Paisajes de la España desconocida
Por Marga Díaz
La península Ibérica es una de los territorios de mayor variedad geográfica y climática en relación a su extensión, algo que le aporta gran multiculturalidad y una diversidad natural tan grande que sorprende incluso al viajero local.
La provincia de Palencia suena a románico, a pequeñas iglesias o castillos monumentales, pero no parece evocar demasiado la idea de una ruta verde. Nada más lejos de la realidad. El secreto está en desplazarse hacia el norte, dejando atrás los vastos y monótonos campos de cereales hasta topar con uno de los paisajes más variados y agrestes de la Península: la Montaña Palentina. Bosques, ríos, pequeños lagos glaciares y hermosos valles conformaron un enclave perfecto en el que a principios de la Edad Media antiguos eremitas construyeron sus viviendas y templos en plena roca, buscando el retiro y el silencio de este lugar mágico. Estas muestras de arquitectura rupestre que salpican la montaña no hacen sino añadir encanto al interés paisajístico que de por sí tiene la zona.
En una mañana despejada incluso calurosa, comenzamos nuestra ruta en Cervera de Pisuerga, por uno de los templos más interesantes, la Cueva de San Vicente: su sencillez lo hace muy especial, con su necrópolis adyacente toda ella excavada en la roca aprovechando un peñasco aislado, en medio de un magnífico paisaje donde confluyen el Pisuerga y el Ribera. Nuestra ruta continúa por otros bellos eremitorios como San Martín en Villarén de Valdivia, que aprovecha el terreno arenoso para erigirse en un montículo de la ladera, o la Cueva de San Pelayo a la que accedemos por un camino de tierra apenas transitado. El día se va volviendo nuboso y el calor opresivo va en aumento mientras nos acercamos a la Iglesia rupestre de los Santos Justo y Pastor, último punto de nuestro itinerario. La iglesia es magnífica, amplia y muy bien conservada pero la imagen se me antoja tan mística que resulta casi desoladora, envuelta en un silencio total y el gris plomizo que augura una de esas poderosas tormentas tan típicas de Castilla.
Pero el viaje solo acaba de comenzar. Esta misma característica del terreno tan propicio para la arquitectura rupestre también dio lugar a través de miles de años a uno de los paisajes kársticos más fascinantes del norte de España, y ese será nuestro siguiente destino: El Monumento Natural de Las Tuerces.
La mañana siguiente amanece soleada, presagiando un día caluroso, así que aproximamos el coche en la medida de lo posible a la ruta para no malgastar fuerzas. El primer tramo lo hacemos por la carretera buscando la sombra, hasta llegar al puente que atraviesa el río junto a la pequeña población de Villaescusa de las Torres escondida en plena naturaleza. Diminutos patios o un par de escalones anticipan la entrada a las escasas viviendas de piedra hechas con mampostería. Algunas adornan sus ventanucos con geranios cuidando una estética muy rural acorde al paisaje.
Una vez atravesado el pueblo es fácil ver ya el sendero que nos llevará al corazón del Monumento Natural. A pesar del sol el aire es cortante, cuatro o cinco águilas sobrevuelan buscando cobijo en los incontables riscos del paraje, estamos ya en pleno macizo, estamos ya en Las Tuerces. El pequeño sendero cuesta arriba no se hace demasiado duro, tal vez más ocupadas como estamos en hacer un apoyo firme en el terreno algo irregular que en el sol que aprieta. Además el aire fresco sirve de buena ayuda, empujándonos hacia las intrincadas cumbres de las formaciones rocosas. Una de las águilas se acerca quizá más de lo normal haciendo círculos, seguramente alertada por la presencia de Mini, nuestra perrita que apenas supera el peso de un conejo, así que con una cierta precaución vamos dejando cada vez más lejos el río y el pueblo, asombradas por el intenso color morado de los cardos y por la abundancia de amapolas y otras flores silvestres que hacen del propio sendero una belleza. Sin embargo, al llegar arriba la sensación lo supera, es casi grandiosa, de plena naturaleza. Nos encontramos rodeadas de arcos pétreos, montículos que parecen menhires hongos o pequeños puentes y demás formas caprichosas. A lo lejos se divisa la diminuta aldea que protegida en la falda de la montaña, marca la única huella humana entre el río y los campos de cultivos.
Ahora toca hacer una pausa, y respirar esa libertad que envuelve el ambiente. Luego podremos seguir indagando en las extrañas formas que al viento y al agua le ha dado la gana de esculpir año tras año. A lo lejos las águilas y otras aves rapaces regresan a los cortados y el atardecer rojizo nos dice que no demoremos el descenso, no sea que la noche nos pille desprevenidas. Y así dejamos estas tierras con el cuerpo cansado pero el espíritu renovado. Mañana nos espera otra jornada en plena naturaleza muy cerca de aquí: otro espacio natural, Covalagua, donde el agua adquiere especial protagonismo sobre el suelo de toba formando pequeñas cascadas, vuelve a demostrarnos que Palencia es una tierra que reserva grandes sorpresas.
Marga Díaz http://viajesvagalume.blogspot.com/
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