Ana López
Los políticos mal pagados
En febrero de 2012 Rodrigo Rato aseguraba que los políticos en España no estaban bien pagados, lo que provocaba la fuga de "talentos". El presidente de Bankia no se refería a esa huida de cerebros que tanto angustia en los laboratorios, en las universidades o en los hospitales públicos, él, exclusivamente, afirmaba sin pudor que aunque "el ejercicio público no es una función lucrativa", "hay ciertos límites".
Algo más de tres años después, conociendo que su patrimonio ronda los 27 millones de euros y que podría haber defraudado al menos uno y medio (cantidades que él mismo se apresuró a desmentir), se comprende perfectamente qué entendía el exvicepresidente del Gobierno por un buen sueldo: una de esas cifras estratosféricas que a nosotros los que sí pertenecemos al 'Hacienda somos todos' se nos escapan.
Lo que más me sorprendió a mí del caso Rato fue, valga la redundancia, la sorpresa de alguna gente que me rodea al conocer las irregularidades cometidas por el 'popular'.
Para ser más explícitos, su desilusión. Yo, he de reconocer con todo mi pesar, que hace tiempo que he dejado de creer en ciertos políticos, hasta el punto en que poco o nada me llama la atención, aunque, afortunadamente, todo me sigue indignando. Esa sana facultad todavía no la he perdido.
El riesgo de dejarnos gobernar por políticos que se consideran mal pagados es que, además de tener que asumir nosotros sus sueldos y sobresueldos, también tenemos que afrontar con subidas de impuestos y recortes lo que supone en la sociedad, por ponernos en este caso en concreto, la ausencia de ese millón y medio, que daría para miles de becas para estudiantes, otros tantos alquileres a familias en el paro o medicamentos para esos desdichados inmigrantes a los que tanto se acusa de reducir el erario público.
Por lo de pronto, la estrategia del Ejecutivo ha sido la misma que respecto a Bárcenas, desmarcarse, restar importancia a la cuestión y relegarla a un simple "asunto particular".
Así de fácil, porque si cuela, cuela. A nosotros, como poco, nos quedará para la posteridad el hashtag #RodrigoRata, y nuestra voluntad en las urnas el 24 de mayo, que ya suena más contundente.