JM Arceu
Utopías migratorias
Estrechando el cerco de un cielo abierto, vuelan gimiendo. Sin voltear la mirada, el frente es horizonte ansiado. Sin freno, esperan llegar pronto, pero ojalá eterno sea el durante. El instante en que todo se acabe, lo temen; el por qué, se desconoce. Todo es efímero en una eternidad que no concebimos. Nada es real en esta experiencia perecedera. El más grande de los océanos no deja de ser una pecera para los dioses.
Descienden a velocidad de vértigo para luego alzarse vagamente, como si rebotaran contra algún escalón celestial no ubicuo en el espectro visible humano. Y continúan alejándose, vertebrando figuras geométricas que dan vida colectiva a los múltiples individuos de una misma especie. Sin mayor motivo que la huida despavorida hacia la creyente supervivencia en lugares todavía inmaculados, ajenos al dolor.
El instinto simplemente prolonga lo inevitable.
Las aves, al igual que los recuerdos, fluyen por el manto vítreo que diluye todo. Como el humo de las chimeneas que desaparece en la intangibilidad del aire, como las imágenes pasadas que se asoman al abismo de la nostalgia para acabar fundiéndose con los amagos del olvido.