La voracidad de palomas y gaviotas provoca hasta 1.000 euros de gasto al mes en vajilla a la hostelería de Pontevedra
Por Manu Otero & Mónica Patxot
Son la pesadilla de camareros, hosteleros y consumidores. El voraz apetito de palomas y gaviotas las empuja a abalanzarse sin miedo contra las terrazas de estos establecimientos para devorar los pinchos.
En medio de ese frenesí alimenticio se llevan por delante todo lo que haya en la mesa. Pocillos, platos, vasos o copas se estrellan a diario contra el suelo generando cientos de euros de pérdidas para unos hosteleros desesperados que ya no saben qué hacer para espantar a estos odiosos pájaros.
"Lo peor son las palomas", lo aseguran en las plazas de Méndez Núñez, del Teucro, de la Verdura, de Celso García de la Riega o en la de San José.
"Ya no tienen miedo a nada", reconocen todos los hosteleros. Aparte del gasto que supone, están preocupados por "el incordio y la falta de higiene porque se suben a las mesas hasta cuando come la gente", remarca el propietario de la Estafeta.
Un simple paseo por las principales plazas de la Boa Vila basta para observar como, cuando los clientes abandonan una mesa, un enjambre de palomas asalta la terraza para saciar su apetito antes de que los camareros acudan a la carrera a espantarlas antes de que rompan toda la vajilla. "No hay forma de echarlas, yo ya las agarro y las lanzo con las manos", explica una de las camareras de los Tres Nortes que tiene que batallar a diario con unas aves "a las que ya les da igual que haya clientes".
El problema está afectando también al consumo. Muchos clientes tienen "fobia o asco" a estos pájaros y cuando se acercan abandonan la mesa a la carrera sin poder evitar que tiren sus consumiciones y se traguen su pincho. "Luego tenemos que ponerle otro café o hay algunos que ya no vuelven por culpa de las palomas", declara la trabajadora. No obstante, también hay algunos clientes que desconocen esta problemática y dejan que se alimenten porque "les hace gracia".
Pero es el aspecto económico lo más preocupante. "A nosotros nos rompen unas veinte piezas de vajilla al día en cada local", confiesa la propietaria de La Gramola y Pintxo Viño.
En Tres Nortes la situación es similar. "Reponemos vajilla cada semana, acabo de traer 40 vasos y traemos unos 60 pocillos nuevos cada quince días. Pero lo peor son las copas de vino, estamos casi sin ellas, acabo de encargar 90 y son un dineral", enumera el encargado del local de la plaza de San José.
En terrazas más pequeñas el daño es menor, pero las pérdidas son también cuantiosas. "Perdemos unas 10 o 15 copas de vino al mes", dice el dueño de la Estafeta. "No lo tenemos cuantificado, pero las palomas nos tiran muchísimas copas, vasos y recipientes todos los días", añade el propietario del Bruc.
Calcular los efectos negativos que estos percances suponen para sus arcas es sencillo. El precio por cada unidad de copa de vino ronda los 1,80 euros, mientras que los vasos se sitúan alrededor de un euro. Los pocillos de café suelen suministrarlos de forma gratuita los proveedores, pero "se están quedando sin stock y nos están subiendo el precio del café", relatan los afectados otro de los efectos colaterales de las costumbres de palomas y gaviotas.
De este modo, en el último mes, hay locales en la ciudad que han perdido más de un millar de piezas de vajilla, lo que se traduce en unos 1.000 euros menos de beneficio. No todos alcanzan esa cifra, la mayor parte de los locales que más sufren los ataques de estos pájaros se ven obligados a destinar entre 100 y 400 euros mensuales a reponer piezas de vajilla.
Pero lo que más le duele a los hosteleros de Pontevedra es perder copas de vino. Por un lado, porque la inflación, la subida del precio de la luz y la crisis del transporte hizo que el precio de cada unidad se disparase. "Una copa de vino antes la vendíamos a un euro, ahora a 1,80", explican en Comercial San Luis, una tienda de utensilios de cocina en la calle Sierra que sirve a buena parte de la hostelería lerezana.
Además, en algunos establecimientos como en los Tres Nortes personalizan sus copas grabando el nombre del local. Una práctica que eleva el precio y retrasa la recepción de los pedidos.
Los vasos, las ollas o los recipientes cerámicos en los que sirven los pinchos también han aumentado su precio. Por ello, muchos hosteleros están apostando por dejar la cerámica a un lado y adquirir bandejas y platos de melamina, un compuesto que resiste golpes y caídas. "Nos ha subido toda la mercancía un 25 %", lamenta el proveedor de los hosteleros que no ha tenido más remedio que aumentar el precio de venta de su mercancía.
Pero el rango de acción de estas aves, principalmente las gaviotas, no se limita únicamente a las terrazas. No es el primer peatón incauto que va paseando por la calle con un bocadillo, un dulce o una porción de pizza y ve como su comida se va volando. "Compré un trozo de pizza, iba despistado comiéndola y una gaviota me vino por detrás y se lo llevó. A mí no me tocó, solo se llevó la pizza, pero no me dio tiempo a reaccionar", relata todavía sorprendido un vecino de la zona vieja.
Aunque ambas especies comparten mesa y alimentos, no existe ningún tipo de cooperación entre ellas. Todo lo contrario. Y en este caso las palomas tienen todas las de perder. Ya no es raro ver como las gaviotas, con su metro y medio de envergadura, atacan a picotazos y hasta la muerte a alguna paloma despistada e indefensa para luego comérsela.
Por el perjuicio económico y los problemas de imagen e higiene que están provocando estos animales, la situación se torna cada vez más insostenible. Con el verano llegan los turistas, las terrazas se llenan y palomas e gaviotas están preparadas para ponerse las botas. Es por ello que los hosteleros miran hacia el Concello. "Tienen que hacer algo", piden sin saber muy bien cómo atajar el problema.
"Que vengan con una red y se las lleven a otro sitio", sugiere uno. "Vivo en un ático y delante de mi ventana hay un nido de gaviotas con pollos del tamaño de gallinas, por qué no se las llevan" cuestiona otro.
Palomas y gaviotas son ya desde hace años habitantes habituales de las ciudades. Los problemas de convivencia son ya una constante diario y la solución se antoja lejana y complicada por lo que la ciudadanía pontevedresa debe prepararse para un nuevo verano de ataques aéreos.
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