo descartar que la novela tenga vocación alegórica o metafórica o que contenga nada que sea parecido a un consejo o una recomendación. Simplemente acepté cada imagen o idea por irracionales que fueran para modelarlas con total deportividad y tirar del hilo para desmadejar el ovillo. La novela lo único que hace es no respetar nada. Eso incluye los hechos históricos o los lugares que inventa con toda naturalidad.
"El humor es lo que nos hace propiamente humanos. Es síntoma de inteligencia. Nos permite ver las cosas de forma mucho menos indulgente"
Es un libro que destila mucho humor, ¿no? ¿El humor nos salva de todo?
El humor es lo que nos hace propiamente humanos. Es síntoma de inteligencia. No siempre es divertido pero impone una distancia que evita la solemnidad y permite ver las cosas de forma mucho menos indulgente, mucho menos paternalista y desposeyéndolas de toda gravedad.
Dices que esta novela solo podría haberla escrito un español. ¿Por qué?
Lo creo firmemente. Eso no significa que no sea comprensible por cualquiera. Pero pertenece de forma consciente e inconsciente a nuestra trayectoria. Parte de Cervantes en su versión más indulgente o de Quevedo en su vertiente más dura y agresiva. Pasa por Valle Inclán, por Cunqueiro, por Rafael Azcona, por Eduardo Mendoza o por José Luis Cuerda por acercarnos más al presente. Determinan una tradición inevitable. Es lo que somos y cómo miramos.
¿Y a la hora de dar forma una historia, notas más libertad en la escritura o en el cine?
La libertad es posible en todas las disciplinas. Lo que sucede es que es más cara en unas que en otras. La libertad en el cine es mucho más cara, implica más luchas, más peleas, más pelos en la gatera, más años de vida porque hablamos de millones de dólares, un montón de gente con ganas de opinar y presiones inevitables.
En literatura no es tan costosa de manera directa pero se compone de aquello que parezca recomendar el mercado editorial o los teóricos gustos del lector. La libertad siempre es posible pero exige un precio. El sinónimo de la libertad es la responsabilidad. Si uno ejerce la libertad más le vale están dispuesto a asumir sus consecuencias.
Hablemos ahora de televisión. Estrenas el próximo 5 de noviembre el remake de Historias para no dormir, en Amazon. ¿Cómo ha sido la experiencia?
He rodado La broma. Es una historia negra cruelmente divertida con Eduard Fernández, Nathalie Poza y Raul Arévalo, que es todo un 'tour de force' interpretativo. Son tres personajes muy poco edificantes que están a dispuestos a clavarse un puñal en la espalda a la menor oportunidad. Es una especie de cruce entre Dashiell Hammett y Hitchcock.
¿Adaptar la obra de un gran maestro como Chicho Ibáñez Serrador os generó más presión para estar a la altura de la serie original?
Al revés. Puedes sentir la figura de Chicho como una sombra alargada que te aplasta o como un paraguas que te acoge. Lo que hemos hecho los cuatro directores es un acto de homenaje y agradecimiento a la obra del gran pionero que puso los baldosines que pisamos nosotros. Nos hemos sacudido esa presión y lo hemos hecho como un ejercicio de puro goce y tributo.
"El ser humano se expresa de forma creativa y eso pasa también en los momentos más difíciles y duros"
Y, si no me equivoco, vuelves al cine también muy pronto...
El 3 de diciembre estreno mi próxima peli, El amor en su lugar. Transcurre en el gueto de Varsovia en 1942 y cuenta la historia de una troupe de actores judíos que interpretan un musical que existió de verdad en mitad de la invasión alemana, paradójicamente muy divertido y lleno de canciones, que habla sobre la propia vida en el gueto.
Se ríen de sí mismos mientras tienen que tomar una decisión drástica antes del toque de queda. Todo sucede en tiempo real y sin elipsis. Eso nos hace entrar y salir de la obra constantemente y cambiar el registro interpretativo de los actores. No es lo mismo interpretar para el público que cuando cae el telón o se habla entre bambalinas.
¿Es un buen momento para la cultura tras el parón obligado por la pandemia?
El sector cultural lo pasa mal siempre porque es lo más fácil para renunciar. Pero la cultura es por encima de todo inevitable. El ser humano se expresa de forma creativa y eso pasa también en los momentos más difíciles y duros, en los que emerge con una inexplicable pujanza.
En todo caso, los tiempos que uno vive son los que le toca vivir en cada momento. El tablero no se discute. Las cosas a veces son más fácil o difíciles y no queda otra que responsabilizarse de uno mismo y encontrar una grieta en el muro.
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