Jacobo Mesías
Mi tío es omnipresente
Hace solo unas semanas, me reuní con mi familia para la típica comida dominguera. Podría haber sido una más de entre tantas, pero no fue así. Tras un largo período de restricciones sanitarias, hacía muchos meses que no nos reuníamos todos juntos.
Fue un día de esos que, por ser señalados, se recuerdan a la perfección: madrugué para ir a correr con unos amigos; después acudí a una afamada panadería del Salnés para recoger unas deliciosas empanadas; y acto seguido, me fui directo al convite.
Pues bien, la semana pasada rememoré aquel día cuando mi tío me contó que le había llegado una multa de tráfico.
La sanción, de 100 euros, decía que su scooter había sido captado por un cinemómetro circulando a 66 kilómetros por hora en una carretera limitada a 50. Todo muy verosímil salvo una cosa: la infracción había sido cometida en el centro de Málaga.
Fue al fijarme en la fecha de la denuncia cuando reparé en que coincidía justamente con esa encomiable comida familiar.
¡De un momento a otro, mi tío parecía ostentar el don de la ubicuidad!
Obviamente, él sabía que no había estado con su motocicleta en Málaga ese domingo (ni ese, ni ningún otro), pero el mero hecho de haber estado juntos en ese instante me pareció un infortunio poético.
Como no podía ser de otro modo, presentamos un escrito de alegaciones defendiendo lo evidente, y es que la física no permite estar en Málaga y en Pontevedra al mismo tiempo.
Ahora, lo lógico sería que verificasen que el vehículo sancionado no era el suyo y todo quedase zanjado, pero claro, eso también hubiese sido lo lógico antes de enviar la multa, pese a lo cual, en estas estamos. En definitiva, mucho me temo que en las próximas semanas le notificarán la sanción, obligándonos a recurrir.
Lo más preocupante de todo esto es la dinámica de la administración enviando sanciones de forma completamente automatizada e indiscriminada.
Cuando se trata de multas pequeñas como esta ("solo" 50 euros si se paga en período voluntario) se sitúa al ciudadano ante la encrucijada de reconocer como propios unos hechos manifiestamente falsos, o liarse la manta a la cabeza e iniciar una batalla legal contra la administración.
Lamentablemente, en demasiadas ocasiones se opta por lo primero, haciendo de tripas corazón, y pagando una multa sumamente injusta para evitar quebraderos de cabeza mayores.
Ya se sabe que, al litigar por esas cantidades, a veces sale más caro el caldo que las albóndigas...