JM Arceu
Blanco doloroso
El tiempo como unidad subjetiva que transcriben nuestros ojos. La realidad como materia física que depende de una consciencia absurda. Pido redención y un parón para asimilarlo.
Estoy arriba, con la mirada perpleja ante la inmensidad de un interrogante. La pregunta no tiene respuesta.
Miro abajo. El clima, ligero. La presión, absoluta. Las sienes apuntando pistolas sin balas. Una montaña rusa en temporada baja. Camino hacia el lago. El agua sucia me incita rechazo. Los oriundos pescan. El sol abrasa cada capilar que suspira linfa en mi cuerpo.
Poder olvidar y acabar con todo. Para. Soy incapaz. Descanso. Mañana será otro día.
Avanzo sobre nieve mullida. Espuma blanca que desdibuja un paisaje desolador. La suave brisa incita a reflexionar sobre lo vivido. Recuerdo los bellos nidos de aquellos cisnes inmensos que reinaban en las extremidades del río. Entre el desconcierto del cenagal, pequeñas nubes plumadas asomaban como luces póstumas de un mundo devastador. La esperanza inmaculada que todo corrupto ansiaba pervertir. Y yo la admiraba, en secreto. Golpeando las piedras que decoraban el camino, manos en bolsillos, efímera felicidad inconsciente.
Vértigo, al recordar. Dosis ligeras, para no caer enfermo de nostalgia. Y me nutro de viejos escenarios, ahora malogrados. Grandes paseos verdes y llenos de vida por las laderas de aquel azul cobalto. Hilos que me mantienen unido al dolor de un deseo utópico. Recuerdos difuminados como el carboncillo del lápiz que da profundidad al papel. Golpes certeros que me acosan cada vez que siento un aroma familiar sobre una instantánea en el tiempo.