Jacobo Mesías
El mes de las comisiones
Este pasado mes de abril podría haber sido rebautizado como el mes de las comisiones, y es que han copado los informativos de forma abrumadora.
Por un lado, el asunto de la Federación Española de Fútbol, y los 24 millones de euros que se llevó la empresa de Gerard Piqué por interceder ante las autoridades saudíes en la organización de la Supercopa. Por otro, el asunto del ayuntamiento de Madrid, y los más de 5 millones de euros que "rascaron" Medina y Luceño por intermediar en la compra de material sanitario. Son casos muy diferentes, pero no dejan de ser las dos caras de una misma moneda.
¿Es legal cobrar este tipo de comisiones? Sí, lo es.
En la sociedad, ha calado profundamente el mensaje de que una comisión es lo mismo que un soborno, pero nada más lejos de la realidad. Un comisionista es una persona que aporta valor añadido a su gestión, ya sea poniendo sobre la mesa conocimiento del sector, contactos comerciales, o simplemente un acertado desempeño profesional. De hecho, hay infinidad de comisiones que están completamente normalizadas, y que no constituyen una compra de voluntades, ni mucho menos un delito, ¿o acaso alguien pensaría que la comisión de un agente de la propiedad inmobiliaria es un soborno?
Cuando se habla de comisiones, es irrelevante que su importe sea altísimo en términos monetarios (los 24 millones de Piqué) o porcentuales (el 81% de los guantes). Lo realmente importante es que la comisión haya sido pactada libremente por las partes, y que no se trate de un soborno. ¿Qué problema habría en que un frutero vendiese una manzana por 20 euros, si hay alguien dispuesto a pagarlos?
De hecho, por lo que respecta a Medina y Luceño, el juzgado no les investiga porque la comisión fuese excesiva, ni porque dilapidaran el dinero, sino por un presunto delito de estafa al haber engañado al ayuntamiento.
En definitiva, nadie cuestiona que cobrar cantidades estratosféricas por hacer una labor meramente intermediadora en determinados contextos puede resultar indecente, obsceno e incluso inmoral. Especialmente si con ello se pone en duda la pureza y equidad del deporte profesional, o la más correcta administración del dinero público en un clima de pandemia, pero como en tantas facetas de la vida, los límites de la legalidad no son los mismos que los de la ética. El problema es precisamente ese: para algunos, la única ética es la de su bolsillo lleno.