Una escapada de Venecia a Padua
Por Marga Díaz
Situada en la región del Véneto, a 40 kilómetros de Venecia, Padua es la gran desconocida del turismo en Italia: a pesar de estar en las rutas de la mayor parte de circuitos de los grandes operadores turísticos, la visita normalmente se reduce a la impresionante Basílica de San Antonio y no permite descubrir las otras joyas de esta ciudad italiana. Y fue justamente una de ellas, la Capilla de los Scrovegni, la que irremediablemente me impulsó a sacrificar uno de mis días en Venecia para redescubrir esta ciudad moderna a la vez que medieval, y rebosante de arte.
A poco más de media hora en tren y comunicada con un excelente servicio ferroviario, Padua me pareció además una opción muy recomendable para pasar un día entero alejada del bullicio de la capital Veneciana, sobre todo al escoger un día de semana en que el turismo no distorsionaba demasiado el ambiente estudiantil que respiran sus calles: ciudad universitaria por excelencia, Padua muestra su sencillez frente al inalcanzable “glamour” de Venecia. Dejando a un lado la metrópoli nueva desarrollada al amparo del floreciente comercio, las viejas calles de Padua dan la sensación de haber cambiado poco desde el tiempo en que se fundó su Universidad.
En algo me recuerdan a Pontevedra, con su casco antiguo de gran importancia histórica hoy ya bastante valorado, aunque todavía no en su justa medida. Es agradable ver como el tráfico casi se reduce a bicicletas que usan los estudiantes y algunos turistas. En días de mercado los puestos de frutas y verduras invaden algunas de sus plazas con el ajetreo propio de la vida cotidiana y ajena al ambiente más postizo de la actividad turística. El ir y venir de algunos estudiantes me recuerda que tengo cerca una de las Universidades más antiguas de Italia. Sería imperdonable no hacer una parada para ver su Patio Antiguo y el Aula Magna bellamente decorados. Fundada en 1222, en sus aulas aprendieron y enseñaron personajes tan ilustres como Copérnico o Galileo. El jardín Botánico más antiguo del mundo, creado como huerto medicinal por la antigua Facultad de Medicina, refuerza la omnipresente tradición universitaria de Padua. También sus bellos Palacios nos hablan de una Edad Media de gran esplendor, no en vano sus canales servían como vías a un creciente desarrollo comercial y al tránsito de peregrinos y viajeros de toda Europa.
Entre bares y restaurantes descubro que Padua resulta mucho más asequible que Venecia, así que puedo disfrutar tranquilamente en alguna terracita de un menú o una buena cerveza. Pero aún así no olvido el motivo de mi escapada, la riqueza artística aparentemente discreta pero potente que esconde esta ciudad, así que me pongo a ello: El Duomo, la Basílica de San Antonio, la Basílica de Santa Giustina y como no la Capella degli Scrovegni, me esperan.
La Basílica de San Antonio nos recibe en la Plaza del Santo presidida por la impresionante estatua ecuestre de Gattamelata realizada en bronce por Donatello. Es indudablemente la iglesia de Padua más conocida, que atrae no solo a miles de turistas sino a peregrinos de todo el mundo ansiosos de visitar el sepulcro del Santo y adorar sus reliquias. En cualquier caso, creyentes o no, su fama está bien justificada: su aspecto exterior resulta imponente con una mezcla de estilos románico, gótico y bizantino. El interior es todavía más llamativo: el altar mayor es un compendio de obras maestras como las decoraciones en relieve de Donatello o las esculturas, candelabros y como no los frescos. También las distintas capillas decoradas en mármoles con hermosos tonos rosa, naranja o verde o la de inspiración renacentista que acoge el sepulcro del Santo son muy sugerentes.
Pero mi particular afición por la pintura al fresco me obliga a permanecer un buen rato admirando los que adornan la nave central y algunas de las capillas laterales: sin las prisas propias de las visitas guiadas se pueden apreciar detalles de gran belleza. Esta segunda visita por mi cuenta, sin el ritmo tasado de la excursión en grupo de un circuito, ha resultado bastante más provechosa.
En el Prato della Valle el canal custodiado por decenas de estatuas da forma a una de las plazas más extensas de Italia. Al fondo se adivina la Basílica de Santa Giustina, uno de los templos que he incluido en mi itinerario.
Desgraciadamente el horario es más restringido y la encuentro ya cerrada, pero el paseo del arte continúa y la visita al Duomo puede en parte suplir este contratiempo. Al irme acercando a la catedral me reafirmo en la idea acerca de esa peculiaridad que comparten muchos templos de Italia: la aparente austeridad de sus muros y su sobrio aspecto externo en nada hacen sospechar la belleza que esconden en su interior. En el caso del Duomo de Padua es el baptisterio el que acoge todo el esplendor, con un conjunto de frescos del siglo XIV que literalmente cubren paredes y techos y que culminan con la bella y geométrica decoración de su cúpula.
La hora marcada para la visita a la Capilla degli Scrovegni se acerca. La entrada es con cita previa y se organiza en grupos limitados. Durante la espera me da tiempo a reflexionar sobre mis expectativas, quizás demasiado altas, y temo que viniendo de ese “museo al aire libre” que es Venecia tal vez la capilla pueda resultar algo decepcionante.
Su aspecto exterior no despierta la curiosidad, no invita… una vez más es demasiado austero. Sin embargo solo un primer paso a su interior disipa toda sombra de duda: es deslumbrante. Abundan los colores vivos azules, rojos y dorados. Los frescos forman un ciclo organizado en secuencias que narran historias de la vida de Cristo. Pero además Giotto se esmeró en cada figura, en cada detalle. El brillante techo estrellado o el uso del dorado y fuertes colores sugieren todavía influencias góticas y bizantinas, sin embargo la perspectiva y la posición de las figuras muestran ya un maestro precursor de la pintura renacentista. Me parece estar viendo una de las obras maestras del arte italiano tal vez solo superada por los frescos de la Capilla Sixtina.
Ahora entiendo las precauciones del museo: grupos reducidos, aclimatación previa del lugar... La capilla esconde una obra única. Me felicito de haber sacrificado un día en la incomparable Venecia para disfrutarla, aunque solo me queda una pena, los quince minutos de visita saben demasiado a poco. Ahora ya, vuelta a la estación y tren de regreso a Venecia, no sin antes “disfrutar” del primer gran chaparrón del otoño italiano. Todo un privilegio.
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