JM Arceu
Hasta que las estrellas caigan del cielo
Escribir para no ser leído. Dejar huellas para que nadie te encuentre. Eterno bagaje que se carga a cuestas por un sendero intransitado. Me canso de la ignorancia y la sombra cubierta por una figura aún más difusa. Es el precio de la fama el afán de no haber apreciado la apatía social. Es la frase grabada en mi mente que tanto repetía mi abuela a la hora de comer. Son las nimiedades de un todo inexplicable que te hacen ser como eres. Será ese el enigma por resolver. O la solución que esquivas.
Vengo del futuro a decirte que no eres nadie. Vengo de una realidad paralela a explicarte cómo de infeliz eres siendo el mejor. Vengo del pasado a amenazarte. No te quedes mirando la interrogación. La clara nebulosa de un día inestable en la capital gallega. La costra que arrancas conociendo de antemano el dolor. La piel desnuda de unos labios inquietos por la ansiedad del vivir en un mundo mal planteado.
Vas a pisar y no hay freno. Hay palanca de cambios. Modulas, esperas, te miras; observas. ¿Este soy yo? Sí y no. Es lo que queda de ti después de una noche de farra. Es el preámbulo de algún poema que quizás nunca sienta el gramaje de las páginas de un libro recién impreso. Es la sonrisa en el enfado. La regurgitación de un domingo de resaca. La tos de un catarro tedioso…
¿Por qué centellean como si fueran importantes?
Toda grandeza egocéntrica empequeñece con el ligero gesto de levantar la cabeza. Vivaces como pecas en pieles claras, inundan la oscuridad e incrementan el desconcierto del cielo cuando el sol descansa. Perturban hasta al corazón más incrédulo.
Y observo, atónito.
Esperando que algún día tropiecen y se caigan. Poder ayudarlas a levantarse y, de paso, preguntarles cuán pequeño se ve esto desde allá arriba, cuántas noches seguidas pueden estar brillando, y cuántos deseos no han llegado a cumplir nunca.