JM Arceu
Un café amargo
La espuma de un café amargo, que rebosa una tímida taza en un área de descanso perdida en el olvido de alguna carretera añeja. Revuelve sin fin. Torbellino que se asemeja a un tiempo pasado, donde dos eran protagonistas de un cuento con final incierto o quizás infeliz. No recuerdo. O más bien prefiero no recordar los finales de las cosas que aprecio. Finales que no deberían tener fin.
Es cruel, acabar con el deseo que hierve los mares y regula el equilibrio de un mundo alterado por un cambio climático en constante evolución. No es justo, derretir los polos de un infame alocado sin pedir permiso a los sueños rotos que habitan en su entramado neurótico que funciona con amor; o quizás, con carbón de un niño que se ha portado mal. Y el mal, es subjetivo, porque el bien depende de la naturaleza del objetivo, no del hecho en sí. Pensamos que tenemos derechos sobre los demás en defensa de los nuestros, mientras el enigma de un futuro en forma de interrogación y el presente opaco que cubre al Sol, nubla nuestra humanidad. El flujo del aire va del foco caliente al frío siguiendo una corriente estipulada por la señora Física, pero la insurgente Magia se opone, porque sabe que el poder de alguien que quiere solo tiene límites que uno interpone.
Y ojalá fuera así.
Revuelvo el café de nuevo. Palabras, pensamientos, osadías que se diluyen como edulcorante de mesa en un mar dorado que no cesa en su eterna espiral de tiempo. Siempre he odiado que sirvan el café ardiendo y ahora, me dedico a disolver la vida entre barras de bar de lugares extraños, alejados de un mundo real para el cual no estoy preparado. Y confundo. Siento. Padezco. Y rebosa por la mesa el fluido que mantengo en movimiento y la camarera me pregunta si todo va bien pero, qué es ir bien; el bien del mísero niño que por fin puede comer después de varios días, o el bien de la subida en bolsa de la empresa del codicioso rico. Me disculpo y sigo, removiendo un café ya fresco; esperando que se rebele contra lo que sea que haya que rebelarse para volver a hervir de nuevo. Para sentir un poco de calor en este invierno perenne.
Y entonces, se apagan las luces, una escoba barre las vergüenzas de los hombres y de un trago me bajo lo que va a mantenerme despierto esta noche. Buscando el perdón de Dios, el olvido en copas vacías y el cariño en habitaciones de placeres alquilados.