La vida eremítica. A beleza da arquitectura rupestre
Por Marga Díaz
La soledad, el placer del silencio y el acercamiento a Dios debieron ser motivos suficientes para empujar a los antiguos eremitas a llevar sus vidas alejados de cualquier atisbo de civilización. Hoy paradójicamente, se valoran los vestigios de este modo de vida como testigos de una peculiar cultura que incluso en muchos casos derivó en nuevas corrientes filosóficas y de pensamiento, casi nuevas formas de civilización: los eremitas formaban en ocasiones pequeñas comunidades, donde las reglas de silencio y austeridad se respetaban como base fundamental de convivencia. El acercamiento a Dios era una constante en estos asentamientos que se realizaban en lugares apartados y de difícil acceso buscando el aislamiento, el contacto con la naturaleza y la paz interior. El norte de España cuenta con uno de los focos de mayor interés para acercarnos a este modo de vida que cientos de años después nos sigue resultando fascinante. Las iglesias y eremitorios de Valderredible, Aguilar de Campoo o Cervera de Pisuerga entre otros, salpican los territorios del sur de Cantabria y el norte de Palencia. La peculiar orografía de la montaña palentina y el valle cántabro sugirieron lugares idóneos para los anacoretas, que no dudaron en utilizar pequeñas cavidades rocosas para establecer su hogar o su lugar de oración. El viaje promete y la opción de perdernos por el valle a orillas del Ebro es tentadora, pero quizá lo más recomendable sería tomar como punto de partida el Centro de Interpretación de Santa María de Valverde que nos va a dar una idea de los puntos de más interés de la zona de Cantabria. Justo al lado del Centro podremos empezar ya la ruta en la Iglesia de Santa María, una de las más destacables al conservar un interior de gran belleza y muy bien conservado. La iglesia parece ser el resultado de dos templos que posteriormente se unieron y sufrió varias modificaciones hasta llegar a su aspecto actual. Está bordeada por una necrópolis y un campanario de espadaña construido sobre la peña en la que se excavaron los templos.
Si continuamos ruta encontraremos muestras muy singulares, como la diminuta ermita de Cadalso hoy día a pie de carretera, la curiosa iglesia de Santa Eulalia en Campo de Ebro o la de Arroyuelos, algo mayor, erigida en un peñasco con dos alturas que se comunican por una desgastada escalera interior también excavada en la propia roca. Todas ellas nos retrotraen a un pasado lejano y austero.
Pero la ruta aumenta su misticismo al irnos adentrando en caminos y en los bosques que los circundan hasta llegar a la necrópolis de San Pantaleón, donde se respira un ambiente casi esotérico: la entrada bien oculta entre los arbustos y la vista desde la necrópolis a uno de los valles más melancólicos de la zona crean esa sensación de soledad que aún se percibe hoy día.
Traspasando ya la frontera al lado palentino, la iglesia de los Santos Justo y Pastor, muy cerquita de Aguilar de Campoo, está considerada la "catedral del arte Rupestre" en Palencia. Con un interior muy interesante y bien conservado, es una de las más destacables y además muy fácil de localizar. También la ermita y necrópolis de San Martín de Valdivia se encuentran sin problemas, integradas casi en pleno pueblo. Este asentamiento de San Martín es de gran interés al ser el único que conserva una inscripción que aporta algo de luz a su origen e historia.
Pero merece la pena adentrarnos y perdernos por rutas algo más apartadas, donde aunque el paisaje se vuelve algo más árido por momentos, los bosques siguen salpicando las laderas del camino y esconden otras joyas: al acercarnos a la ermita de San Pelayo con un acceso próximo al pequeño pueblo de Villacibio, nos invade una intensa sensación de soledad, pero así es como querrían sentirse sus antiguos ocupantes. Ya en tierras más fértiles el eremitorio de San Vicente, realizado en una pequeña roca horadada a modo de cueva resulta más entrañable, con la apariencia de una pequeña vivienda que mira al hermoso paisaje en la confluencia de los ríos Pisuerga y Ribera. Y ya viajando a la localidad burgalesa de Presillas, una vez abandonada la carretera, oculta en una arboleda, la impresionante San Miguel se vislumbra entre helechos y robles: la obra en la roca es tan hermosa que es inevitable trasladar nuestra imaginación a la maravillosa Capadocia Turca.
Pero hay más, mucho más... la montaña palentina y el bosque cántabro guardan todavía secretos, pues hay aún decenas de cuevas por explorar, algunas de ellas a las que solo se accede con un buen equipo y un guía especializado.
La concentración de eremitorios de estas características es aquí una de las mayores de la Península, pero los santuarios creados a raíz de algún asentamiento inicial rupestre salpican muchos más lugares de nuestra geografía: San Pedro de Rocas en Ourense, San Millán de la Cogolla en la Rioja, o incluso la hermosa San Saturio, que construida ya en el siglo XVIII pero erigida sobre la antigua gruta del santo, aparece perfectamente integrada en el paisaje soriano.
La vida eremítica se hacía en solitario o formando pequeñas comunidades. En algún caso como el Cenobio de San Pedro de Rocas en la Ribeira Sacra, uno de los más antiguos de la Península Ibérica, la roca se excavó para cobijar a un pequeño grupo de monjes cautivados por la belleza de esas tierras y el sosiego y paz que destilaban. Otro como el Monasterio de Suso en la Rioja, que arrebata a San Pedro el record en antigüedad, acogió en sus inicios al monje anacoreta Millán que luego fue nombrado Santo. Lo que en un principio fueron unas cuevas donde habitaba y oraba el ermitaño, se convirtió posteriormente en un cenobio en el que varios monjes anacoretas hacían vida aunque aislada, ya algo comunitaria. Años después la devoción por San Millán hizo que se erigiera el pequeño Monasterio que hoy encontramos y más tarde ya engrandecido por el poder monacal, el otro gran Monasterio de San Millán de la Cogolla (el de Yuso) para acoger los restos del santo. Ambos Monasterios son hoy Patrimonio de la Humanidad por su importancia artística e histórica al guardar las primeras palabras escritas en lengua castellana y también en euskera: las Glosas Emilianenes. Para cualquier aficionado a la historia, la arqueología o la arquitectura eclesiástica es un placer visitar ambos lugares separados tan solo por un par de km. pero los amantes de la peculiar arquitectura rupestre adorarán el pequeño Monasterio de Suso, escondido entre árboles centenarios como si hubiera querido pasar desapercibido sin dejar rastro ni huella alguna.
Fuera de España la arquitectura rupestre toma muy diversas formas, desde los elevados Monasterios de Meteora en Grecia, localizados en rocas de altura casi imposible de alcanzar, hasta las Iglesias excavadas en Lalibela horadando la tierra de la antigua Abisinia, hoy Etiopía.
Pero la enorme concentración de viviendas e iglesias excavadas en roca y el espectacular paisaje que las rodea hacen que el ejemplo más bello del fenómeno rupestre lo encontremos en la Capadocia. Situada en la parte continental asiática de Turquía, la Capadocia forma un conjunto de valles de diferentes colores y formas sorprendentes. La naturaleza ha sido generosa con esta región que se ha venido formando gracias a la acción de diversos elementos: la toba volcánica de antiguas erupciones, la acción del agua, y sobre todo la caprichosa erosión del viento.
La persecución a los cristianos en los primeros siglos de nuestra era y la vida anacoreta que desarrollaron los monjes hizo que se aprovecharan estas rocas para acoger iglesias, tumbas y viviendas, algunas de ellas excavadas hasta siete niveles de profundidad. El culto cristiano se desarrolló particularmente en el Valle de Göreme, un auténtico museo al aire libre, plagado de pequeñas iglesias y algún que otro monasterio. Es difícil diferenciar en Göreme lo que es una simple roca de lo que es una Iglesia que para más sorpresa acoge en su interior hermosas pinturas murales: la de San Jorge o la de la Manzana son alguno de los más bellos ejemplos que se pueden visitar.
Hoy podemos pasear por los caminos del Valle rodeados de enormes piedras con muy diversas y curiosas formas e imaginar lo que podrían sentir los antiguos habitantes de estas tierras: La conexión de los fieles con la naturaleza y en definitiva con su Dios debía de ser total.
La UNESCO ha declarado muchos de estos lugares Patrimonio Mundial, algo que puede contribuir a su conservación, aunque paradójicamente los sitúa a su vez en el punto de mira del turismo de masas, con el consecuente deterioro que esto conlleva. Una vez más, aun a riesgo de parecer un tópico, hay que decir que la responsabilidad de la preservación de estos lugares privilegiados es de toda la sociedad. El viajero debe ser respetuoso con el patrimonio pero también con la cultura y esto incluye el respeto a la población local y a su modo de vida, para intentar conservar su autenticidad. En eso consiste el viaje responsable y el turismo sostenible.
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